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“Intenté hacer una reivindicación de la dignidad del suicida”: Piedad Bonnett

Entrevista con la escritora por la edición conmemorativa de los diez años de “Lo que no tiene nombre”, publicado en memoria de su hijo Daniel. Advierte que Colombia ha mejorado en el tratamiento de la salud mental, pero que falta mucho por hacer, en especial por los jóvenes, porque sigue recibiendo “una avalancha de dolor social”. Hoy firma libros a las 11 a. m. en el Gimnasio Moderno *.

Nelson Fredy  Padilla
26 de noviembre de 2023 - 01:00 p. m.
Piedad Bonnett con el libro conmemorativo de "Lo que no tiene nombre" (sello editorial Alfaguara), sobre el suicidio de su hijo Daniel. La portada es un autorretrato de él cuando tenía 18 años de edad. / Foto: Richard León
Piedad Bonnett con el libro conmemorativo de "Lo que no tiene nombre" (sello editorial Alfaguara), sobre el suicidio de su hijo Daniel. La portada es un autorretrato de él cuando tenía 18 años de edad. / Foto: Richard León

Un ejemplo del impacto literario y social que produjo “Lo que no tiene nombre”, publicado por Piedad Bonnett en 2013, dos años después del suicidio de su hijo Daniel, es que un jurado internacional de la revista “Babelia”, del diario español “El País”, lo escogió en 2016 como uno de los mejores cien libros publicados en los últimos 25 años. ¿Ameritaba la edición conmemorativa?

Yo no había caído en cuenta de que eran los diez años de este libro y la editorial fue la que tuvo la iniciativa, algo que agradecí y me conmovió muchísimo, sobre todo cuando vi el resultado, porque cierra un ciclo. (Vea la entrevista de Nelson Fredy Padilla a la periodista Cecilia Orozco por el Premio Nacional Simón Bolívar a Vida y Obra).

El talento que tenía Daniel Segura Bonnett (1983-2011) es evidente desde el autorretrato de la portada y este libro celebra ahora su obra artística.

Sí. Como contiene los dibujos y las pinturas de Daniel, entonces el lector que ya ha leído el libro va a poder tener esta edición para saber de qué naturaleza y de qué nivel era su arte y sus preocupaciones, porque reflejan muy bien las emociones y la tragedia que lo acompañaba. Desde muy niño supimos que tenía un talento tremendo para el dibujo y lo ayudamos a cultivarlo mandándolo a talleres, a que aprendiera de buenos maestros y él estaba estudiando en la Universidad de Columbia, después de haber hecho su carrera en Artes Plásticas. De manera que su vida iba orientada hacia allá, esa fue su gran pasión y yo diría que su salvación hasta cierto punto.

¿Por qué?

Porque no se salvó en términos generales, pero eso le hizo la vida más llevadera.

Completas diez años muy cerca del tema de la salud mental después de escribir sobre lo que significó la vida de tu hijo y, sobre todo, lo que implica acompañar a una persona enferma. La vigencia literaria del libro es absoluta. Lo acabamos de comprobar leyéndote en un seminario de autobiografía en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, donde fuiste mi maestra, no solo por el manejo del lenguaje, sino porque el punto de vista y la estructura permiten que el lector acompañe a una familia que enfrenta la enfermedad y sus consecuencias. Y, en cuanto a salud, hace poco publicaste una columna en El Espectador en la que insistes en los preocupantes índices de salud mental en Colombia, especialmente entre los jóvenes: en 2022 hubo 2.835 suicidios registrados por las autoridades, 936 de jóvenes. Además, 37.359 personas intentaron quitarse la vida y a mediados de 2023 ya iban más de 1.500 muertes. ¿Este tema tabú se ha transformado?

