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La buena hora de Evo

EVO MORALES CONTINÚA HACIENdo historia en Bolivia tras el arrasador triunfo en las elecciones del domingo pasado, en las que se sepultó el viejo sistema de partidos.

El Espectador
10 de diciembre de 2009 - 11:04 p. m.

El resultado electoral era predecible y demuestra hasta qué punto su proyecto indígena, de raigambre socialista, ha calado profundamente luego de atender buena parte de sus promesas de lucha contra la pobreza e inclusión social para miles de compatriotas que, como en su caso, desde el nacimiento parecían predestinados a ser ciudadanos de segunda clase en uno de los países más pobres de América Latina.

El desempeño electoral de Morales es el resultado de varios factores, entre los que se cuenta no sólo el amplio respaldo de los sectores indígenas, que representan el 62% de la población, sino el de la clase media, a la que Morales cortejó con éxito durante la campaña. Lo anterior, gracias a la buena coyuntura económica, derivada de los altos precios de su producción energética y minera, que le han permitido llevar a cabo reformas en materia económica y social. Nacionalizó con éxito los hidrocarburos y aumentó la carga impositiva a las compañías petroleras, lo que le permitió obtener recursos para adelantar programas sociales en favor de los menores de edad, de los pensionados y de las mujeres embarazadas, sectores normalmente poco protegidos. También impulsó un amplio programa de alfabetización y aplicó una reforma agraria a campesinos sin acceso a la tierra.

De otro lado, en medio de mediciones de fuerza, paros regionales, protestas y amenazas de separatismo, salió fortalecido al aprobarse una nueva Constitución, dejando a la oposición fragmentada. En este escenario, el mandatario boliviano contará también con una amplia mayoría en la nueva Asamblea Plurinacional, lo que le permitirá meter el acelerador a fondo para sacar adelante las asignaturas pendientes. Sin embargo, esta aplastante victoria también trae aparejados un sinnúmero de retos.

Falta ver, primero, si sus logros en el campo económico obedecieron más a una coyuntura internacional favorable y, en ese sentido, qué tan sostenibles son en el mediano y largo plazo. Ya se anuncia que a partir del año próximo Bolivia tendrá que importar buena parte de sus combustibles, incluso gas, algo que resultaba impensable hace unos pocos años. Y el campo para nuevas nacionalizaciones parece agotado.

Evo, acorde con su ascendencia aymara, puede ser un hombre pragmático, a pesar de su ideologización. Ha jugado cerca de su mentor, Hugo Chávez, de quien se ha beneficiado en su generosa diplomacia petrolera, y lo ha seguido en algunas de sus propuestas populistas y sectarias. Caer en las tentaciones caudillistas que conducen al autoritarismo es una opción que debería evitar a toda costa. A pesar de que manifestó no sentirse atraído por un tercer periodo, el ejemplo de Venezuela, Colombia, Ecuador y Nicaragua puede terminar haciéndolo cambiar de opinión.

De otro lado, deberá honrar su propuesta de “un gobierno de la cultura del diálogo”. Así como la mayoría del país lo respalda, hay también una buena parte de ciudadanos en la oposición que requieren plenas garantías políticas y económicas. Ojalá que las grandes reformas del Estado, que se apresta a acometer, sean en verdad incluyentes y democráticas. Otro de sus fantasmas será la lucha contra la corrupción, pues la empresa estatal de petróleos, YPFB, ha sido fuente de grandes escándalos tras la renuncia de cinco de sus presidentes.

Por todo lo anterior Evo Morales deberá escoger entre el modelo democrático, con inclusión social y alternancia en el poder, o el modelo autoritario, excluyente en lo político y que tiende a perpetuar al caudillo de turno en el poder deslegitimando así la institucionalidad. Ahí está su dilema.

Por El Espectador

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