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El centro es la periferia: un círculo de palabra en la fundación FUCAI

Los miembros de la Fundación Caminos de Identidad, FUCAI, han aprendido de los pueblos indígenas que los problemas contienen las soluciones, que entre más nos acercamos a nuestros ancestros más innovadores somos y que hay abundancia donde algunos solo ven escasez. Trabajan en nutrición, agua, soberanía alimentaria, infraestructura, gobierno comunitario, cuidado de la infancia, control ciudadano y reforestación, siempre con los pueblos indígenas, siempre desde su centro que es la periferia.

Paloma Cobo (*)
03 de junio de 2023 - 02:00 p. m.
Grupo de integrantes de FUCAI.
Grupo de integrantes de FUCAI.
Foto: FUCAI

Ruth Chaparro, a quien llaman madre, abuela o maestra, es quien abre la palabra. Tiene una mirada serena y el pelo entrecano. Estoy junto a una quincena de miembros de la Fundación Caminos de Identidad, FUCAI, en la sala principal de la sede en Bogotá. Sentados formamos un círculo imperfecto. La voz de Ruth suena ronca, casi partida. Dice que FUCAI, la organización por la defensa de los derechos indígenas que dirige, camina muchos días entre el trabajo y el duelo, entre la risa y el llanto. Este es uno de esos días.

Jaime Manuel Redondo Uriana era wayuu. Había nacido en Manaure. Tenía 18 años y prestaba su servicio militar en el Catatumbo. Fue asesinado en marzo por el ELN, junto a sus compañeros. Jaime Manuel era también el hermano menor de Luis José, quien trabaja en FUCAI como técnico bilingüe.

Luis José dijo después que FUCAI era “la palabrera, quien lleva la voz a la capital” desde los lugares alejados donde trabajan. La voz que llega esa noche a Bogotá es una voz que se duele. Denuncia la violencia siempre inútil de la guerrilla y la crueldad del Estado que dejó solos a soldados jóvenes, ninguno profesional, a pesar de que el ataque hubiera sido anunciado. Señala, yo así lo siento, las injusticias y necesidades que persisten en La Guajira. Esa “estructura que hace presión para que desaparezcan los pueblos indígenas”, en palabras de Ruth. Y, sin embargo, la voz que llega esa noche es también una de consuelo y de ánimo. Una exhortación a seguir. Eso dice el poema que leemos entre todos. Eso, creo, es lo que nos decimos al encender las velas en los pebeteros de metal en nombre de Jaime Manuel.

El comienzo del camino

La Fundación Caminos de Identidad, FUCAI, nació hace 32 años. Eran un grupo de amigos que trabajaban con comunidades indígenas. Ruth me cuenta que se descubrían con frecuencia incumpliendo y diciendo mentiras. Las personas les pedían ayuda y ellos, que eran entonces funcionarios públicos, tenían que decir que no podían, que faltaba un trámite o una firma, que esa decisión no estaba en sus manos. La frustración y la vergüenza los llevaron a crear una organización para cumplir lo que prometían.

El método de FUCAI parece sencillo: observar la realidad, entender los problemas, estudiar cómo han sido solucionados antes, diseñar soluciones con las comunidades, implementarlas y celebrar los éxitos. Hacerlo no es fácil. Requiere, primero, de una disposición permanente a la escucha. Esta es una de las cosas que han aprendido de los pueblos indígenas. Tener paciencia y dejar que la palabra se desenrolle, que amanezca y se convierta en obra.

Escuchar es entender, obedecer y actuar. Así han entendido que “los problemas contienen las soluciones” y que “entre más nos acercamos a los ancestros más innovadores somos”. La aparente contradicción se disuelve. Han recuperado métodos de bioconstrucción tradicionales para hacer casas y escuelas adecuadas al clima, la naturaleza y la vida de las poblaciones con las que trabajan. De los mayores indígenas aprendieron también sistemas de cultivo sin huella de carbono, que permiten llevar mayor variedad de alimentos al plato. Ahora, en el bosque amazónico, hay más de cinco mil hectáreas con especies nativas que ayudaron a sembrar.

Su lema mismo, “el centro es la periferia”, es una contradicción ilusoria: el centro de FUCAI es la periferia. Están en La Guajira, en la Orinoquía y la Amazonía, cruzando fronteras que imaginaron los presidentes y los generales, pero que no dividen la selva, ni el desierto, ni a los pueblos indígenas.

Los objetos

En la mesa, al centro del círculo de la palabra, hay una corona de plumas, seis pequeñas mochilas, bastones de mando, estatuillas, figurines, un sombrero wayuu, algunas flores blancas, un cesto con maíces secos, libros.