Primero, cuando yo publiqué este libro lo que recibí como respuesta fue no solamente una cosa efusiva y entusiasta sobre el libro mismo, sino básicamente una avalancha de dolor. Se me acercaron muchos padres, muchas madres y, sobre todo, muchos muchachos con enfermedad mental o que creían tenerla. Me escribieron y me contaron lo que les estaba pasando. Ahí fue cuando percibí que este libro estaba tocando un silencio y estaba rompiéndolo. Es un silencio doble: el de la enfermedad mental y el del suicidio, que también sigue siendo un tabú tremendo en esta sociedad. La gente no habla de eso, ni siquiera menciona la palabra cuando alguien lo ha cometido. A veces se disfraza de una muerte natural. Entonces en diez años he tenido una experiencia grande o un conocimiento intensivo de ese dolor social. A través de El Espectador hicimos contigo, a raíz del libro, un especial sobre salud mental, publicamos testimonios sobre esa enfermedad, nos dimos cuenta de la soledad profunda, de la incomprensión familiar, de la incomprensión en los colegios y las universidades, y también de las fallas del sistema de salud, que tiene la psiquiatría relegada al último lugar y eso no solamente en este país sino en muchos. Me contaron de los precios de las drogas, porque las medicinas psiquiátricas de punta solo las pueden ad quirir unos pocos, la mayoría viven con esos medicamentos que los vuelven lentos, los aplanan. El conocimiento ha sido enorme.

Recuerdo ese especial que publicamos en la edición dominical y una de las cartas que recibiste de una joven de 24 años decía: “Según los médicos que me tratan desde los siete años, tengo una enfermedad mental. En la niñez era hiperactividad con déficit de atención o simplemente caprichosa, en la adolescencia era depresión o rebeldía, y ahora no sé qué es. ¿Bipolar? ¿Psicótica? ¿Esquizofrénica? ¿Maniaco-depresiva? Cada vez, en cada cita, cambia el diagnóstico, o tal vez tenga todas estas enfermedades juntas. He tomado ritalina, trazodona, buspirona, fluotexina y actualmente debo consumir al día dos pastillas de wellbutrin, cuatro ácidos valproicos, y dos quetiapinas de 50 mg y dos sertralinas en las noches. La psiquiatra que me recibe creo que ni se acuerda de mí, siempre me cambia el nombre. Tardo aproximadamente 20-30 minutos mientras me transcriben mi dosis (…) Realmente, Piedad, siempre, siempre, siempre, tengo sueño, y dormir es para mí uno de los acontecimientos más placenteros de mi vida, es un escape, no hay nada… Pero debo volver, así no quiera”. De ese tono son los mensajes que sigues recibiendo. ¿Eso, como madre de Daniel, escritora y ser humano, te cambió?

Me ha cambiado profundamente. Primero, yo ya tenía mucha empatía con la gente joven porque fui maestra mucho tiempo. Los jóvenes son mi debilidad y también un enigma, porque como nos separan generaciones yo quisiera entenderlos y eso me permitió entender muchas cosas a posteriori, algunas del mismo Daniel. Otras las veía en las aulas y no teníamos los instrumentos para manejarlas, por ejemplo muchachos dormidos permanentemente, que uno se lo atribuye a la rumba, desgano o a cualquier otra cosa y no sabe que puede ser alguien hipermedicado. Esta experiencia de Daniel por supuesto me partió la vida en dos, pero la experiencia del libro podríamos decir que me enriqueció en la medida en que veo la magnitud del dolor, hasta qué punto funciona en la sociedad la enfermedad mental, porque es que allí donde uno toca, en cualquier familia, te están revelando que hay alguien que sufre de depresión, ansiedad o bipolaridad, enfermedades que pueden llevar al suicidio. He reflexionado mucho sobre eso y muchas cosas alrededor. Yo creo que sí ha habido cambios. Si algo me satisface es que este libro ha tenido que ver con esos cambios, porque es un libro que leen en el bachillerato.

¿Por eso te la has pasado yendo a colegios y universidades?

