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Servicio en silencio

HASTA 1993, SER MIEMBRO DE LAS fuerzas armadas americanas implicaba no practicar conductas inmorales.

El Espectador
04 de junio de 2010 - 12:19 a. m.

Un sesgo que en el léxico militar significa, todavía hoy, no ser homosexual. La restricción cambió con el asesinato del marino Seaman Allen Schindler, apaleado por sus compañeros tras relacionarse afectivamente con un hombre. Su muerte llevó a que el entonces candidato demócrata Bill Clinton jurara que eliminaría la medida. Una vez en el poder, la promesa fue olvidada. En lugar de emitir una orden ejecutiva que obligara a las fuerzas armadas a respetar la orientación sexual de sus miembros, Clinton creó el “pacto de caballeros”, una política de discreción con la que unos permanecían en el clóset y otros simplemente apartaban la mirada. Sólo si la homosexualidad de algún miembro se hacía pública, llegaba una sanción.

Como era de esperarse, la política del “no preguntar, no contar” no produjo los resultados esperados. En lugar de garantizar la privacidad de algunos miembros, recrudeció la discriminación. Aunque el Pentágono aceptó dejar de indagar por la sexualidad de sus reclutas en los cuestionarios y entrevistas, intensificó las investigaciones. Los llamados a calificar servicio —eufemismo de despido—  por homosexualidad llegaron a su pico en 2001, con 1.273 casos. Sólo el 11 de septiembre retrocedió la tendencia. Los despidos disminuyeron el 30% desde entonces. La caída, sin embargo, no obedeció a un cambio de actitud con respecto a la homosexualidad. Simplemente era un lujo sostener las guerras en Irak y en Afganistán y, al mismo tiempo, perder miembros altamente calificados.

Aunque los hombres han sido los protagonistas de las represalias más violentas, las mujeres también han sido victimizadas con la medida. Desde su implementación, las fuerzas armadas estadounidenses han perdido a cerca del 47% de su población femenina cada año. La discriminación que sufren es doble: primero, por mujeres, y después, por amar a las mujeres. El sesgo es tan claro que desde su origen la política se denominó el “pacto de caballeros”, a secas.

La llegada de Barack Obama a la Presidencia, con el apoyo de los segmentos más liberales de la población, abrió la posibilidad del cambio. Como su antecesor demócrata, él también juró eliminar, el día de su posesión, “la ley que les impide a los americanos homosexuales servir al país que aman por quienes son”. Pero, a diferencia de Clinton, el respaldo para cumplir su promesa es mucho más alto. La abolición de la medida cuenta con el 69% del apoyo de la opinión pública, con el visto bueno de varios miembros de la cúpula militar y con el ejemplo de otros países. Ni la cohesión, ni la disposición, ni la efectividad de las unidades ha disminuido ante la presencia de homosexuales que sirven abiertamente en las fuerzas armadas del Reino Unido, Australia, Canadá e Israel.

Aunque hay quienes insisten —como el congresista Duncan Hunter— en que a los mencionados países no les afecta la “cobardía homosexual” porque, de cualquier manera, no están en guerra, la demora en  la eliminación de la política obedece menos a la resistencia republicana que a la falta de firmeza demócrata. Nadie se explica por qué el presidente Clinton hizo un pacto en lugar de dar una orden ejecutiva cuando todavía se podía, ni por qué el presidente Obama, con mayorías en el Congreso, pasó el proyecto de ley aclarando que, de aprobarse, estaría sujeto a un año de revisión por parte de su Secretario de Defensa. De cualquier forma, debilidad o resistencia, es de esperar que los cerca de 66.000 homosexuales y bisexuales que les sirven a las fuerzas armadas estadounidenses salgan de su silencio. No tiene sentido que deban seguir mintiendo sobre lo que son para morir por el país que los discrimina.

Por El Espectador

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