También hay una bolsa de un suplemento nutricional llamado Vita Meal. Daniela Ballesteros, profesional de campo mestiza, la toma y la apoya sobre sus piernas. Cuenta que las bolsas llegan a Manaure. Ella, con los técnicos wayuu, ayuda a repartirlas. Leo ahora que una bolsa como la que ella sostiene es suficiente para alimentar un niño durante 30 días. FUCAI las entrega a más de 850 familias. Esa es una solución a corto plazo para La Guajira. A mediano plazo, agrega Camila Sanint, otra profesional de campo de la organización, acompañan a las mujeres wayuu a vender sus tejidos. En las familias de las mujeres tejedoras con las que trabajan ya no hay desnutrición. Pero eso, igual, no es suficiente. La crisis humanitaria es profunda y generalizada. Como afirma la periodista del equipo, Zulma Rodríguez, “para lograr cambios sostenibles en el largo plazo FUCAI lidera también la veeduría de la Sentencia T-302 de 2017 de la Corte Constitucional que declara el Estado de Cosas Inconstitucional. Esto es, la violación, masiva, estructural y desproporcionada de los derechos al agua, salud y alimentación de los niños wayuu y las comunidades de Riohacha, Manaure, Uribia y Maicao”. Comenta Zulma que después de seis años los avances en el cumplimiento de la Sentencia han sido incipientes. Los niños wayuu siguen muriendo por causas asociadas a la desnutrición, en buena parte por la falta de coordinación entre entidades y las fallas de las entidades de control y de justicia.

Al comienzo, la especialidad de los miembros de FUCAI no era la alimentación, ni la salud, ni el agua. Sus fundadores eran especialistas en educación intercultural bilingüe. Formaron 800 docentes y directivos, escribieron textos y programas. Pero en Asamblea de autoridades indígenas se los exigieron. Así que “volvieron al machete, el palín y el hacha”, me cuenta Ruth. Saben que tienen que conocer de suelos, de semillas, de cultivos, de peso y talla, de nutrición y de cocina nativa para poder hablar de hambre cero y soberanía alimentaria. “Vamos a donde nos llaman. Nos dicen qué quieren y para qué lo quieren. Establecemos acuerdos y compartimos responsabilidades. Siempre siguiendo los principios de la pedagogía del amor y con un alto nivel técnico”, apunta orgulloso Adán Martínez, uno de los fundadores de FUCAI.

Más adelante les pidieron contribuir con el fortalecimiento del gobierno comunitario de los pueblos indígenas. Acompañaron la construcción de planes de vida y planes de manejo ambiental. Han formado a más de 500 líderes, autoridades y guardias indígenas y han ayudado a legalizar territorios y organizaciones. Sergio Martínez, coordinador de proyectos, dice que “los equipos de FUCAI hacen lo que no saben hacer, con la convicción de que se puede hacer”. Lo que no dice es que además lo hacen bien. Han ganado el premio Bartolomé de las Casas entregado por Casa de las Américas y han sido reconocidos por Telefónica España como una de las 10 mejores prácticas de transparencia. Ruth, además, fue reconocida con el premio Mujer Cafam en el 2011.

La abundancia

De la mesa, Luz Dary Mojica toma el cesto. Viene de Nazareth, un resguardo indígena Tikuna en la margen del río Amazonas, a una hora de Leticia. Es gestora ambiental en la fundación y técnica bilingüe. Trabaja con niños reforestando la selva quemada. El cesto tejido que tiene en sus manos habla de la abundancia, dice. Recuerda lo que enseña a los niños con los que trabaja: “todos somos ricos, aunque digan que somos pobres”.

Antes de irnos, nos regalan bolsas de fríjoles nativos, cultivados en La Guajira. Eran los excedentes de una cosecha que la fundación había promovido. Todavía me quedan algunos en casa: pequeños, marrones, con un puntito blanco en la punta. Me sorprende saber que vienen de una tierra árida. Ruth, hablando de la posibilidad que tiene la gente de resolver sus problemas, dijo “todos tenemos las semillas”. Dijo también que es preciso retomar la fuerza y la dignidad y trabajar con gozo y disfrute para que las semillas crezcan.

FUCAI, desde el respeto y la acción amorosa, ha ayudado a mostrar esa profusión y esa potencia de ideas, de comida, de saberes, de plantas y de soluciones que están en los pueblos y las tierras indígenas. Con su mirada generosa y sensible, ha sabido reconocer la abundancia que siempre duerme en las cosas.

(*) Investigadora de Dejusticia

(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.

Por Paloma Cobo (*)

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