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Una sátira a Hollywood para no perderse

La película ‘Argo’, dirigida y actuada por Affleck, es un ‘thriller’ al que la crítica ha puesto entre las favoritas en la carrera por los Óscar.

Alejandro Millán / Los Ángeles
10 de noviembre de 2012 - 01:50 a. m.
Ben Affleck busca que sus películas produzcan el dinero suficiente para seguir trabajando en proyectos que le interesen.  / AFP
Ben Affleck busca que sus películas produzcan el dinero suficiente para seguir trabajando en proyectos que le interesen. / AFP

Acabamos de ver Argo y todavía se siente en la camisa el suspenso al salir del cine. Los 20 minutos finales bien le podrían dar un reconocimiento a Ben Affleck, quien en su tercera salida como director nos trae esta película sobre la crisis de los rehenes en Irán ocurrida en 1979, que si no fuera basada en un hecho real el mismo Affleck la calificaría de “una locura insensata”.

Nadie está sorprendido con que Ben Affleck, el hombre que hace unos años servía de anzuelo en las carátulas de las revistas de chismes gracias a su romance con Jennifer López, haya entregado una buena película. Ya había dado buenos golpes con Desapareció una noche, pero en especial con Atracción peligrosa, una película sobre una banda de ladrones en la ciudad de Boston, que le valió el reconocimiento de la crítica y una nominación al Óscar para Jeremy Renner en el papel del impulsivo Jem Coughlin.

Un día después, Ben Affleck está listo para conversar con nosotros. Ha vuelto a su look habitual, sin cabello largo, sin barba. Antes de comenzar la entrevista nos regala una chocolatina hecha por campesinos del este del Congo, donde ha iniciado una fundación para reactivar la economía en uno de los sectores más pobres de África. Reparte, sonríe y se sienta a hablar para El Espectador sobre esta Argo, la que, él lo sabe, le puede traer los primeros romances con el Óscar en su camino como director.

¿Cómo es esa dualidad de actuar y dirigir para usted?

Dirigir es lo mejor que hay, para mí. Y cuando tienes esa experiencia, te ayuda mucho a la hora de actuar, porque de alguna manera sabes lo que pasa más allá de la cámara que te está grabando. Y te ayuda a mejorar en todo, en la forma que hablas, hasta en la disciplina para llegar al set, porque sabes que eso puede atrasar una producción. Las cinco semanas que un director necesita para preparar una película deben ser las mismas cinco semanas que el actor debe prepararse para estar en el set, aprendiendo sobre el personaje, recorriendo los alrededores donde se van a grabar las escenas, estudiando la historia. Y eso que debes hacer como actor, se refuerza mucho cuando has trabajado como director.

¿Cómo ha sido el proceso de dirigir, desde la primera experiencia a este tercer filme, además de combinarlo con la actuación?

Me siento mucho más cómodo. Cuando hice la primera película, las cosas eran casi todas nuevas para mí y, de hecho, no sabía si las podía hacer. Pero en la segunda me sentí más cómodo y en esta tercera, mucho más. Lo fundamental es estar bien, con la cabeza muy clara, saludable, porque es mucho trabajo. Además puede haber ocasiones en que de verdad te bloqueas y necesitas mucha confianza en ti mismo para sacar los proyectos adelante, no sólo en el hecho de tu desempeño como actor, sino en la confianza de la gente que está trabajando contigo como director.

¿Qué tan crítico es con su desempeño en ambos campos?

Soy muy crítico, por eso a la vez tengo confianza en lo que hago, porque no soy un tipo que se conforme con poco y por lo general exijo mucho de las cosas que deben salir en la película. Soy un tipo al que le gusta revisar bastante las tomas que ha hecho, una y otra vez, esta sí, esta no, y hasta que no encuentro la que me haga quedar conforme, no termino de buscar.

Tony Mendez, el espía en que se basa la historia, dijo: “Fue exactamente como estar en ese lugar 30 años atrás”. ¿Cómo lo logró?

Bueno, es genial cuando el tipo que vivió todo eso en la realidad dice una cosa así; es un verdadero logro y me permito estar muy feliz con eso que él dice. Todo se basa en la construcción de la tensión, que la gente cuando salga del teatro salga a decirle a sus amigos sobre el suspenso que sintió. Y eso ayuda también a que la gente pueda dejar de pensar que la película es muy política o hablar acerca del tono. Pero lo que me gusta es que es un thriller, más allá de que sea sobre una historia de la CIA.

