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Ángela Maldonado

Recibió el 'oscar verde' en Londres por su trabajo sobre micos nocturnos del amazonas utilizados en investigaciones de la malaria.

Cecilia Rodríguez* / Especial para El Espectador
11 de diciembre de 2010 - 08:52 p. m.

Quizá lo más importante de su trabajo de investigación con micos en el Amazonas es el enfoque práctico de sus propuestas. Con seguridad su formación académica estimuló la creatividad en el diseño de sus propuestas, que son un aporte para resolver grandes dilemas alrededor del planeta y su conservación.

El galardón de oro Whitley que recibió de manos de la Princesa Ana de Inglaterra en la Sociedad Real (Británica) de Geografía, ratifica la eficacia de Ángela Maldonado para romper paradigmas y encontrar soluciones a problemas complejos. Su amor por los micos, que se le despertó después de rescatar en Pasto uno de las manos de un camionero proveniente del Putumayo, la hizo desafiar el prejuicio de que la administración de empresas es incompatible con la conservación de la naturaleza.

Mientras la rechazaban por ser administradora en una universidad en Colombia al presentarse a programas relacionados con la conservación, en Inglaterra le pedían experiencia y referencias que ya había construido con esfuerzo. Así hizo su maestría en Conservación de Primates y su doctorado en Conservación.

Durante estos últimos años Ángela la ha pasado dedicada a ver cómo saca de la cacería de subsistencia a los indígenas, quienes encontraron una fuente de ingresos: la investigación científica en búsqueda de la vacuna para la malaria. Sin embargo, ellos mismos se quejan de la forma en que se han reducido las poblaciones de micos.

Su propósito con el premio —de £60.000, más £30.000 donadas por el banco HSBC— es diseñar métodos de generación de ingresos para los indígenas a fin de que abandonen la cacería de micos, ya que éstos son parte del ciclo de conservación de la selva. Con los estudios de factibilidad para encontrar opciones económicas para los indígenas se ayuda a despejar el dilema de pobreza o conservación. A éste se enfrentan innumerables poblaciones pobres en muchas regiones de países megadiversos. La visión de Ángela para enfrentar este dilema es muy valiosa por su formación académica.

Su causa es de gran significación para el Amazonas colombiano, y sin duda para el peruano y el brasileño. Pero a este dilema que Ángela pretende combatir, se le agrega el otro de biodiversidad o investigación para la salud humana.

Ángela es combativa y persistente. Ha denunciado en la Fiscalía de Colombia, en Perú y en Brasil el método utilizado por los científicos porque entiende la importancia de la investigación con fines medicinales, pero insiste en que se utilicen sólo micos de criaderos. Esto lo hizo el Centro de Primates de Iquitos, (Perú) desde la década de los ochenta y “tristemente el profesor Manuel Elkin Patarroyo en Colombia no lo hizo”, aun cuando se comprometió en aquella época con el Inderena, según Martha Bueno, investigadora especialista en primates enterada del caso.

“Hoy no estaríamos enfrentados a este delicado dilema, tendríamos investigación científica sin amenazas a la biodiversidad”, dice. Pero es muy probable que “las razones fueran económicas, siempre es más barato tomar los recursos directamente de la naturaleza que invertir en un criadero”, denuncia. Pero, ¿es esto sostenible?, vamos a llegar a un punto en el cual estarán gravemente amenazados unos micos que contribuyen con el mantenimiento de la selva amazónica, ya que al defecar las semillas que ingieren en su alimentación, se reproducen los árboles de la misma. El Amazonas es el bioma que más aporta a la regulación del clima mundial.

Ángela además se queja y denuncia el papel pasivo y cómplice de Corpoamazonia, que otorgó a la Fundación FIDIC, dirigida por Patarroyo, un permiso de caza de 800 micos al año para los fines de investigación, además de que parece mero espectador del tráfico ilegal de madera en el triángulo amazónico.

De pronto ella no lo sabe, pero encarna muy bien las posturas de la mayoría de los colombianos frente a sus recursos naturales, y esto la debe animar. Según la Gran Encuesta Nacional Ambiental realizada en 2008 por la revista ambiental Catorce 6 y la Universidad Nacional, en doce ciudades en los seis estratos socioeconómicos, el 91% de la población colombiana tiene un nivel de preferencia por la conservación ambiental y el restante 9% se inclina por el desarrollo económico sin precauciones ambientales.

De igual manera, en la Encuesta de Percepciones sobre la Amazonia de 2010, en las preguntas de Escenarios de Desarrollo, el 82% de los colombianos prefirieron “No permitir la explotación de recursos de la selva amazónica” frente a la opción de explotarlos reforestando y recobrando los daños ambientales que estas operaciones causen.

Aunque los indígenas son quienes en realidad han protegido la selva amazónica durante más de 10.000 años, Ángela es capaz de decir cosas que pueden ser políticamente incorrectas, pero que son realidades de las cuales no se habla: denuncia la corrupción de las comunidades en los trámites de consultas ante el Ministerio del Interior. Dice que no pagará a las comunidades para que le den el visto bueno requerido en el trámite para la investigación que quiere hacer y amenaza con que hará la investigación en Perú si aquí no logra el permiso.

Esta posición refleja su estatura moral y pone en evidencia la distorsión en la cual han caído los instrumentos de participación que incorporó la Constitución de 1991 para las comunidades. Pero más que eso, su trabajo y sus denuncias han puesto en evidencia dos situaciones que contribuyen con el deterioro ambiental: la cacería y la especie de chantaje por el permiso de investigación. Ambas llevan a que las comunidades indígenas se centren en el corto plazo y no en el largo.

Ángela Maldonado es guerrera y así, un baluarte en sintonía con las preocupantes proyecciones que dan cuenta de que para 2030 se habrá perdido el 55% del bosque amazónico, que es gran refugio de biodiversidad. Es claro que Colombia, país megadiverso, requiere más personas con la formación de ella para encontrar caminos de generación de riqueza sin amenazas a la biodiversidad, y con su fortaleza y estatura moral para desafiar prácticas corruptas.

 *Ex ministra de Medio Ambiente.

Por Cecilia Rodríguez* / Especial para El Espectador

 

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