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“Insistimos en crear condiciones para diálogos productivos de paz”: jefe del CICR

Entrevista con Lorenzo Caraffi, jefe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Colombia. Analiza los actuales factores de violencia en el país, en especial el incremento de confinamientos y desplazamientos de civiles, así como un año de guerras en el mundo.

Nelson Fredy  Padilla
09 de diciembre de 2023 - 10:00 p. m.
Lorenzo Caraffi, jefe del CICR en Colombia, estuvo en "El Espectador" y advirtió: "Para 2023, puede que tengamos un aumento de personas desplazadas individualmente y tal vez una leve disminución de desplazamientos masivos, así como un aumento considerable de confinamientos y un aumento de casos de personas desaparecidas".
Lorenzo Caraffi, jefe del CICR en Colombia, estuvo en "El Espectador" y advirtió: "Para 2023, puede que tengamos un aumento de personas desplazadas individualmente y tal vez una leve disminución de desplazamientos masivos, así como un aumento considerable de confinamientos y un aumento de casos de personas desaparecidas".
Foto: Mauricio Alvarado

Este domingo 10 de diciembre se celebran los 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Qué significa eso para usted como jefe de la delegación del CICR en Colombia?

Para nosotros es muy importante, porque somos guardianes del Derecho Internacional Humanitario. El año entrante se cumplen también los 75 años de los Convenios de Ginebra, de los cuatro Convenios de Ginebra, que fueron producto del sufrimiento de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y que fueron un enorme avance para asegurar que las personas que no participan o han dejado de participar en los conflictos armados sean respetadas y protegidas. Además, vamos a cumplir 55 años en Colombia. (Recomendamos: Videoentrevista de Nelson Fredy Padilla al jurista Rodrigo Uprimny).

¿Por qué llegó aquí el CICR y cuál es su función esencial?

Llegó a Colombia en 1969 con una delegación regional que desde Bogotá cubría varios países y progresivamente se quedó por la presencia de conflictos armados no internacionales en el país. Entonces creamos una delegación operacional cuyo mandato y trabajo es asistir y proteger a las víctimas de los conflictos armados que afectan a Colombia. Ha sido un trabajo continuo y yo mismo soy testigo de eso porque completo mi tercera misión aquí, la primera fue hace 21 años. Colombia es un país extraordinario, un país donde desafortunadamente el sufrimiento debido a los conflictos armados continúa y como delegados tenemos razones para regresar y trabajar.

¿Cómo un italiano que estudió Ciencias Políticas, que se graduó en diplomacia en Inglaterra, termina en Saravena, Arauca, en 2002?

Después de graduarme quería vincularme a organización que trabajara en las emergencias en relación con conflictos armados. Encontré el sitio de internet del Comité Internacional de la Cruz Roja, me postulé y me seleccionaron. Mi primera misión fue en Sierra Leona, África. Y para la segunda me propusieron ser el jefe de la oficina en Saravena. Así descubrí la vida en Colombia, un país del que había escuchado hablar por su pasado, pero en el que nunca habría pensado pasar casi ocho años en diferentes misiones.

¿Pasar del conflicto en Sierra Leona al de Arauca fue muy diferente?

El de Sierra Leona era un conflicto muy diferente y era muy conocido en el mundo por el nivel de crueldad en los actos que sucedían. Hay muy poca comparación. Allá utilizaban a niños muy chiquitos como tropa por parte de los grupos armados y había costumbres desafortunadas como cortarles los brazos como medida de disciplina y también lo hacían con la población civil. El nivel de debilidad en la presencia estatal que existía era único y los componentes de los grupos armados eran extremadamente jóvenes, no había acceso a medios de comunicación, no había electricidad en muchos lugares, no había un tejido social y el nivel de violencia era muy alto.

¿Qué trabajo hacía allá?

Mi trabajo era en medio de esa situación que existía. Por ejemplo, atender olas de refugiados, identificar niños separados de sus familias, encontrar a las familias y llevarlos de vuelta, que para mí fue algo extraordinario. Me acuerdo que yo estaba en Sierra Leona el 11 de septiembre de 2001 y tuve que hablar con miembros de un grupo rebelde que no tenía televisión porque no tenía electricidad y tuve que explicarles cómo aconteció el ataque contra las Torres Gemelas en Nueva York.

¿Y en Arauca que hacía hace 21 años?