Usted estudió sobre temas del Oriente Medio. ¿Qué tanto lo ayudó eso a la hora de realizar la película, que además trata sobre el inicio de este Hollywood que actualmente conocemos?

Sí, claro. Haber tenido esa experiencia de estudiar sobre Oriente Medio me dio la posibilidad de conocer el terreno donde estábamos filmando. Mucha más confianza sobre la historia que queríamos contar. Y sí, claro, es también un momento definitivo en Hollywood, donde casi era el reflejo de lo que pasaba en el país: en esos años estábamos en recesión y eso se notaba mucho. Pero también era el final de una década brillante, donde los mejores estaban haciendo las mejores películas: Scorsese, Coppola...

Al mirar atrás, ¿puede darse cuenta de cuáles fueron esos momentos que lo marcaron y lo hicieron llegar a ser un director con nombre como es hoy?

Hollywood es bastante engañoso en ese aspecto. Muchos pueden pensar que fueron En busca del destino o Shakespeare apasionado, o, al contrario, películas que yo dirigí, como Desapareció una noche. Lo cierto es que en esta industria no se sabe con certeza cómo se puede mejorar, muchos toman riesgos, interesantes por cierto, pero se deshacen. Yo siento que estoy en un momento ideal, entusiasmado con las ideas que van llegando, con el material que estoy filmando. Que tengo un excelente grupo de trabajo. Siento una vitalidad que me encanta, y por supuesto, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que algunas veces fui muy inmaduro.

¿Cuál fue su mejor peor idea?

Creo que grabar una película de la CIA que tiene como fachada una película de Hollywood en Teherán. Si ustedes miran la historia de esta película, es una locura. Traten de convencer a un productor con esta idea. Hay muchos riesgos al intentar contar una historia así, en el tono especialmente.
‘Argo’ también es una especie de sátira sobre las películas de Hollywood...
Es bastante divertido, porque algo que pasa en Hollywood es que se ven muchas cosas que se pueden satirizar: ambición, vanidad, superficialidad. Lo que me encantó de filmar Argo fue que pude hacer un acercamiento a Hollywood, no tanto como satirizarlo, sino como para sacar una sonrisa al respecto. Pero a la vez, la idea era visualizar las historias que se hacen acá, la cantidad de gente que trabaja en la industria, caracterizada por el personaje de Alan Arkin, que puede resultar un poco vanidoso, pero en realidad es un gran tipo.

Ahora que dice que le toma más trabajo siendo director, ¿cómo maneja el tiempo con su familia?

Lo que hacemos es que mientras yo trabajo, mi esposa (Jennifer Garner) no lo hace, y viceversa. Pero con esto de la dirección se han complicado las cosas, porque a mí me está tomando casi dos años cada proyecto y creo que no puedo hacerle eso a ella. Hacemos lo mejor que podemos. Ser director significa un montón de cosas: conseguir los actores, el set, la utilería, en fin, y eso lleva mucho trabajo, así que lo que pensamos hacer es tomar recesos de seis meses, para poder movernos entre el trabajo y la familia.

¿Cómo pudieron grabar en Langley, la sede central de la CIA?

Bueno, eso fue posible gracias a Tony. Él es un tipo muy respetado en la Agencia y eso nos abrió varias puertas. Además, no estábamos haciendo una versión espectacular o fantástica sobre la CIA, sino una historia real, que mostraba el trabajo que en verdad hacían estos agentes, que muchas veces no tienen el reconocimiento suficiente.

Es interesante ver cómo algunos críticos dicen que su desempeño como director es mucho mejor como el de actor. ¿Qué piensa al respecto?

Esas opiniones vienen más de los periodistas, no las he visto en las críticas. No intento quedar atrapado en las cosas que se dicen afuera; en especial en este negocio, te toca evitar mucho escuchar los comentarios. Sé que no se trata de que todos digan que lo que haces está bien, pero no te puedes poner a escucharlos a todos. Es eso.

Por Alejandro Millán / Los Ángeles

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