Trump no se zafará tan fácil de México

El 80 % de las exportaciones mexicanas dependen de Estados Unidos. Pero mientras el país manito podría buscar a Europa y América Latina para suplir la demanda de su vecino, el gobierno Trump no tiene perspectivas de abrirse hacia otros países. En cambio, prefiere un enfoque proteccionista.

redacción internacional
08 de febrero de 2017 - 04:49 a. m.
Trump no se zafará tan fácil de México
Foto: EFE - JORGE NUÑEZ

Los constantes reproches de Donald Trump contra México amenazan las relaciones económicas entre ambos países. Pero, más allá de la posible inquietud de México por perder a su mayor socio de exportaciones (80 % de sus productos nacionales van para Estados Unidos), el verdadero análisis debería centrarse en la capacidad de Estados Unidos para vivir sin México a largo plazo. México está buscando un socio —China, tal vez, aunque todavía está en planes— para suplir la demanda que podría perder si Estados Unidos se sale del Nafta —el tratado de libre comercio que tiene con ese país y Canadá y que el presidente estadounidense calificó la semana pasada como una “catástrofe”—; Trump, por su parte, busca rodear la economía nacional con un modelo proteccionista. A largo plazo, es probable que quien quede aislado sea Estados Unidos y no México, que tiene como salidas económicas a la Unión Europea, sus vecinos de Centroamérica y también los dominios de Oriente.

México es el tercer socio de importación de Estados Unidos, después de Aruba y Canadá. En cifras generales, es también su tercer socio de intercambio después de Canadá y China: sólo en 2015, el comercio entre ambos países superó los US$532 mil millones (en 2013 fueron más de US$550 mil millones). Esa cifra no es muy lejana a los US$660 mil millones que entregan sus vínculos con Canadá. En ese sentido, México es esencial para la economía de Estados Unidos, no sólo porque, entre otras cosas, es su tercer proveedor de petróleo, sino que, por mera ubicación geográfica, comparten culturas, traspaso diario de bienes y migrantes y una cultura intrincada de tratos sociales y comerciales. Eso no es gratuito cuando más de 3.000 kilómetros de territorio son compartidos.

Hay varias razones por las que Estados Unidos se verá obligado, si piensa a futuro, a cuidar el mercado que hoy tiene con México: no sólo es uno de los comercios más grandes en su vecindad —ya vimos las cifras: los negocios con México son tan grandes como los que existen con Canadá—, sino también una gran base de inversión para las empresas nacionales. Para 2013, según las cifras más recientes del Departamento de Estado de Estados Unidos, las compañías estadounidenses habían invertido US$101 mil millones en México (y este país a su vez invertía US$17 mil millones en Estados Unidos, lo que lo convierte en su séptimo inversor). Desde el año pasado, Trump ha advertido a empresas como General Motors y Ford que deben restringir sus actividades en el país vecino, puesto que, según el presidente, las plantas que crean en su territorio se llevan los trabajos de los que los estadounidenses podrían estar disfrutando. Sin embargo, anular la dependencia con el comercio mexicano será complicado, puesto que la tendencia desde 1993 ha sido el ensanchamiento de sus lazos: su comercio ha crecido 462% desde entonces. Un millón de estadounidenses viven en México. En 2013, 14 millones de mexicanos fueron a Estados Unidos en turismo y gastaron más de US$10 mil millones. Es evidente que deshacer esos lazos será tan difícil como operar a una hormiga.

Hasta ahora, Estados Unidos se ha mostrado como el dominante en la conversación comercial con México: Trump llama a Enrique Peña Nieto, le habla en un tono fuerte, le anuncia el pago del muro en la frontera, amenaza con rehacer el Nafta. En mayo, los representantes de ambos países podrían reunirse para organizar los términos de una posible renegociación del tratado, uno de los principales también para Canadá. Pero México, aunque hoy se vea amenazado por una posible caída del tratado —que fue firmado en 1994— y vea que Canadá está jugando también por sus intereses, podría tener más chances de suplir su relación con Estados Unidos con un vínculo más estrecho con China (que ya es el segundo mayor socio comercial de México, con negocios por US$75.000 millones en 2015 sin que exista un TLC en el medio) o con la Unión Europea (con el que pasó de tener US$18,5 mil millones en comercio en 1999 a US$62 mil millones en 2015).

Estados Unidos, en cambio, no ha mostrado cuál será su estrategia de comercio exterior en el momento en que saque a México de su lista o reduzca su influencia. Se ha hablado mucho de la dependencia de las exportaciones de México hacia Estados Unidos, pero poco del camino contrario: Estados Unidos envía casi el 50 % de sus productos hacia México. Es un mercado que cuenta y cuenta mucho. Canadá y China, de seguro, quedarán en su lista, a pesar de las bravuras de Steve Bannon, su asesor político, y del propio Trump sobre los líos territoriales en los que China pretende dominar en el mar del sur: en últimas, los intereses económicos priman sobre los asuntos políticos. Y Trump se ha mostrado consciente de ello: sus ataques contra China no han sido frontales y aunque el gobierno de Justin Trudeau, en Canadá, se muestra desafiante con sutileza, no lo ha encarado porque reconoce el valor de sus relaciones. Japón, Alemania, Corea del Sur, Reino Unido (cuya primera ministra, Theresa May, estuvo de visita hace poco en la Casa Blanca, en busca de tratos comerciales más fuertes dado que Reino Unido se saldrá del bloque europeo) y Francia son los países, después de Canadá, China y México, con los que tiene mayores relaciones. Hasta ahora, Trump no ha demostrado que habría una mayor cercanía en las relaciones de importación y exportación con ellos. De hecho, su programa proteccionista todavía no está definido.

Para Estados Unidos, es importante renegociar o incluso terminar las relaciones comerciales con México para que, de ese modo, se puedan recuperar millones de trabajos que su país ha perdido por el trasteo de empresas y bienes nacionales. En perspectiva, esta es una estrategia que va de la mano con el veto a los migrantes y refugiados: uno de sus objetivos es, justamente, asegurar el terreno para que nadie más que los estadounidenses tengan oportunidades de trabajo y la industria nacional se rehaga. La promesa concreta de Trump durante su campaña era crear 25 millones de trabajos en un plazo de diez años, y por eso ha empezado con tanto brío a ejecutar programas que en apariencia protegen la economía nacional, pero, con la vista puesta en los números, la minarían.

Por redacción internacional

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