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Así marqué por última vez a Ronaldo

Yair Arrechea, defensor del Tolima, se dio el lujo de enfrentar al máximo goleador de los mundiales antes de su adiós del fútbol.

Yair Arrechea Amú/ Adaptación: Fabián M. Rozo Castiblanco
19 de febrero de 2011 - 09:00 p. m.

El astro brasileño le demostró al defensor del Tolima ser una persona humilde desde el saludo hasta con un gesto que se convirtió en tesoro para el de Santander de Quilichao.

Todavía con el sinsabor que cuesta superar cuando se pierde una final, pues el dolor aumentaba al saber que Tolima ya no iría a la fase de grupos de la Copa Libertadores, el repechaje en realidad sabía a poco.

Pero ese sentimiento de tristeza en cierta forma se pudo digerir mejor cuando conocimos el rival. Nadie se alcanza a imaginar entonces lo que sentí cuando me enteré de que enfrentaríamos a Corinthians. Fue más que un premio de consolación, porque ante la desazón del subtítulo nos correspondía enfrentar a uno de los grandes de Brasil y, lo mejor, en su nómina estaba un genio como Ronaldo.

La verdad, lo atribuyo a una casualidad del destino, porque siempre había admirado su carrera por lo que hizo en el fútbol y especialmente si había algo que me cautivaba demasiado era la técnica depurada que siempre le distinguió, ya que a pocos como él le vi resolver en velocidad con tanta sutileza.

Nunca me imaginé tenerlo al frente, lo confieso, al menos en una cancha, porque enfrentar a un jugador que dejó historia por donde pasó, además de ser bicampeón del mundo y máximo goleador de los mundiales, no era cuestión de todos los días. Un privilegio sin duda.

Pero a su vez una gran responsabilidad y por eso no sobraron las recomendaciones del cuerpo técnico antes de comenzar esa llave en São Paulo. La instrucción fue clara: no dejarlo voltear, porque ya por su peso jugaba más de pívot, pero así no tuviera la movilidad de antes, estaba claro que al quedar con el arco de frente, la colocaría donde él quisiera.

Cuando saltamos al campo del Pacaembú, pues uno sale metido en su cuento, con mucha concentración y en particular sí que la necesitaba para no descuidarme ante un monstruo de esos, pero una vez se produjo el saludo protocolario y que todos los jugadores nos saludáramos entre sí, a la hora de estrecharle la mano a Ronaldo sentí una energía especial, porque siempre tuvo esa sonrisa inconfundible, buen humor en pocas palabras.

Ese gesto desprevenido terminó por demostrarme que más allá de su figura de estrella, muy bien ganada por demás, era un hombre de mucha humildad. Obviamente sonó el pitazo del árbitro y ya fue otra cosa, entonces como siempre se la daban o tiraban, la fórmula sólo ofrecía dos alternativas: anticiparlo o aguantarlo.

Sobre el papel, fácil, pero vaya y hágalo… En una, por ejemplo, con toda la fuerza de su cuerpo logró voltearse y rematar al arco, aunque por fortuna el remate no pasó tan cerca, pero igual nos ganamos el regaño de (Anthony) Silva. Después no entró mucho en juego, pero en una de esas arrancó con potencia y para evitar que quedara mano a mano, le tuve que hacer falta y me gané la amarilla, pero era eso o exponernos a un gol que complicara la serie.

Era claro, evidente por demás, que el hombre estaba pasadito de peso, pero les decía a mis compañeros que si así no más era peligroso, que se lo imaginaran con unos kilitos menos, seguiría siendo esa amenaza que no se cansó de hacer goles con el PSV, Barcelona, Inter y el mismo Real Madrid.

Cuántas celebraciones, cuántas definiciones de crack, pero si me tengo que quedar con algunas, hay dos que nunca se me borrarán de mi mente: una con el Barcelona, cuando en medio de dos defensores se la tocó con una maestría al arquero para dejarlo casi en ridículo, y la otra en el Mundial de Corea y Japón 2002 frente a Turquía, al rematar de puntazo y sobre la carrera. Una joya.

 Por fortuna pasamos invictos ante su inagotable olfato y aunque en la cancha nunca habló con nosotros, se notaba su liderazgo, porque a toda hora les decía a sus compañeros que salieran, que se la dieran a él, pero no a manera de regaño, sino con voz enérgica que es distinto. Bueno, al menos eso era lo que entendía, porque no hablo portugués.

Igual con mi español me hice entender y al terminar el partido en Ibagué le di la mano, las gracias y le dije ‘Dios lo bendiga’ y él apenas sonrió, más allá de que estaba caliente por el resultado, igual fue un caballero.

Esa imagen la tengo y tendré grabada por siempre, ya que desde que empecé en el fútbol y como arquero de la escuela Los Tigres del Balón, en mi natal Santander de Quilichao, soñé con enfrentar a futbolistas de élite y ahora no sólo tuve ese honor con Ronaldo, sino que de paso estuve en los últimos minutos oficiales que disputó uno de los más grandes de la historia.

Igual, es algo que no conversamos mucho con el grupo, ni siquiera con mi hermano Yovanni, quien también es delantero, pero eso sí, todos nos sorprendimos cuando a comienzo de semana anunció su adiós del fútbol, porque aparte de gran tipo, fue alguien que le dio mucho al deporte y creo, después de estar en la cancha a su lado, que todavía tenía mucho por dar.

Si tomó la decisión fue por algo y así unos digan que se fue por la puerta de atrás, creo que después de todo lo que ganó, lo de menos era cómo se despidiera. Me considero un privilegiado al haber estado ahí y, más allá de los recuerdos, me queda un tesoro que para mí es más bien una verdadera reliquia: su camiseta.

En el juego de ida, al terminar el partido, se la pedí y me dijo que sí, entonces esperaba que se la quitara y me dijo que me la enviaría al vestuario con uno de los utileros. A los 10 minutos ya la tenía en mi maleta y la verdad, ni me lo creía.

Imagínense ahora el valor histórico que tiene esa prenda y por ello la tengo muy bien guardada, porque sé que muchos quisieran tenerla. Entendible, pero ese es el mejor trofeo que pude llevarme de un duelo que siempre soñé y gracias a Dios no sólo se hizo realidad, sino que en cierta forma gané.

Por Yair Arrechea Amú/ Adaptación: Fabián M. Rozo Castiblanco

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