Publicidad

Hernán Díaz Giraldo (1931-2009)

SE QUEJABA HACIA 1962 LA RECONOcida crítica de arte Marta Traba de que en Colombia, a diferencia de otros países, la fotografía no recibía la atención que debía asignársele.

El Espectador
02 de diciembre de 2009 - 11:00 p. m.

Pocos la consideraban un arte y, cuando captaba el interés del público, era preciso que el lente se dirigiera “hacia el niño negro con su miserable vientre hinchado, hacia las mujeres de pueblo bloqueadas en las pesadillas de su tarea sin fin, hacia los entierros pobres deslizando su desnudez hiriente y lastimosa por la radiante ladera de la montaña”.

La muerte del fotógrafo Hernán Díaz, a la edad de 78 años, es una triste noticia para el país, y una muy mala para la fotografía colombiana.

Quienes por estos días evocan su nombre nos recuerdan que fue de los primeros en divulgar su trabajo en connotadas revistas estadounidenses como Life y Time, en periódicos como el Christian Science Monitor, de Boston, y publicaciones nacionales como la revista Cromos, en donde solía tener la sección semanal “Encuentros con Hernán Díaz”.

Fue reconocido por sus retratos de famosas personalidades del país. Hermosas mujeres, presidentes, escritores, artistas y empresarios desfilaron por igual frente a la lente de su Leica. Desde Fernando Botero con su Mona Lisa, Gabriel García Márquez y el dirigente del M-19 Carlos Pizarro León Gómez, hasta la escultora Feliza Bursztyn y el librero Karl Buchholz, muchos son los históricos retratos con los que, por un instante, la vida se detuvo en blanco y negro.

Su primer libro, Seis artistas contemporáneos (1963), para muchos fue el contacto inicial con las obras de Eduardo Ramírez Villamizar, Alejandro Obregón, Edgar Negret, Guillermo Wiedemann y Fernando Botero. Le siguieron libros fotográficos de particular relevancia como Cartagena morena (1972), en donde sin mayores preparativos se asiste a la Cartagena negra, alegre y humilde que contrasta con la majestuosidad de algunos de los altos personajes atrapados en los retratos, y Diario de una devastación (1979), Las fronteras azules de Colombia (1982), Casa de huéspedes ilustres de Colombia (1985), Cartagena de siempre (1992) y Retratos (1993).

Para quienes critican la obra del fallecido fotógrafo, por considerarla demasiado cercana al poder y acaso cortesana, habría que insistir en que más que la venia del personaje, Hernán Díaz siempre buscó su fotografía. Si en algún momento fungió como fotógrafo de los poderosos, no lo hizo para rendirles pleitesía. Lo hizo sin pompa alguna y en calidad de heredero de la tradición de los grandes retratistas que, como en el caso de Melitón Rodríguez, ya antes habían incursionado con éxito en el género.

Tan seguro estaba de la validez de su profesión que en los años sesenta fundó la primera tienda galería de fotos del país, una verdadera rareza, con el nombre de Memorabilia. En los setenta, con una intención de divulgación posiblemente parecida, fundó el Taller de Fotografía, en el que más de quinientos alumnos aprendieron de sus lecciones. En ese mismo orden de ideas, fue el primer fotógrafo al que el Museo de Arte Moderno de Bogotá le realizó una retrospectiva individual. Desde entonces participó en numerosas muestras internacionales y consiguió distinciones como el Premio Nacional de Fotografía Federico Hecht y el Primer Premio del Concurso Mundial de Carteles, en Venezuela. Es más, también fue de los más combativos al exigir de los medios de comunicación mayor respeto por los derechos de autor. Consideraba que la reportería gráfica debía estudiarse con infinita consideración.

El compromiso de Hernán Díaz con la fotografía como profesión artística, tal y como quiso Marta Traba que se la reconociera, hoy nadie está en capacidad de ponerlo en duda.

Por El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar