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La Mojana: entre terratenientes y campesinos sin tierra

Cuál es la relación entre los pequeños agricultores y los grandes ganaderos de una región marcada por la violencia paramilitar, el cambio climático y la visión de dos modelos de vida antagónicos.

Edinson Arley Bolaños / @eabolanos
09 de marzo de 2020 - 11:00 a. m.
La pesca indiscriminada y el caudal del agua siguen siendo una disputa en la región de La Mojana. / Fotos: Gustavo Torrijos
La pesca indiscriminada y el caudal del agua siguen siendo una disputa en la región de La Mojana. / Fotos: Gustavo Torrijos

Los nombres de ganaderos y grandes tenedores de tierra más mentados en La Mojana sucreña son tres: Abelardo de la Espriella Juris, Antonio Guerra de la Espriella y Filadelfo Monterrosa. En un recorrido por esta región bañada por los ríos Cauca y San Jorge, los pobladores contaron que, en la finca Polonia, de propiedad del primero, una veintena de policías se presentó, en junio de 2019, luego de que su dueño denunciara el robo de 130 cabezas de ganado, que llevaban en su piel una marca: la balanza de la justicia. Al segundo las autoridades lo han investigado en dos ocasiones por sus presuntos vínculos con exjefes paramilitares que operaron en esa región, está en la cárcel acusado de haber adjudicado contratos a favor de Odebrecht a cambio de dinero y tiene una finca donde cría ganado; y al tercero, porque es un terrateniente que les prestaba pedazos de tierra a los campesinos para que sembraran arroz y tuvieran qué comer. Murió este año, pero dejó esa costumbre.

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A ocho kilómetros de la cabecera municipal de San Marcos (Sucre) está la vereda El Torno, que alberga a campesinos empobrecidos, algunos con poca tierra y otros sin ella. En El Torno vive Rafael Montes junto a once personas más en un rancho de bahareque. Al lado hay otros ranchos, en el patio está la escuela, a cien metros pasa el río San Jorge y contiguo queda el salón comunitario. Una de las mujeres que vive en el caserío muestra una tortuga, la acaricia y dice que no quisiera hacerlo, pero que será la comida de la familia del día siguiente.

“Nosotros con tierra trabajamos; el año pasado cogimos arroz”, dice Rafael cuando habla de terratenientes como Filadelfo Monterrosa, quien murió este año y siempre le dio un pedazo de tierra a cambio de que luego le dejara ese lote sembrado de pasto para sus vacas. “Si los ricos no hubieran tenido esa dolencia con nosotros, prestándonos esa partecita de tierra, hoy estuviéramos aguantando la de San Patricio. Pero en cambio, el año pasado hubo arroz, se cosechó, se guardó la semilla. El año pasado también hubo más ricos que nos prestaron otro pedacito de tierra y, por eso, todo el caserío hoy tiene arroz”, añade el líder campesino. Sin embargo, eso no es constante y por eso aspiran a tener un predio de cuatro hectáreas “para no envidiarle nada a nadie”, agrega Rafael. Otro líder,  enfila su discurso contra la hija de Monterrosa, una concejal que quiso sacarlos de esas tierras luego de las inundaciones del 2005 y reubicarlos en unas que no son tan productivas, afirmó.

Las riquezas y desgracias de La Mojana

La región de La Mojana es una tierra estratégica para la vida del río Cauca. Es como una especie de desarenador de toda la basura que recoge en la parte céntrica del país, por lo que el caudal llega un poco más depurado al mar Caribe. Su característica principal, es que está conformada por caños, ciénagas y el río San Jorge como corriente principal, que sirve de drenaje y vía de comunicación a la región, explica Wendy López, bióloga del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), quien acompaña a las comunidades de la región y a esta misión por el municipio de San Marcos, entre las tierras de los campesinos y los terratenientes.

Como sucedió en 2016 en la vereda El Pital. Los pedazos de tierra en los que viven los campesinos están atravesados por haciendas de 600 a 800 hectáreas, cuyos dueños son ganaderos, excongresistas de la región y exfuncionarios públicos de la nación.

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En 2016, denuncia un líder de la vereda, encontraron que la ciénaga El Pital estaba cercada con alambre de púas y que cuando se percataron encontraron hombres armados, de civil, quienes les dijeron que ellos estaban cobrando por ese trabajo, pero que apenas se fueran cortaran los alambrados para que no se dejaran robar la ciénaga.

“Algunos terratenientes en época de verano vienen a cercar nuestra ciénaga, impidiendo que se haga la faena de pesca y que los pequeños ganaderos puedan echar su ganado para que esos animales puedan tomar agua. Hace cincuenta años ellos cercaron esas tierras donde está la ciénaga y hoy están reclamando su propiedad, porque aseguran que están pagando catastro”, dice el profesor Amaury Carmelo Ortega, quien tiene de edad lo que ha vivido en la vereda El Pital: cincuenta años. Estos campesinos, después de la creciente de 2010, construyeron con el PNUD una serie de viveros y huertas comunitarias, adaptadas al clima, para sobrevivir en las épocas de invierno y de verano en unas tierras que después de 2010 cambiaron en el paisaje natural y en las formas de vida.

