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Obama, la fuerza del ejemplo

Bush terminó el siglo XX y Obama está empezando el XXI.  No sólo es el hombre del momento, sino el del futuro con quien la gente se puede identificar en cualquier parte del mundo.

Olivier Escarguel
28 de abril de 2009 - 08:18 p. m.

Por su elección, los EE.UU. y el mundo pasaron de la duda a la esperanza, de la inercia a la dialéctica de las palabras: el “sí podemos”, como slogan universal del rechazo de la fatalidad y de las faltas. Por eso, Obama es el primer hombre del siglo XXI y el idóneo para hablar con autoridad en voz alta  ante la comunidad internacional con un altavoz, tanto a “las grandes capitales como a los pequeños pueblos”.

Los primeros meses de su presidencia evidenciaron, tras la estructuración de su política: que el discurso refleja la imagen y los actos el discurso a través de la búsqueda permanente de “la fuerza del ejemplo”.  Entendió, antes de su llegada al poder, las equivocaciones estadounidenses y el cambio del mundo, midió el antiamericanismo y la subida de los competidores, asimismo,  observó que la democracia y los derechos humanos no se imponen artificialmente y a corto plazo, sino que se divulgan desde el ejemplo interior hacia el exterior. Ya había conseguido el vínculo entre lo interno y lo externo, entre sus proyectos de adentro y sus metas de afuera para restablecer del mismo modo la imagen y el liderazgo estadounidense sólo fundado sobre “el uso prudente del poder”.

En efecto, desde el cierre de Guantánamo hasta su último viaje por Europa se confirmó este axioma entre palabras como actos en movimiento y por otro lado propuestas y decisiones. El relaciona permanentemente su fe en los principios de su país como en su capacidad para enfrentar los desafíos que son compartidos por todos porque, “la verdadera fortaleza de los EE.UU. no se deriva del poder de sus armas (…) sino del poder perdurable de sus ideales” lo que se traduce en una postura modesta y el reconocimiento de los errores anteriores. Se trata de la responsabilidad americana de la no regulación y de la deuda en la crisis, el alto consumo de energía que provoca demasiada polución (“si China e India consumieran como nosotros  estaríamos fundiendo”), los fallos en la lucha contra la droga, la guerra en Iraq y la de Afganistán, como también el exagerado nivel de las armas nucleares.

Por eso, en lugar de un enfrentamiento contra su alrededor desaparecieron de su discurso las palabras “guerra contra el terrorismo” o “democracia”, afirma la necesidad de la gestión de los intereses mutuos es decir la búsqueda de un compromiso que también expresa las diferencias y la reconciliación.  En este sentido, habla a todos los pueblos y todos los Estados porque “los EE.UU. son una nación de cristianos y de musulmanes, de judíos e hindúes” son amigos de todos sin discriminación.

Así, se trata de reconsiderar las alianzas y de respetar al competidor como nuevo partidario ya sean China o Irán, Rusia o los Talibanes moderados. Entonces, ya impulsó el pluralismo y el multilateralismo, el diálogo y la cooperación para el bienestar general.  Se da oídos a los demás partidarios y adversarios a sus intereses como a sus diligencias, a sus necesidades como a sus tradiciones. Lo que integra sus sentimientos de seguridad como de identidad. El mapa del presidente Obama es bastante ancho, también su tiempo y su horizonte sin límite, sin abandonar la democracia y los derechos humanos, pero a mediano y largo plazo.

Sacrificó el impulso europeo en la lucha contra la crisis como en Afganistán a pesar de sus intereses internos, y aceptó los desacuerdos.  Finalmente, los EE.UU. de Obama se bajan al nivel de cada uno pero como el único “primus inter pares”.  ¿Visión ideal?  Apenas… cometió errores por lo que no puede hacer todo a la vez.  Si hay prioridades la amplitud de su política no olvida a nadie. No hubo mucho de África y es solamente estratégico: como el Papa Juan Pablo II en Polonia, está esperando el buen momento para ir a decir “no tengan miedo”.

Por Olivier Escarguel

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