Yo era un expatriado, con un equipo muy chiquito, pero muy unido, de personas colombianas. En la oficina de Saravena teníamos una valoración y de respeto muy elevados de parte de todos los actores armados. Los tenemos todavía y con un nivel de diálogo muy bueno. También ahí el nivel de sufrimiento y de tensión era extremadamente fuerte. Desafortunadamente fallecieron varias personas que yo conocía de la comunidad. Nos conmovió. En ese momento estaban el Eln y las Farc, las autodefensas, estaba el Ejército y la Policía, en un territorio que es bastante pequeño. Se puede imaginar la intensidad del conflicto en esta época y el temor en que vivía la población civil todo el tiempo.

¿A pesar de vivir el estrés y los riesgos de una guerra en África y otra en Colombia, por qué quiso seguir en su papel mediador?

Este trabajo efectivamente produce mucho estrés, a veces produce riesgos inevitablemente, pero te permite hacer cosas extraordinarias por personas que son afectadas por los conflictos armados. Es algo absolutamente extraordinario. Permite cambiar vidas y eso produce una satisfacción enorme. Me acuerdo en África de ocuparme de las liberaciones de personas privadas de libertad y llevarlas de vuelta. El agradecimiento de sus familias es algo que nunca olvidaré. Tengo que decir con toda sinceridad que para mí es difícil pensar en volver a hacer un trabajo más estándar, normal, como lo hacen las demás personas. Es una cuestión de conciencia propia.

¿En esa labor humanitaria, alguna vez se sintió en riesgo inminente?

Fue la vez en que me quedé más impresionado. Un señor nos paró en un pueblo donde había habido combates y estaba vacío. Salió de una casa con un fusil y nos preguntó para dónde íbamos. Yo le di todas las explicaciones y él simplemente se paró mirándome y mantuvo el fusil apuntándome durante unos 30 segundos sin decir nada. Fueron segundos muy largos en total silencio. Parecía estar en otro lugar y hubiera sido bastante fácil dispararme, cosa que no aconteció. Afortunadamente el señor recobró su sentido y después nos dijo: ‘Bueno, sigan’. El chofer y yo quedamos bastante impresionados. Es parte del trabajo que hacemos. Desafortunadamente estamos en medio de los conflictos armados, a pesar de que mitigamos esos riesgos de la mejor manera posible. Hay veces en que nos encontramos en el lugar equivocado en el momento equivocado y hay personas que pierden la vida o resultan heridas o amenazadas.

Estado de guerra, ese ha sido el día a día de 2023. Aparte de Colombia, Ucrania, Sudán del Sur, Myanmar, Gaza. ¿Por qué somos testigos de tantos conflictos y tan intensos?

Ha sido un año difícil. Es claro que hay conflicto entre Rusia y Ucrania de tamaño muy grande y además en Europa, cosa que no acontecía hace bastante tiempo y con un impacto global. Pero es verdad también que situaciones de conflicto armado han existido durante todos los tiempos y no necesariamente llegaban a las noticias y al conocimiento de las personas a nivel mundial porque pueden ser conflictos armados no internacionales. Nuestra presidenta (del CICR en Ginebra, Suiza), Mirjana Spoljaric, estuvo hace pocos días en Gaza, hablando con las personas afectadas, visitando el hospital donde nuestro equipo quirúrgico está operando y las personas desplazadas están siendo asistidas. Es una situación que muestra claramente el nivel de sufrimiento de la población y, al mismo tiempo, tuvimos la oportunidad durante la tregua de la semana pasada de liberar a 105 rehenes que estaba en las manos de Hamás y a 154 detenidos en las cárceles de Israel para reunirlos con sus familias.

¿Estando usted como jefe del CICR en Colombia puede ser llamado a Gaza?

Teóricamente, sí. En Gaza ya tenemos cien personas trabajando con nosotros permanentemente y desafortunadamente uno de nuestros empleados y su familia perdieron la vida en un bombardeo la semana pasada. El equipo ya fue reforzado con equipos y con seis delegados que estaban en otro lugares. Y así como atienden a las víctimas, deben estar listos para salir en caso de crisis en 24 horas. A varios de ellos los conozco y no es la primera vez que les ocurre.

Me parece muy interesante la campaña que ustedes tienen en países como Colombia, titulada “Hasta las guerras tienen límites”. ¿Por qué la hacen y cómo se aplica aquí?

