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Un diálogo improbable entre policías y manifestantes del estallido social en Cali

Posterior al estallido social que inició el 28 de abril de 2021, tuvo lugar en Cali un diálogo entre manifestantes y miembros de la Policía Nacional. Relato de como sí es posible reconstruir vínculos de confianza recuperando la humanidad.

Diego Arias
28 de abril de 2024 - 02:30 p. m.
Mural en memoria de los jóvenes muertos en Siloé, barrio popular al oeste de Cali. / Óscar Guesgüán
Mural en memoria de los jóvenes muertos en Siloé, barrio popular al oeste de Cali. / Óscar Guesgüán

Muy temprano, en la mañana del 28 de abril de 2021, la ciudad despertó con la noticia del derribamiento de la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar, ubicada sobre una colina al oeste de la ciudad de Cali. En adelante, durante dos meses largos, tuvo lugar lo que inició como un llamamiento a un Paro Nacional, pero que dada la magnitud de lo acontecido, muchos no dudan en catalogar como un “estallido social”.

Esta especie de levantamiento popular fue especialmente fuerte en la ciudad de Cali. Luego de días intensos de bloqueos en varios puntos críticos, de la destrucción de infraestructuras públicas y privadas y de graves enfrentamientos callejeros entre manifestantes e integrantes de la Policía Nacional que dejaron varios muertos y heridos, quedó una ciudad devastada, presa del temor y del miedo, además de profundamente fracturada.

Hay un largo inventario de daños materiales que al final pudieron ser reparados. A cambio, el sentido de saberse parte de una misma comunidad quedó gravemente herido por cuenta, especialmente, de la dolorosa e inaceptable muerte de decenas de jóvenes manifestantes.

¿Dialogar?... ¡Están locos!

Durante los años 2022 y 2023 tuvo lugar en Cali una experiencia inédita. Luego de un delicado proceso de preparación se dio curso a lo que bien podría ser llamado un “diálogo improbable”, producto de un esfuerzo conjunto que involucró a la Arquidiócesis de Cali, la Policía Nacional y el Instituto de Paz de los Estados Unidos. Todos los participantes sabían de lo difícil que sería lograrlo. Daniel Lara, uno de los facilitadores de la Pastoral Social lo reconoció en un evento que hizo público este ejercicio de diálogo que se desarrolló en el más completo sigilo.

“Cuando me comentaron de esta idea yo era bastante pesimista y dije que no iba a funcionar”, recordó Daniel ante un auditorio colmado de gente algo incrédula sobre los resultados del diálogo. La magnitud del dolor y las desconfianzas que estaban de por medio, hacían poco probable que este experimento, si así puede catalogársele, terminara bien.

Dayana González, una destacada lideresa juvenil que participó en el diálogo y aceptó estar en el evento público, cuenta que durante los meses que duró el paro nacional dejó su casa y se fue a vivir a la calle para poder participar de la movilización. Reconoció lo difícil que fue participar de los encuentros con la Policía y que al comienzo se negó a ir. “Le dije a la persona que me invitó, que estaba loca. Me lo propusieron en octubre y yo respondí solo en enero. Al inicio yo no era capaz de mirar a los ojos a los policías, tenía muchos dolores”.

En contexto: Paro Nacional: el malestar de Cali, una ciudad con varias ciudades furiosas que no se hablan

El Intendente de la Policía Nacional Alejandro Guayara, estuvo patrullando las calles de la ciudad en aquellos días difíciles. “Cuando me invitaron a este espacio de una dije que sí… Yo llevaba muchas expectativas, pero en un momento un participante manifestó que no era capaz de mirarnos a los ojos y solo con nuestra presencia comenzó a llorar. Yo me cuestioné si yo había aportado para que ese ciudadano se sintiera así. En medio de los diálogos quería comenzar a derribar todas esas barreras que había. Recuerdo que luego del estallido yo escuchaba que las personas nos decían asesinos y cerdos solo por tener el uniforme de la Policía”.