La creciente

Después de las redes de pesca indiscriminada que llevaron empresarios japoneses en la década de los 80, a la región llegaron los paramilitares, de la mano de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu). En todo el departamento, desde los inicios de la década de los 90, se asentaron con fuerza tres frentes: Héroes de los Montes de María, Golfo de Morrosquillo y La Mojana. Este último, desde 1996, centró sus actividades en el sur del departamento, especialmente en el municipio de San Marcos. En 2005 se dio la desmovilización de estas estructuras armadas, pero la guerra silenciosa continuó en el ambiente de la población.

Los nexos de políticos locales con estas estructuras armadas también han delatado a excongresistas de la costa Caribe, incluyendo al hacendado Antonio Guerra de la Espriella, a quien la Corte Suprema de Justicia le reabrió investigación en enero de 2014.

En declaraciones públicas, Jesús Gélvez Albarracín, conocido como El Canoso, uno de los excomandantes del frente Resistencia Tayrona, dijo que conoció al excongresista en viajes que realizó al municipio de Coveñas (Sucre). Lo señaló de haber tenido relaciones con el frente Héroes de los Montes de María y con su comandante, el desaparecido Rodrigo Mercado Peluffo, apodado Cadena, registró este diario en ese año.

Los paramilitares que no entregaron las armas se transformaron en las llamadas Águilas Negras y Los Urabeños, quienes siguieron amenazando, cobrando extorsiones y asesinando en zonas urbanas del departamento, principalmente en San Marcos, pues es un municipio articulador entre La Mojana y el Caribe colombiano. El segundo grupo, dicen los pobladores de la zona urbana, aún ejerce presión sobre los comerciantes. Algunos como extorsionadores y otros como cobradores armados de los prestamistas gota a gota. El conflicto armado en la región ha dejado más de 5.400 víctimas, entre ellas 4.500 desplazados y 504 asesinatos, según la Unidad de Víctimas. No obstante, en 2010 llegó otra creciente: la que arrasó con todo lo que encontró a su llegada.

José María Nisperusa, líder de otra vereda, Pasifueres, está sentado encima de varios troncos apilados y secos. Él cuenta cómo veían estas tierras llenas de agua: “Azul para el cielo y para la tierra”. A finales de 2010 el invierno constante hizo que la creciente del río Cauca desbordara el río San Jorge y todo fuera una catástrofe. Nisperusa levantaba el brazo y el agua le daba en el codo. Durante cinco años, a raíz del cambio climático, se iban y regresaban a la zona. Los caños y ciénagas se rebotaron y 350.000 hectáreas de tierras quedaron anegadas. Pequeños botes de madera eran el medio de transporte. También escaseó la comida y cientos de personas salieron del territorio.

En 2015 formalizaron la creación de la organización comunitaria Asociación de Agricultores, Productores Pecuarios, Piscicultores y Ambientalistas de Pasifueres y hoy cuentan con 700 hectáreas reforestadas con bosque nativo de la región, luego de un largo tiempo de limpiar los caños y pasar por los días oscuros que también les trajo la sequía. El caño, que lleva el mismo nombre de la vereda, fue rehabilitado por los campesinos, apoyados por el PNUD, en 9,5 kilómetros para que pudiera entregarle tranquilamente sus aguas al río San Jorge. Se metieron dentro del agua con trajes especiales, pues el agua estaba contaminada con todo el mercurio de la minería ilegal que se hace en la región del Bajo Cauca antioqueño.

“Estamos en la propiedad de Pedro Díaz, que es un señor finquero de aquí de la comunidad. Él nos dio una hectárea de tierra para hacer un bosque temprano. Eso se hizo con una olla comunitaria. Sin ningún interés, no pensando en el beneficio del señor Pedro. Aquí se hizo un estudio para sembrar estos árboles que hoy ya están frondosos, recibiendo nuevamente a nuestros animales, que también quedaron perdidos después del desastre. Escuche que hoy cantan en este bosque”, dice Nisperusa, quien alega por las malas condiciones de la carretera destapada que los conecta con San Marcos.

En los adentros de La Mojana, es decir, en Pasifueres, no hay tantos terratenientes, aunque de un tiempo para acá, cuenta Nisperusa, han querido llegar a la zona para criar búfalos. Pasifueres antes de la inundación estaba poblada por 120 familias. Con la tragedia quedaron 35 y hoy ya hay noventa. La sequía también la han soportado, a pesar de que ha dejado cientos de vacas, babillas, hicoteas, iguanas y peces muertos. El agua que baja del río Cauca sigue estando contaminada de mercurio y por eso prefieren el agua de pozos subterráneos, que también han construido después de la creciente; además, utilizan filtros para usar el agua del río San Jorge.

En Pasifueres, los campesinos tienen entre cuatro y cinco hectáreas, pero viven con la preocupación de que tarde o temprano lleguen los empresarios del búfalo. “Lo que pasa es que estamos rodeados de una finca que es de unos señores que son de Sahagún (Córdoba), de esas tierras de Chinú, quienes utilizan nuestra ciénaga como su vitrina para meter el ganado en época de sequía como en estos tiempos. Pero los habitantes de la comunidad no somos ganaderos, ese ganado viene de afuera y no hemos permitido ni queremos que llegue el búfalo, porque es un animal que le hace mucho daño a estas tierras, a los animales y al medio ambiente”, comenta Nisperusa.

Al dejar estas tierras, queda el canto lánguido de una canción de Rafael Orozco que se escucha en el radio de un campesino de esta zona rural de San Marcos:

“Y así como las nubes se detienen, después de un vendaval viene la calma. A todo río le pasa la creciente. Menos al amor que llevo en mi alma”.

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Por Edinson Arley Bolaños / @eabolanos

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