Para recordar a los actores armados que hay límites, que hay leyes para la guerra y eso se llama Derecho Internacional Humanitario y eso debe ser respetado a nivel mundial, es una obligación para todas las partes de un conflicto armado internacional o no internacional. En Colombia se ha vivido un conflicto armado durante muchas décadas. Hubo un momento, un período de gran optimismo luego de la firma del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP que nosotros acompañamos, nosotros facilitamos la logística para las negociaciones y fuimos consultados sobre temas de Derecho Internacional Humanitario. Desafortunadamente, a partir del 2018, y eso lo mostramos en los informes que publicamos cada año, vimos que hubo un aumento de las consecuencias humanitarias. Hoy en Colombia hay siete conflictos armados no internacionales, tres entre gobierno y grupos armados y cuatro entre grupos armados.

¿Los enumera, por favor?

El conflicto entre el gobierno de Colombia y el ELN, entre el gobierno y las (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) AGC, entre el gobierno y las antiguas Farc-EP que no se acogieron al acuerdo de paz, entre ELN y AGC, entre exFARC y el Comando de Frontera, entre las exFARC y la Segunda Marquetalia y entre las antiguas Farc y el ELN. Esas clasificaciones la hacemos para establecer el marco jurídico que obliga a las partes frente a las reglas que tienen que respetar. En ese marco tenemos la suerte de poder tener un diálogo con todos los actores armados bajo un amparo jurídico y la autorización del Estado colombiano, desde los años 80, para decirles a los mandos: ‘Estas son las reglas y estas son las posibles violaciones. Por favor, investíguenlo y eviten que eso acontezca de nuevo’.

Según leí en sus informes, la disminución de los índices de violencia fue por el proceso de paz con las Farc, pero luego, por falta de presencia estatal, se genera la actual atomización de grupos ilegales que causaron un nuevo aumento de todos esos indicadores. ¿Es así?

Sí. Siempre revisamos la evolución de los índices de violencia y es claro que tuvimos un pico en la primera mitad a finales de los años 90, luego en la primera mitad de los años 2000, después hubo una disminución progresiva hasta el momento más bajo que fue en 2017, en correspondencia con la firma del Acuerdo de paz, y después indicadores como desplazamientos masivos, confinamiento, ataques a la misión médica, desaparecidos, subieron constantemente desde 2018. En 2023 las tendencias siguieron a causa de grupos armados preexistentes o herederos de las Farc que pelean por el control de territorios.

¿Eso es normal en un posconflicto que se constituyan mafias en las regiones en busca de poder y de interlocución política?

Creo que cada conflicto es diferente y cada posconflicto es diferente. Hay complejidad en el contexto colombiano porque hay partes del territorio donde la presencia institucional, las oportunidades y las infraestructuras son bastante débiles. Eso ha creado las condiciones para que, a pesar de un acuerdo de paz histórico, se desarrollaran actores que ya existían o que surgieron después del acuerdo de paz y tuviesen choques contra las Fuerzas Armadas y entre esos grupos.

El trabajo de ustedes es muy intenso. Basta revisar sus redes sociales para ver que reciben todas las semanas personas que estaban privadas de la libertad. ¿El delito del secuestro volvió a subir sus índices?

Nosotros no hablamos de secuestro porque tenemos como referencia el Derecho Internacional Humanitario que habla de privación de libertad. Es claro que el principio de base es que una persona que no participa o que ha dejado participar en hostilidades tiene que ser respetada y la toma de rehenes está prohibida. La confianza que tienen en el CICR las partes en conflicto hace que, con mucha frecuencia, cuando hay alguien que está en sus manos privado de libertad y deciden liberarlo, nos llamen para efectuar la liberación y llevar la persona de vuelta a su familia. Si en el 2021 hicimos 27 liberaciones, en el 2022 subieron a 62 y ahora estamos en 65 antes que termine el año. Y creo que varias fueron hechas como gestos para mostrar voluntad de dialogar. Si no estoy mal, hemos ayudado en la liberación de un total de 1.500 personas porque tenemos protocolos claros que garantizan la seguridad de todos los involucrados. Y con frecuencia participan también la Defensoría del Pueblo y la iglesia católica. Ha habido de todo dentro de esas cifras: personas que no participaban del conflicto, personas que sí participaban y fueron capturadas durante los combates y también hicimos liberaciones de miembros de las Fuerzas Armadas.