Mirarse a los ojos

En el auditorio, Dayana sobresale por su pelo rizado y una amplia chaqueta de jean que ella misma pintó con una alegoría al estallido, en la que resalta el monumento del puño alzado que la comunidad construyó en lo que hoy se llama Puerto Resistencia, uno de los principales puntos de bloqueo y manifestación durante las protestas. En su intervención recordó el primer día de encuentros con los policías, después de varias sesiones de sanación entre los manifestantes. “Ese día fue muy difícil decir las cosas porque había mucho dolor. Recuerdo que cuando salimos del encuentro dimos varias vueltas para no llegar directamente a nuestras casas porque teníamos miedo de que la Policía nos siguiera”.

Incluso hubo un momento, recordó, en el que quiso desistir. “En una de las jornadas dije que me quería ir porque nos pusieron en grupos a dialogar sobre la protesta social y uno de los uniformados me cuestionó por qué protestábamos así y eso para mí fue muy fuerte. Luego, otro policía dijo que nosotros éramos unos resentidos sociales”.

De sus 33 años de vida, el subintendente Julián Ávila ha estado 18 de ellos en la Policía Nacional. Y recordó así su participación en el diálogo: “fue algo complejo porque me señalaban como asesino y muchas veces les dije que yo no era ningún asesino y que siempre actuaba bajo la normatividad y la ley, pero yo también les decía que los entendía a ellos. Les decía que yo no salía a ponerme el uniforme para matar a alguien”.

Nicolás Guerrero, un joven artista de 22 años murió en la mañana de un domingo luego de recibir un disparo por arma de fuego en la cabeza. La noche anterior, junto a decenas de otras personas, se había congregado en un sector del nororiente de la ciudad para participar de una velaton en tributo a las ya numerosas víctimas de civiles, especialmente jóvenes, que habían perdido la vida en el marco de las protestas.

La arremetida del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) contra esta expresión pacífica produjo varios heridos y la muerte de Nicolás.

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Laura Guerrero, su madre, acompaña a muchas de las familias y víctimas del estallido social desde el colectivo Memoria Viva Colombiana y recordó que su motivación para hacer parte del diálogo fue la necesidad que sintió de tener una mirada más abierta sobre lo que había sucedido en la ciudad. Ella también dio vueltas antes de llegar a su casa por miedo a que los policías la siguieran. “Ese día, en medio de un ejercicio, me di cuenta de que no estaba respirando bien y fui consciente de lo afectada que estaba, pero luego todo fue fluyendo en las siguientes sesiones”.

Profundamente conmovida Laura relató que cuando fue a poner la denuncia por la muerte de Nicolás, salió de la Fiscalía y se encontró con miembros del Esmad. “En ese momento les dije que les perdonaba todos los muertos, pero que no mataran más gente. Hubo uno que se rio y eso se me quedó grabado en la mente, así que verlos en estos encuentros fue algo muy fuerte”.

“Mi esposo pasó de ver a la Policía como sus ídolos, a ser los seres más odiados en la tierra y en un momento me dije que era momento de bajar la guardia y empezar el camino del diálogo. Empecé a tratar de escucharlos, tragarme lo que pensaba y no emitir juicios apresurados. En medio de las conversaciones yo me preguntaba: ¿Qué hago con el dolor causado con la pérdida de mi hijo?, ¿Será insumo para incendiar la ciudad o para aportar a la paz y el diálogo?”.

Al final del evento en el que se socializaron los resultados del diálogo, manifestantes y policías les pidieron a las autoridades presentes: alcaldía de Cali y Policía, apoyar la continuación de esos ejercicios. Confían en que solo así, la ciudad podrá superar la fractura social en la que quedó. De alguna manera recordaron la letra de la canción con la cual empezó el evento: “Hagamos lo que Dios manda, lo que el corazón nos diga porque queremos la paz y ya Colombia no aguanta más. La música es mujer, es amor y es unidad. Un mensaje que transforme siempre vamos a cantar porque queremos la paz”. La canción fue interpretada por la mayora Helena Hinestroza y el grupo Integración Pacífica, quienes tocaron junto a dos integrantes de la Policía Nacional.

Por Diego Arias

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