A muchísimos y eso en un país absolutamente conservador, muy católico y reacio a aceptar que el suicidio es una realidad y, en especial, una realidad de los jóvenes. También me he acercado al mundo de los médicos y también a sus dificultades, porque la psiquiatría es una disciplina muy compleja. Estos días estaba preparando un curso sobre enfermedad y literatura, y leía a Susan Sontag, que habla de que los médicos no quieren rotular, que es toda una polémica. Por ejemplo, la chica que tú citas dice que no sabe si es bipolar, entonces los médicos no quieren encajonar a la gente, pero también al no decirles qué tienen como que no los convierten en seres autónomos con la esperanza de que pueden luchar contra la enfermedad.

En el libro queda claro el gran esfuerzo que hizo tu familia por Daniel y, lejos que lo que algunos dicen sin haberlo leído, el libro no solo se centra en el suicidio: para mí es un homenaje a la vida, un testimonio literario para entender por qué esas personas sufren y por qué su memoria debe reivindicarse. Te he visto firmando libros y abrazando a personas agradecidas por que, por fin, 20 años después podían hablar de lo que les pasó a sus familiares. ¿Es un homenaje a los suicidas, así a alguien le dé miedo decirlo, a su memoria?

En ese sentido, Nelson, este es un libro político, porque yo creo que la literatura es eminentemente política. Y todo empezó con lo que nosotros hicimos antes del libro, cuando publicamos en su muro que Daniel se había dado muerte por mano propia y cuando en la ceremonia de despedida, tanto en Nueva York como aquí en la Universidad de los Andes, yo me vi en la obligación moral de decirle a toda esta gente, que estaba muy conmocionada y que no entendía, que Daniel había tenido una enfermedad mental. Entonces eso ya era una aceptación, pero por desgracia una declaración que solo se hace a posteriori porque le da a uno mucho miedo la discriminación.

Entiendo, ¿pero esos miedos llevan al silencio y al aislamiento?

Con Daniel tuvimos como un pacto tácito de que nadie les decía a los demás que él tenía una enfermedad mental. Porque era un muchacho completamente funcional, que podía ir a la universidad todos los días, aunque con gran dificultad, y luego tuvo un trabajo y luego se pudo ir a una universidad en los Estados Unidos. La gente no sabía que tenía eso y no lo podía acompañar, y aquellos que vieron algún indicio lo rechazaron porque se asustaron. Entonces nos falta tanta educación en un tema que yo sé que es muy complejo. A la gente a veces le da miedo lo que puede producir la enfermedad mental, la asocian con violencia, pero no siempre es así. Está probado que un montón de personas que tienen enfermedad mental se hacen primero daño a sí mismos antes que hacer daño a los demás. Y para terminar de responder tu pregunta anterior, lo que intenté hacer fue una reivindicación de la dignidad del suicida. El suicida escoge ese camino porque no encuentra otro y hay en el fondo una enorme valentía en esa decisión. Yo creo que Daniel fue muy valiente perseverando en la pintura cuando le habían dicho que la pintura ya no existía y fue muy valiente llevando una vida profesional y dejando una obra muy interesante, porque quiso que su pasión estuviera siempre viva más allá de la enfermedad. Y creo que fue valiente también cuando tomó la decisión de suicidarse porque él estaba perdiendo facultades mentales, había estudiado dos meses locamente para ese examen de contabilidad, no entendió lo que vio porque había dejado de tomarse la droga para poder estudiar y dormir; son circunstancias tremendamente trágicas. En ese sentido, sí podría ser un homenaje aunque yo no me lo propuse así.

Daniel tendría hoy más de 40 años. Cuando se lanzó al vacío desde ese edificio de Nueva York tenía 28 y, según cuentas, duró ocho años viviendo la enfermedad en compañía de ustedes. ¿Cuando dices en los escenarios académicos y políticos que hay derecho al suicidio la gente ya lo entiende o aún hay rechazo?

