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Una mancha gris

PARA TONY HAYWARD, DIRECTOR ejecutivo de la compañía británica BP, la cantidad de crudo derramada en el Golfo de México, después de que el pasado 20 de abril se diera una explosión en la plataforma de perforación Deep Water Horizon que les costó la vida a 11 trabajadores, es pequeña en relación con el tamaño del océano.

El Espectador
16 de mayo de 2010 - 09:00 p. m.

Otra impresión se desprende de los cálculos más conservadores de las autoridades estadounidenses, que cifran en 5.000 barriles la cantidad de crudo que sale a diario del averiado pozo. Fuentes científicas estiman que en realidad la cantidad puede ir de 25.000 barriles diarios a 80.000. Y ya hay quienes afirman que son cerca de 100.000 barriles los que salen regularmente del pozo ubicado a 1,6 km bajo la superficie del mar. No sin razón se empieza a hablar del peor desastre ecológico en la historia de los Estados Unidos, por encima del Exxon Valdez que en 1989, con una carga de 11 millones de galones de crudo, derramó en Alaska 37.0000 toneladas.

Las declaraciones de Hayward, reproducidas inicialmente por el periódico The Guardian, son aún más desmotivantes desde cuando se comprometió, en calidad de encargado de las operaciones de contención del desastre, a arreglar el entuerto, pero se mostró reacio a ofrecer una fecha aproximada en que todo se repararía. Hasta ahora, la gran mancha gris de crudo no ha llegado en su totalidad a las costas. Sin embargo, las soluciones ensayadas no han logrado detener el ininterrumpido flujo de crudo que sale sin control al mar. Existe, sí, una iniciativa potencialmente exitosa que está siendo utilizada y que consiste en encajar un tubo en el agujero principal que permitiría el transporte de tres cuartas partes del flujo a un barco. Por lo pronto ese es el objetivo primordial de la BP. Pero hay otra fuente secundaria en el suelo marino de la que también sale crudo que no ha sido atendida y una solución, de carácter permanente, tardará meses hasta que se acabe la perforación de un pozo alternativo.

Entre tanto, algunas de las estrategias de contención, como el polémico uso de productos químicos para dispersar el crudo y retrasar su ascenso a la superficie, ya han sido culpadas de la formación de enormes columnas de petróleo detectadas por científicos de varias universidades. Una de estas, según informaron a la prensa, tenía 16 km de largo, 4 km de ancho y un espesor máximo de 91 metros. Pese a que no las detectan los satélites con los que han sido realizados los principales estimativos del desastre, calculan que el nivel de oxígeno en estas zonas ha disminuido un 30%. Los principales afectados, más allá de los daños estrictamente económicos, son las especies que habitan en la región. Básicamente tortugas marinas, algunas de las cuales ya están amenazadas, el atún rojo, cuya población ha descendido un 80% debido a la sobrepesca, y algunas aves marinas como los pelícanos marrones. Adicionalmente, peligran cerca de 2.000 km2 de manglares de Louisiana, Texas y el sur de Florida.

No obstante la magnitud del desastre, continúa el debate en los Estados Unidos frente a la necesidad que tiene el país de desarrollar una nueva estrategia energética que incluya el uso de combustibles tradicionales hasta tanto sea posible pasar por completo al uso de fuentes de energía alternativa. La explosión ocurre, además, poco tiempo después de que el presidente Obama anunció su interés en incentivar la búsqueda de nuevas áreas de perforación. Todo indica que, quizá con mayores cuidados y restricciones, las perforaciones petroleras se seguirán haciendo, al margen de lo que puedan decir críticos y opositores. El propio Hayward lo condensó en una frase que, si bien algo cínica, es bastante representativa de lo que será el  futuro: “Apolo 13 no detuvo la carrera espacial, el avión de Air France que cayó al mar cerca de Brasil el año pasado tampoco impidió que la gente viajara alrededor del mundo. Ocurre lo mismo con la industria petrolera”.

 

Por El Espectador

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