Contra estas creencias populares han luchado por décadas los grupos degradados por ellas, como las mujeres. Sin embargo, nada más difícil de cambiar que las visiones arraigadas en el tiempo como aquellas que sugieren que la función de la mujer es la procreación, que si la violan es porque provoca y que, pese a ello, debe ser una compañera paciente y complaciente. De aquí que no sorprendan —aunque irriten y preocupen— los resultados del estudio que presentó esta semana el Programa Integral contra Violencias de Género, en el cual se recoge, de la manera más rigurosa, la concepción que se tiene en Colombia de las mujeres. Concepción que por lo demás es responsable de desprecios, como el de la vida, representado en 1.523 asesinatos el año pasado, que equivalen a casi cuatro mujeres muertas por día.
Aunque se hayan implementado políticas y normativas para modificar tales representaciones y garantizarle a la mujer sus derechos, persisten imaginarios, actitudes y prácticas que toleran y avalan la violencia física, sexual y psicológica hacia ellas. Según lo demostró el estudio, el 78% de los cuestionados cree, por ejemplo, que si un hombre está disgustado es mejor no molestarlo. El 73% está en desacuerdo con que las mujeres hagan lo que quieran y sólo el 39% está en total desacuerdo con que sea deber de la mujer tener relaciones sexuales con su marido así no lo desee. Esto último refleja la convicción del rol pasivo de la mujer en la sexualidad que, sin embargo, y de manera paradójica, no la exime de la responsabilidad última del cuidado sexual y del embarazo. Y, como si la censura de la autonomía y el goce no fuera suficiente, uno de cada diez de los hombres encuestados cree que las esposas deben aguantar trasgresiones para mantener la unión y una de cada diez personas —hombres y mujeres— justifica el castigo físico en caso de infidelidad.
Los resultados, afortunadamente, no son del todo homogéneos. Las nuevas generaciones y las personas con mayor educación tienen percepciones más respetuosas de la mujer. También lo hacen los empleados de las instituciones del Estado; avance valioso dadas la visibilidad y poder que manejan. A diferencia del 40% de la población encuestada en los hogares, sólo el 2% de los funcionarios considera que para ser hombre hay que ser aguerrido o valiente y con respecto al rol en la sexualidad, sólo una minoría coincide con la idea de que los hombres necesitan de más sexo que las mujeres y únicamente el 1% considera que la masturbación es una práctica exclusivamente masculina. Resultados, como muchos otros, muy positivos, incluso en el caso de que respondan a la presión institucional que obliga a respuestas políticamente correctas.
No obstante, sin ánimo de desconocer los avances, la situación sigue siendo crítica. Entre los funcionarios, por ejemplo, se cree todavía que la violación se explica por la incontrolable tentación de los escotes y en los hogares que “el amor se expresa de muchas formas, incluso a golpes”. Es tenebroso, además, que la embriaguez siga justificando en un alto porcentaje la violencia en tanto se argumenta que el “pobre” borracho no sabe a quién ultraja. ¿No ve acaso a quién maltrata? Escabrosos imaginarios, sin duda, pero más escabrosa es la tranquilidad con la que espectadores consienten la violencia. Ya es hora de que el país entienda que no hay tal cosa como mujeres a quienes les guste que las humillen, las golpeen y abusen de ellas, y mucho menos que lo requieran o lo merezcan.