¿Han podido trabajar sin ningún problema durante el actual gobierno nacional, en ese marco de búsqueda de la llamada “paz total”?

El respeto para nuestra misión no ha cambiado en nada. Tenemos una posición privilegiada. Tenemos 450 personas trabajando con nosotros. Ellas tienen todo mi respeto porque salen para los lugares más remotos del país en Putumayo, Caquetá, Guaviare, Nariño, Chocó, Antioquia, al sur de Bolívar, Norte de Santander, Arauca, lugares donde los conflictos son muy intensos y donde a veces las condiciones de vida son difíciles. La falta de vías para transportarse son difíciles, por eso tengo gran respeto por la motivación de nuestros colegas y el apego que tienen con nuestra misión. Doy gracias también al respeto por parte de los actores armados que nos permiten tener un diálogo confidencial y bilateral, así cuando hay alegaciones de posibles violaciones a las leyes de la guerra, las presentan pidiendo que las medidas sean tomadas para que no se repita el caso. También nos dejan trabajar para el bien de las comunidades que asistimos, no solo por situaciones de conflicto, sino con proyectos que permiten mejorar la infraestructura escolar, el acceso al agua, la situación socioeconómica. El CICR es una institución que tiene que ser percibida como neutra, independiente e imparcial.

Durante los viajes de “El Espectador” a las regiones comprobamos que persisten los desplazamientos masivos de personas por violencia, rurales e intraurbanos, en regiones aisladas desde el Pacífico hasta la frontera con Venezuela. ¿Ese fenómeno volvió a intensificarse?

No tenemos cifras definitivas para 2023 todavía, pero esos fenómenos han continuado. Puede que tengamos un aumento de personas desplazadas individualmente y tal vez una leve disminución de desplazamientos masivos, así como un aumento considerable de confinamientos y un aumento de casos de personas desaparecidas. Son datos que vienen del Estado y de nuestra propia acción. En los desplazamientos masivos asistimos porque las autoridades, por una cuestión de seguridad, no podían entrar. Podemos decir que a pesar de las negociaciones actuales no hubo una mejora sustancial de la situación. Las dinámicas conflictivas entre los grupos armados se mantuvieron.

Habla de la intensificación de los confinamientos. Explíqueme lo que está ocurriendo, en departamentos como el Cauca, donde hay municipios cercados por varios grupos armados y la población civil no puede movilizarse.

Hay varias razones. A veces hay una orden precisa de no salir del caserío. A veces ocurre por la presencia de artefactos explosivos. A veces hay combates que hace que por temor las personas se desplacen de zonas rurales, lo que causa un impacto muy grande desde el punto de vista económico, social y psicológico en las personas. En general, la comunidad después de un tiempo vuelve. Es diferente para los desplazamientos individuales, porque es una amenaza individual que generalmente persiste. Entonces la persona se desplaza mucho más lejos, a lugares urbanos como Bogotá. Y ahí hay toda la cuestión de la absorción en el tejido socioeconómico de la ciudad de personas que vienen del campo. Desafortunadamente, es algo que ha existido en Colombia y ha afectado a muchas generaciones.

Deme un ejemplo de lo que hacen ustedes hoy en una zona rural.

Trabajamos en lo que llamamos zonas operacionales o prioritarias, o sea, donde identificamos problemas ligados a los conflictos armados muy graves. Nos concentramos en esto, en esos lugares, en esos equipos. Hacemos un plan de trabajo con proyectos de asistencia que pueden ser de infraestructura escolar, acceso al agua, mejora de la situación económica, de la producción agrícola. Atendemos objetivos de protección contra hostilidades armadas, contra reclutamiento de menores, contra violencia sexual. La idea es mejorar la vida de las comunidades afectadas y al mismo tiempo crear las condiciones para tener un diálogo sobre esos problemas con los actores armados que pueden ser responsables de violaciones y pueden ser actores armados estatales o no estatales.

¿Y a nivel urbano qué hace el CICR?

Tuvimos durante años pasados una serie de actividades sociales en las cuales utilizábamos nuestros conocimientos derivados en situaciones de conflictos armados aplicados a bandas urbanas violentas. Pero, como tenemos un presupuesto limitado y han aumentando las consecuencias humanitarias de los conflictos armados en zonas rurales, tuvimos que reducir el trabajo en las zonas urbanas y concentrarnos donde consideramos que tenemos un valor añadido mayor.

