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Los Yanquis de Nueva York perdieron los dos primeros partidos frente a los Dodgers de Brooklyn, en el ‘’Ebbets Field’’, pero se sacudieron para igualar el Clásico de Otoño, triunfando en los dos desafíos siguientes en el ‘’Yankee Stadium’’, y llegó el quinto juego, que tenía como escenario la ‘’Casa que ayudó a construir Babe Ruth’’.
Era el 8 de octubre de 1956. Casey Stengel, el estratega de los Yanquis, ya había utilizado los servicios del derecho Don Larsen en la Cita de Octubre de ese año, sin mucha suerte, porque la gran tarea desde la ‘’lomita de los suspiros’’, había estado a cargo del formidable Whitey Ford, Tom Morgan, y Tom Sturdivant, hasta ese momento; mientras que Bob Turley, apareció en el sexto partido, y Johnny Kucks, en el séptimo.
Los 64.519 aficionados que colmaron el ‘’Yankee Stadium’’, para ese quinto y decisivo juego, que dejaron en taquilla la suma de US$ 413.003, se sorprendieron cuando escucharon el nombre de Larsen para enfrentar a los Dodgers, pues a pesar de que había desarrollado una admirable labor en la temporada regular, con 11 triunfos y 5 derrotas, y 3.26 de carreras limpias por juego, no era el hombre de confianza para tamaña responsabilidad frente a la inmensa y exigente afición de Nueva York, y quizás, para tan valioso compromiso.
Sal ‘’El Barbero’’ Maglie, era el serpentinero rival, en cuyo brazo los Dodgers confiaban para regresar a Brooklyn, con ventaja en la Cita de Octubre, quien había registrado en la campaña regular 13 victorias y apenas 5 derrotas, con 2.89 de efectividad.
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Cambia su ‘’mecánica’’
Don había cambiado semanas antes de llegar al Clásico de Octubre su manera de trabajar desde la loma de los sustos, al dejar a un lado su acostumbrada ‘’mecánica de juego’’ con ejecución completa, eliminando todo su movimiento para cada lanzamiento, soltando los envíos de manera directa, una vez hacía contacto con la tabla del montículo. Y le estaba dando buenos resultados.
Walt Alston, el estratega de los Dodgers, llevó al diamante a su nómina indiscutible, con Jim Guilliam en la segunda base; el ‘’Pequeño Coronel’’, Pee Wee Reese, en el campocorto; Duke Snider, en el bosque central; el inolvidable Jackie Robinson, en la ‘’esquina caliente’’; Gil Hodges, en la primera almohadilla; el cubano Edmundo Amoros, en el bosque izquierdo; Carl Furillo, en el bosque derecho; y el sensacional, Roy Campanella en la receptoría.
Casey Stengel, el capataz de los Yanquis, llevó al campo de juego a Hank Bauer, en el bosque derecho; Joe Collins, para defender el primer cojín; el indiscutible Mickey Mantle, defendiendo el bosque central; el ‘’pequeño-gigante’’, Yogi Berra, detrás del plato; Enos Slaughter, en el jardín izquierdo; el controvertido pero grande entre los grandes, Billy Martin, custodiando la segunda almohadilla; Gil McDougald, como torpedero, y Andy Carey, para cuidar la ‘’esquina caliente’’.
En los tres primeros episodios del sensacional quinto juego del clásico, ‘’El Barbero’’ Maglie, por los Dodgers, y Don Larsen, por los Yanquis, mantenían un cerrado duelo de lanzadores, sin que ninguna de las dos novenas hubiese podido despachar el primer inatrapable en el compromiso, manteniendo la gran expectativa entre los aficionados que colmaban el parque de pelota de los ‘’Mulos del Bronx’’.
El gran Mickey
Con dos outs colgados en la pizarra, entregados por Hank Bauer, saliendo con batazo de tercera a primera; y abanicando la brisa Joe Collins, frente a las ofertas del gigante de 1.89 de estatura y 185 libras de peso, ‘’El Barbero’’ Maglie, en el cierre del cuarto episodio, Mickey Mantle, el tercer bate de los Yanquis, sacudió un descomunal batazo a la zurda por el bosque derecho, para producir con un cuadrangular, la primera carrera del juego y el primer indiscutible del partido.