Lo que ha sido increíble es la respuesta afectiva más allá de la ideología, porque yo sé que hay personas muy católicas, pero se me acercan con un respeto tan tremendo cuando me hablan, aunque de vez en cuando uno que otro se atreve como a darme una lección o a decirme que Daniel está en el cielo, cosas bien intencionadas. Pero, en general, el respeto es tremendo en un país donde la gente no respeta lo que el otro piensa. Está de por medio la empatía que un libro que toca una historia tan dramática genera en el lector. Pienso que la literatura produce esa capacidad de empatía, que no la produce una noticia de periódico. Algunos se van contra un ser humano y lo destruyen en las redes sociales, pero cuando ya ven los matices de la tragedia la gente sí sabe comprender.

En el prólogo dices que no pensabas escribir de nuevo sobre esto por miedo a revivir el dolor y porque ya habías logrado serenidad frente a lo acontecido. ¿Por qué volviste sobre el tema?

A mí me plantearon esta reedición, yo no he vuelto a releer el libro, lo revisé para saber dónde poner las imágenes, pero te digo que el día que me llegó yo lloré de nuevo, porque la herida vuelve y se abre. Esa serenidad la consigue un duelo trabajado como el que yo hice y una tragedia sublimada a través del arte, porque tantos duelos se procesan de manera distintas y esta es una de las maneras. Lo que pensé en ese momento es: qué rico que Daniel estuviera en alguna parte del universo y pudiera ver que su arte está siendo visto por gente que, además, comprende su vida y su relación tremenda con esta obra dolorosísima. A los 18 años pintó esto (señala el autorretrato de la portada).

Impresiona el dolor y la desesperación que transmite a partir de la expresión de las manos.

Es que a los 18 años de él no sabíamos todavía que estaba enfermo, pero él ya estaba sintiendo todo ese terror, porque realmente lo que hay ahí es terror y desesperación.

También escribes que aprovechaste este proceso para reflexionar sobre los “errores cometidos”. ¿A cuáles te refieres?

A muchos errores que se cometieron. En el caso nuestro, del padre y la madre. Daniel estuvo primero con el Roacután que le formularon, que es un detonante de la enfermedad mental y ya es un error médico porque nunca nos preguntaron si en la familia había antecedentes de enfermedad mental, que sí hay.

¿Es la medicina que le recetaron antes de los 20 cuando sufría con el acné?

Sí. Nos dicen que puede causar esto, esto y esto a nivel físico, pero nunca nos hablan de enfermedad mental. ¿Qué habríamos hecho? No sé, pero esa información importante no nos la dieron. Él llegaba de la universidad y se encerraba y yo creo que tardamos unos meses en entender que ese encierro no era normal. Eso también es un error, involuntario pero es un error. Luego los errores médicos fueron muchos: psicólogos que se querían hacer cargo de un problema que era psiquiátrico por cuestión de dinero, porque iba dos veces a la semana. Error de él también cuando decidió irse a Nueva York a estudiar administración de arte y no a ser el artista que era, porque tenía mucho miedo del futuro económico, porque se lo habían metido en la cabeza en la universidad; que pintar, dibujar, no daba para nada. Él estaba un poco aterrorizado. Y si revisamos, la Universidad de Columbia se equivocó también haciéndole unas exigencias desmesuradas, el médico de allá no cuidó tan bien la dosis. Cuestiones tan difíciles que tú no puedes tampoco condenar porque son cosas muy en gris.

Explícame lo del costo de la medicina, que es otro factor de fondo.

