El Magazín Cultural

Tan brillante como peligrosa

Vigente. Irreverente. Majestuosa. 'La naranja mecánica' parece recién nacida, pero se consagra desde hace 40 años como uno de los mejores largometrajes de la historia del cine.

Isabella Portilla
25 de febrero de 2017 - 11:28 a. m.
Tan brillante como peligrosa

 

1944. Segunda Guerra Mundial. Anthony Burgess y su esposa caminan por las calles de Londres. A lo lejos ven a cuatro hombres fornidos que caminan hacia ellos. Cuando están cerca los rodean por lado y lado. Mientras dos de los soldados los saquean, el otro par viola a su esposa. Tras el episodio, el matrimonio recibe una terrible noticia: la criatura que lleva en el vientre la señora Burgess está muerta.

Con desazón y rabia, dieciocho años después, en 1962, el escritor británico se recluye en su estudio y, a la vez que soporta los dolores de sus recuerdos y de una terrible enfermedad cerebral, materializa su catarsis en un libro sobre el libre albedrío y la moralidad: A Clockwork Orange.

Tiempo después el novelista Terry Southern, adicto a la sátira y a las altas rarezas literarias, le regala la obra a un genio. Un genio neurálgico y esquizofrénico. Un genio como casi todos los genios. Así que Stanley Kubrick lee el libro de una sola sentada y pasa lo que tiene que pasar con las obras de arte literarias.  Al terminar de leerlo, Kubrick sabe que un actor perturbado, indomable, pero en sí mismo seductor, será el protagonista de su filme: Malcolm McDowell. Entonces se crea otra obra de arte.

1971. En la pantalla gigante se puede ver a Alex, Pete, Georgie y Lerdo: Los Droogs. Los inolvidables Droogs.  Los que se visten de blanco, tirantas y sombrero hongo inglés para visitar Korova y tomar leche con una que otra sustancia, alguna que los deje listos para acabar con el mundo: para golpear al hombre con libros, para violar a la chica que minutos antes fue  ultrajada por el temible  Billyboy. Para huir en un auto robado hacia el bosque y entrar en una casa en donde amarran a un escritor y violan despiadadamente a su esposa.

El mundo entero se paraliza con Alex DeLarge , el subversivo, el ultraviolento, el guapo líder de la banda, el que se lleva a su cama a dos jovencitas que con insinuaciones fálicas quieren que su sexo sea penetrado por él.  El que cómodamente vive en su hogar futurista, amparado por unos padres caritativos que después terminarán reemplazándolo por un inquilino.  El que después de ser víctima de una coartada de sus ‘friends’ es apresado por la Policía y conducido a una cárcel después de enterrar una escultura en el cuerpo de una mujer. Después de matarla. 

Alex, a quien la vida parece acabársele en aquel lúgubre lugar, se une a la iglesia del centro penitenciario; allí, además de interesarse por la lectura de El Libro Grande y de imaginarse azotando a Jesucristo mientras es llevado al calvario, encuentra un sitio para seguir disfrutando del placer que más precia: la música, especialmente la de ‘Ludwig van...’ Su buen comportamiento en la cárcel lo conduce a ser el elegido para que se le imparta el tratamiento Ludovico: un proceso tortuoso que busca corregir la conducta de los expresidiarios.  Desde ese momento se verá cómo los sistemas políticos y su manipulación hacen del hombre un ser corruptible.

Para su realización, Kubrick repasó numerosas revistas de arquitectura de Inglaterra hasta dar con las locaciones añoradas. El resultado: futurismo, minimalismo y resplandor. Tan sólo tuvo que construir tres escenarios. Todo lo demás lo halló gracias a su obstinada dedicación.  Igualmente exhaustiva e innovadora resultó la técnica.

La música estuvo a cargo de otro/a genio/a. Walter Carlos, el travesti con el oído más agudo del mundo que devino después en Wendy Carlos, convirtiéndose en una brillante compositora de música electrónica.  La película sólo incluye temas realizados por Carlos, incluyendo obras propias y arreglos instrumentales de Beethoven, Rossini y Purcell. Quién no recuerda el  preludio, esa sensación hipnótica creada a partir de la marcha fúnebre de Henry Purcell.  O cómo olvidar la novena sinfonía de Beethoven que suena al fondo cuando las estatuillas de Jesús danzan en la pantalla. 

Kubrick aprovechó la historia de Burgess para mostrar sus propias obsesiones: la violencia, la música clásica y una estética limpia, futurista y extremadamente meticulosa.  Por momentos, su nivel de autoexigencia lo llevó al sadismo. Malcolm McDowell tuvo incontables problemas con él durante el rodaje y la mujer que había sido contratada como la esposa del escritor a la que violan renunció por no soportar la carga de la escena ni la demencia del director.

A partir del inmediato éxito,  muchos adoptaron la estética de A Clockwork Orange. Trainspotting, de Danny Boyle, fue promocionada como “La naranja mecánica de los 90”. En Los Simpsons son numerosas las referencias hechas a Kubrick. Kylie Minogue , Madonnna y otros artistas apropiaron el vestuario de los pillos que tomaban Moloko. Hasta los Rolling Stones tuvieron la loca idea de crear una versión  en donde ellos fueran los protagonistas, con Mick Jagger como Alex.

La temática no pasó inadvertida. A pesar de ser una distopía, fueron numerosos los jóvenes en Inglaterra que imitaron la vestimenta de Los Droogs y trataron de emular su comportamiento. Un asesinato poco después del estreno llamó la atención de la prensa inglesa, que hacía mención a la película como propiciadora de violencia, tanto así que el mismo Kubrick tuvo que cancelar su exhibición en 1973. 

Pero más allá de la controversia, este film, que gracias a su vanguardismo parece hecho en 2050, logró gracias a su imponencia y refinamiento, dejar precedentes de verdadera perfección en el arte. Si no, preguntémonos: ¿qué parte de la película se tendría que eliminar?

El joven Nadsat

Anthony Burgess ,que además de escritor era lingüista y compositor musical,  se inventó una jerga juvenil para su novela, La naranja mecánica,  a partir de términos eslavos , más que nada rusos. En la película estos términos se depuran y se adaptan en el guión para que puedan ser comprendidos por los espectadores.  Así, los amigos de Álex son los ‘drugos. La leche es ‘moloko’. La cabeza es la ‘quijotera’. La boca es la ‘rota’ y  los pechos son los ‘grudos’. La jerga tuvo relevancia entre los jóvenes de la época que durante un tiempo adaptaron esas palabras a su habla coloquial.

Por Isabella Portilla

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