Hace 112 años, un diario cartagenero, como pregonero de feria, anunció la primera exhibición del cinematógrafo en la ciudad. “Es un espectáculo digno de verse —informó el periódico—, los cuadros que allí se exhiben tienen la animación de la vida y el espectador asiste, desde su asiento, a interesantes escenas de la vida de otros pueblos como si verdaderamente fuera testigo presencial de ellos en el momento en que se verifican”.
La novedad, que para ese entonces tenía mucho de circo y de feria, se presentó durante tres días. En el anuncio de la última exposición, y dada la deficiencia de luz en las imágenes, el periódico excusó a los empresarios con la audiencia de las presentaciones anteriores recordando que la planta eléctrica de la ciudad estaba fuera de funcionamiento. Una fiebre de cine invadió desde entonces a Cartagena. A comienzos del siglo XX, en un extenso solar de la Calle Larga se construyó el Teatro Variedades y el espectáculo del cine se sumó a los vientos modernizantes que alborotaban el letargo del pequeño villorrio.
Fue en este teatro que el 20 de febrero de 1915 Belisario Díaz, un entusiasta del cine, proyectó la película documental titulada El 11 de noviembre en Cartagena, filmada por él durante las fiestas novembrinas del año anterior. Todo parece indicar que Belisario Díaz también grabó con su cámara una película sobre la popular fiesta de la Candelaria. Lastimosamente un incendio en la casa de Díaz destruyó todos sus archivos y privó a futuras generaciones de apreciar el trabajo de este pionero del cine nacional. Lo que sí ha sido inevitable es la construcción de una tradición cinéfila en la ciudad. Y, por supuesto, en ello tuvo mucho que ver el desaparecido Víctor Nieto Núñez, quien en 1960 fundó el Festival Internacional de Cine de Cartagena.
Desde el momento de su creación, el festival generó expectativa nacional. En 1959, un año antes de la inauguración, el sacerdote jesuita Ignacio Sicard se opuso a que el Festival se convirtiera en un “costoso derroche de lujuria, que contrastaría sádicamente con la espantosa situación de angustia y de violencia que atraviesa el país”. Ese mismo año un artículo del Magazín de El Espectador, titulado “¿Qué va a pasar en Cartagena?”, especuló sobre lo que sería el festival y las acciones que no toleraría la junta de censura, a cargo de la Iglesia, encargada de aceptar y rechazar el contenido y el tema de las películas.
A pesar de esto, y no obstante la mirada escrutadora de la crítica capitalina, el Festival Internacional de Cine se ha mantenido. Cada año, en las salas de cine de la ciudad se proyecta lo más representativo del cine latinoamericano y, como lo afirmó el desaparecido Carlos Mayolo, el Festival “es ineludible en la vida de un cineasta colombiano”. En los últimos años el certamen desarrolló una serie de programas de acercamiento a la comunidad. En una suerte de buhoneros de la imagen, los programas “Cine bajo las estrellas” y “Cine en los barrios” llevaron cine a los barrios más populares de Cartagena de Indias y a los departamentos de Bolívar, Sucre y San Andrés Islas.
A punto de cumplir sus bodas de oro, el Festival Internacional de Cine de Cartagena se encuentra bien posicionado. Es el corolario de una tradición cinéfila construida desde los márgenes, que generó un punto de encuentro con el sector cinematográfico internacional. Cuando se apaguen las luces y la película empiece a rodar, el Festival estará cumpliendo, una vez más, con su papel de heredero de una de las más bellas tradiciones.