Mira. Nosotros pagábamos hace 14 años el equivalente de $400.000 de hoy por cada cita con psiquiatra hasta tres veces a la semana, es decir haciendo un esfuerzo sobrehumano, porque somos dos personas pudientes y profesionales que podían hacer ese sacrificio por su hijo. La droga psiquiátrica de verdad buena es carísima y se consigue difícilmente. Lo que les dan a los muchachos que van a los hospitales públicos son cosas muy básicas que producen esos efectos secundarios terribles. En Colombia no hay más de 2,5 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. ¿Qué será eso en el campo? ¿Cómo será cuando un muchacho por allá en el Meta tiene una enfermedad mental, sus padres no comprenden porque no hay educación suficiente y no hay un psiquiatra en la región? Muchos terminan en la indigencia. Por eso yo escribí el libro que se publicó a continuación de Lo que no tiene nombre, que se llama Donde nadie me espere, que es un muchacho en desasosiego, ni siquiera con una enfermedad mental sino con una ansiedad por una culpa y él mismo se lacera sin darse cuenta y va abandonando cosas. El 70 % de la gente que vemos en la calle en estado de indigencia tiene enfermedad mental y nunca ha sido tratada. Es el riesgo que corre cualquier persona, porque eso me lo dice ya la experiencia. Gente que me cuenta: “Mi hermano desapareció hace diez años”. Es otro tipo de dolor que esta sociedad no ha explorado.

Con tu hijo llegaste a un grado de comprensión tan profundo que en un momento, cuando no ven cura para la enfermedad, él te dice: “Mamá, no estés triste”. ¿Ya no estás triste, Piedad?

Ya la tristeza no me acompaña todos los días, a todas horas. No. Yo soy una persona más bien alegre, que le agradezco a la vida muchas otras cosas. Eso no quiere decir que no tenga momentos de tristeza. Los tengo. Sí. El día que va a cumplir años, cuando se acerca el aniversario de su muerte. Hasta con cosas muy pequeñitas cuando voy al supermercado y veo lo que le compraba y ya no le voy a comprar. Pequeñas manifestaciones de tristeza que no alcanzan a convertirme en una persona triste, por fortuna.

Lo sé. En todo caso, creo que lograste, como te lo propusiste, “recuperar a Daniel a través del espejismo de la palabra”. E insisto en que esta obra es un canto a la vida.

Muchas gracias por decir eso, Nelson, porque yo no quería agobiar al lector con un canto a la muerte.

¿Puedes leer la nota que cierra del libro, por favor?

Este es el único momento en que yo le hablo a Daniel de tú a tú: “Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme”.

* Este domingo 26 de noviembre la escritora Piedad Bonnet firmará libros en la biblioteca del Colegio Gimnasio Moderno (carrera 9 #74-09, Bogotá), a las 11a.m., por la Gran Venta de Bodega Literaria de El Espectador.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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Carmela(39411)28 de noviembre de 2023 - 11:51 p. m.
Hermoso libro. Escrito con las entrañas, abrio la puerta para que se empezara a hablar abiertamente, sobre las enfermedades mentales. Gracias Piedad Bonnett. Abrazo...🥰
rogaos(18589)27 de noviembre de 2023 - 01:47 p. m.
Siempre he admirado y leo con sumo interes los articulos de Piedad Bonet y aunque no la conozco en persona y solo veo su foto de perfil en las columnas me produce una ternura y sentimiento de admiracion por la madurez intelectual y periodistica y ese lenguaje humanistico. No conocia su tragedia y este articulo me ha producido un nudo en la garganta pues tengo un hijo medicadopor siquiatria que constituye mi talon de aquiles en mi vida. Y siempre digo que el amor de madre es la presencia de Dios.
Irma(19567)27 de noviembre de 2023 - 03:21 a. m.
Nelsón sus entrevistas y entrevistadas y entrevistados, me conmueven intensamente. Piedad Bonet, que fortaleza,
Edgar(22146)26 de noviembre de 2023 - 06:42 p. m.
Inmenso el corazon de una madre, desesperada y haciendo lo imposible por traer de nuevo a su amado hijo a la vida, a su vida y a su corazon. ADMIRACION.
JULIO(cjfq0)26 de noviembre de 2023 - 05:24 p. m.
Gran libro para un país de enfermos mentales.
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