¿De dónde sale el presupuesto del CICR?

Como toda organización, necesitamos tener un presupuesto para poderlo gastar, para poder trabajar en favor de las víctimas de los conflictos. Cada año hacemos un plan para el año siguiente, acabamos de terminarlo para 2024 y se presenta a los donantes principales en nuestra sede en Ginebra, donde ya he trabajado. El 80% de los fondos vienen de Estados. No es como para Naciones Unidas una contribución obligatoria. Es una contribución voluntaria. Aparte, tenemos el respaldo del movimiento internacional de la Cruz Roja de la Media Luna Roja, que tiene sociedades en cada país. La Cruz Roja Colombiana es una sociedad nacional muy fuerte acá. Un tercer elemento es la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (organización humanitaria fundada el 5 de mayo de 1919 en París tras la Primera Guerra Mundial), que interviene cuando hay, por ejemplo, catástrofes naturales. Entonces hay sociedades nacionales que también contribuyen financieramente al presupuesto y la última parte son fondos que provienen de fundaciones privadas y personas privadas que hacen donaciones.

También nombró el reclutamiento forzado de menores. ¿Ese delito también está incrementando en Colombia?

No tenemos cifras sobre el reclutamiento de menores. Se dice que ha aumentado y nosotros tenemos la impresión de que también la pandemia fue un factor que agravó el fenómeno en zonas urbanas y, más posible, en las zonas rurales. Sobre eso estamos hablando también con los actores armados, porque hay unas obligaciones que existen en el Derecho Internacional Humanitario. Eso se hace confidencialmente sobre casos específicos.

Quiero terminar preguntándole por el impacto de la migración de extranjeros, en especial venezolanos, hacia Colombia, un fenómeno que impacta todos los factores de conflicto. ¿Cómo trabajan ustedes frente a esto?

Ha sido un fenómeno continental. Yo era el jefe de delegación en Brasil cuando la ola de migrantes desde Venezuela comenzó y tuvimos que actuar. Aquí en Colombia hubo que agrandar de nuevo la delegación, pues había sido reducida porque las víctimas de los conflictos armados se habían reducido mucho y ahora había que ayudar en la acogida de los migrantes venezolanos, de los refugiados, que continúan viniendo. Ahora nos concentramos en las zonas más afectadas por conflictos donde los migrantes venezolanos son parte de la población civil. Estamos atentos a eso, porque hay una vulnerabilidad particular por cuestiones socioeconómicas, por el hecho de no tener una red de seguridad en los lugares más afectados por los conflictos y porque ellos no conocen lo que se llama las reglas de convivencia que existen en esos territorios.

¿Cree en un futuro de paz total en Colombia?

Yo espero la paz en Colombia en general, sin importar que se llame paz total o simplemente paz. Como puede imaginar, en tres misiones y casi ocho años de vida en Colombia desarrollé un cariño muy particular por este país. Entonces espero que los conflictos y la violencia en Colombia acaben. Imagino que va a ser un proceso bastante difícil por la complejidad que existe en los territorios. Espero, como todos, que los diálogos puedan dar frutos positivos. Estamos insistiendo en crear las condiciones para diálogos productivos en términos de negociaciones de paz y no solo eso: dentro de los diálogos se pueden tomar medidas que se llaman acuerdos especiales entre las partes. Puede ser para protección de los menores, puede ser sobre las personas desaparecidas, el compromiso a respetar la misión médica, el compromiso absoluto de respetar la acción humanitaria imparcial, el acceso humanitario para atender a las necesidades que hay mientras subsiste conflicto.

¿Esa disposición es permanente, sea diciembre o enero?

Sí. Nosotros estamos disponibles todo el año. Naturalmente, cada uno de nosotros es humano, entonces toma unas vacaciones, pero la delegación nunca cierra, siempre está alguien responsable en estructuras, en el terreno, aquí en Bogotá o donde se necesite. La semana pasada hubo confrontaciones entre grupos armados en el sur de Bolívar y activamos una asistencia de emergencia para ayudar a una comunidad desplazada. Si eso acontece en Navidad, lo hacemos. Aconteció en Norte de Santander hace dos años, el 26 de diciembre, y nuestros delegados hicieron una asistencia de emergencia para una comunidad desplazada.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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