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“La máquina de la paz”, cuando en Ataco se unieron para buscar su reparación

En Ataco, sur de Tolima, sanan los rigores que les dejó la guerra con 13 medidas de reparación colectiva que han sido acompañadas por instituciones como Codhes o Usaid. Un buldócer para despejar sus vías y abrirles oportunidades a sus fincas guarda las historias de resiliencia de comunidades rurales que quieren permanecer en sus tierras para nunca más tener que irse.

Redacción Colombia +20
13 de enero de 2024 - 08:55 p. m.

Rozando las montañas que conectan a Ataco con Natagaima hay un conjunto de siete veredas con paisajes magníficos. Montañas cafeteras sacadas de un cuento, un verde cautivante y silencio, muchísimo silencio.

Doña Ana de Jesús Valderrama ha vivido toda su vida en la vereda Canoas Copete, zona rural de Ataco y una de esas siete veredas tan hermosas como estigmatizadas. Con un nudo en la garganta, la lideresa comunal cuenta cómo ningún actor armado dentro del conflicto se privó de hacerles daño. La guerra en los campos de Ataco fue frecuente y feroz para quienes nada tenían que ver con los violentos.

Hace 22 años, en un 2001 con las FARC acechando a casi toda la ruralidad del sur de Tolima, los campesinos de Ataco vieron ante sus propios ojos cómo el Ejército los atacaba al pensar que colaboraban con la guerrilla. No se sabía si había más sorpresa que terror por lo sucedido.

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“Un grupo de militares quemaron un buldócer que la Gobernación nos regaló para arreglar las vías. Con esa máquina abríamos caminos, creamos tramos para subir a las fincas y darnos la oportunidad de sacar productos. La quemaron porque creyeron que las FARC hacía algún tipo de uso con él. Error. Solo nos servía para hacer relimpias y entradas. Por esa máquina no tenía que transportar a mis hijos a lomo de mula”, dice Ana con una estupefacción que se mantiene con los años.

La gente en Ataco y sus veredas se caracterizan por ser serviciales, tener una sonrisa de oreja a oreja y apoyar a cualquier foráneo que necesite su guía. El conflicto armado les arrebató muchas cosas, pero jamás su empuje y su alegría por surgir y resurgir en medio de la adversidad. Doña Ana es un ejemplo vivo de ello y sus palabras demuestran templanza, transmiten seguridad y convicción de que su comunidad está hecha para servir y dejar atrás lo que en el pasado sólo quiso hacer daño.

“Nuestro proceso para pasar la página de un conflicto con muchos victimarios para nosotros no fue fácil. Créame que en su momento se perdió la confianza en la comunidad; no se sabía quién era quién y eso hacía que el alejamiento fuera significativo. Ahora estamos juntos… más que nunca y uniendo el tejido social que es nuestro gran objetivo”, enaltece Ana.

La guerra en Ataco fue tan vasta que incluso le nubló a la población la forma de ver cómo querían ser reparados. La gente sólo clamaba por paz, pero sin saber sus derechos como víctimas. Un desconocimiento que con el tiempo se esfumaría para cambiar sus vidas para siempre.

En 2016, la Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento (Codhes) llegó al territorio para quedarse. Personas como Marcos Oyaga, coordinador del área de Reparación Colectiva de esa organización, se echaron al hombro los procesos de sanación y de recuperación del tejido social allí como propios y emprendieron la búsqueda de una dignificación para todos; de la superación de una guerra que resistió para irse.

De hecho, ni la Ley de Víctimas logró desde sus inicios calar para tener impactos en la población de Ataco. La paciencia y las capacitaciones fueron elementos que mediaron este proceso que hoy los llevan a contar con 13 medidas de reparación colectiva con los que se alejan de los lenguajes propios de la guerra para acercarse a los de paz y un futuro sin violencia.

“Nos encontramos al llegar con un comité de impulso desarticulado, poco reunido y con bajos conocimientos de las medidas de un plan de reparación colectiva. Con Codhes, respaldados por Usaid, renovamos liderazgos, visibilizamos nuevas caras, realizamos procesos de formación frente al proceso de reparación y se buscó que tuvieran espacios de diálogo e incidencia con la Unidad de Víctimas”, comenta Marcos Oyaga.

Marcos asegura también que las medidas de reparación en las zonas rurales de Ataco se han implementado en un 80% y que ahora la comunidad piensa en clave de un futuro prometedor y con las atenciones que se merecen luego de padecer tanta violencia.

Doña Ana ha sido desde siempre una soñadora. Así se describe y a partir de eso trabaja. Hace parte de Procarretera, el comité de impulso encargado de velar por la reparación de la zona de siete veredas y cree firmemente en que una apertura y mejoramiento constante de sus vías les abrirán paso a una vida sostenible y basada en lo que más aman: el cultivo de su tierra y el orgullo por lo que sus fincas son capaces de producir.

“Ese buldócer que un día nos fue quemado volvió. Es el centro de nuestra reparación colectiva y desde hace un par de años hacemos uso del aparato sin miedo a que nos estigmaticen. Tenemos un trabajo por sectores y ahí vamos adelante. Arreglar las entradas de nuestros hogares es darles un valor agregado a las fincas. Movemos el buldócer por Copilucuá, Balsillas, Canoas Copete y hacia arriba. Recibimos las medidas de reparación colectiva, no nos dejamos vulnerar nuestros derechos y aprendemos; ese es el gran legado de todo esto: cómo actuar unidos cuando ya la organización social que nos ayude no esté en el territorio”, dice conmovida Valderrama.

Los días en los que un diálogo constante con la Unidad de Víctimas era algo complejo son cosa del pasado. Lo propio con los desconocimientos en el Ataco rural sobre los planes de reparación colectiva y los días en los que moverse entre veredas o hacia el casco urbano eran un desgaste insufrible.

Ataco perdonó, pasó la página de la guerra y en sus montañas se siente la sensación de deber cumplido con las ganas de seguir construyendo. Canoas Copete y las demás veredas viven con la tranquilidad de que luego de tantos años de guerra ahora pueden volver a lo que los apasiona e identifica como pueblo.

La señora Ana cambió sus dudas por certezas. Confía en su pueblo, “Esta es la máquina de la paz. El único sonido fuerte que queremos escuchar por acá; la muestra de que la unión alcanza todo”, concluye.

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Guido(27497)14 de enero de 2024 - 05:06 p. m.
La historia de la pérdida del buldócer y, 22 años después, su recuperación, hoy visto por doña Ana como la “máquina de la paz” y el eje de la reparación colectiva, merecería una minga diálogos y conversaciones, en la que muchos que han sido protagonistas deberían participar y decantar lecciones para fijar horizontes de reparación total. En esta minga la comunidad y la Unidad para las Víctimas tendrían mucho que compartir.
Guido(27497)14 de enero de 2024 - 05:06 p. m.
Cuando un relato se transforma en nota de prensa gana estilo propio, pero a riesgo de perder la riqueza narrativa de quienes dan testimonio y omitir voces y miradas. A pesar de esto, la clave está en lo dicho por doña Ana de Jesús Valderrama, quien resalta la capacidad, el empuje y el poder transformador de una comunidad que, víctima de la guerra, el olvido y la desidia estatal, resistió en el dolor y la pérdida y, en nuevos diálogos, fue capaz de encontrar la ruta de la reparación colectiva.
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