Ya Larsen había pintado de blanco las casillas cuarta, quinta sexta de los Dodgers, y el tablero se mantenía una carrera por cero, a favor de los Yanquis.
Pero cerrando el sexto, el tercera base de los Yanquis, Andy Carey, conectó el segundo imparable del juego; llegó a la intermedia con sacrificio del propio Don Larsen; y el guardabosque derecho, el sensacional Hank Bauer, remolcó la segunda carrera para la novena del Bronx, con metrallazo hacia el bosque derecho.
Ganando el juego 2 carreras por 0, Don Larsen sale a cubrir el último gran trayecto del compromiso, en los episodios séptimo, octavo y noveno, y Yogi Berra, el receptor de los Yanquis, no se atrevía a decirle a su compañero y lanzador de la tarde, lo que lentamente venía tejiendo como hazaña en una Serie Mundial.
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Los tres finales
Los tres últimos capítulos del juego son trabajados por Larsen de manera espectacular.
Guilliam sale del campo corto a la inicial para el primer out, en la séptima entrada; Reese batea elevado a manos de Mickey Mantle; y Duke Snider da batazo al bosque izquierdo, al guante de Slaughter.
En el octavo, Don Larsen domina al difícil Jackie Robinson, con batazo a sus manos, para el primer out en la primera almohadilla; Gil Hodges batea elevado al guante de Carey, en la ‘’esquina caliente’’, y el cubano Edmundo Amoros, sale con elevado a la manilla de Mickey Mantle.
Ya el rumor del Juego Perfecto, estaba de boca en boca, especialmente entre los cientos de aficionados seguidores de los Yanquis, y en las graderías del ‘’Yankee Stadium’’ había una especie de ‘’pacto de silencio’’ para no romper el encanto del partido y despertar, de pronto, un nerviosismo difícil de dominar por parte de Don Larsen.
En el noveno
Los primeros 24 bateadores a los cuales había enfrentado Don Larsen, estaban ‘’en el bolsillo’’, pero para cerrar el compromiso,
el derecho de los Yanquis necesitaba colgar los tres últimos outs de la novena entrada. Y como siempre sostuvo Yogi Berra, ‘’el juego se acaba, cuando se acaba’’. Por el momento eso no había ocurrido.
Larsen sube la lomita y domina a Furillo con elevado al bosque derecho, al guante de Hank Bauer, se fabrica el out número 25 del partido. Faltaban dos para concluir la faena.
El gigante y formidable receptor de los Dodgers, Roy Campanella, batea a la segunda base, en donde Billy Martin, sin complicaciones, atrapa la pelota y consigue el segundo out de la entrada, en la primera almohadilla, en acción con Joe Collins.
Y para cerrar con broche de oro, Don Larsen se enfrenta al emergente bateador por el lanzador ‘’El Barbero’’Maglie, el veterano Dale Mitchell, su última víctima del juego, quien termina entregando el último out de la última entrada, abanicando la brisa.
Don Larsen acababa de cubrirse de gloria, al lanzar un Juego Perfecto en una Serie Mundial, el primero y hasta ahora el único, después de 63 años de vigencia de su marca, y contando, para una historia que por el momento no se sabe cuándo terminará.
Para cerrar la nota del histórico juego, hay que resaltar que Andy Carey, en la antesala, y Mickey Mantle, en el jardín central, atraparon en sensacionales jugadas, batazos que pedían camino a la etiqueta de indiscutibles, pero magistralmente salvaron la inmensa tarea de Don Larsen en el desafío.
Con 97 lanzamientos
El veterano y destacado periodista venezolano, Juan Vené, uno de los pioneros entre los latinos, con más de 50 años de estar presenciando el béisbol de las Grandes Ligas, en su libro ‘’La Historia de las Series Mundiales 1903-1986’’, señala que tiempo después, Yogi Berra le confesó que ‘’mucha gente me pregunta qué pensaba mientras Larsen lograba su hazaña. Y tengo que esforzarme, porque no lo recuerdo bien. Nada mas recuerdo a Larsen’’.
Y claro, todo el mundo recuerda la veloz carrera que Yogi hizo desde el pentágono hasta la loma de los sustos, para dar un salto y quedar atrapado entre los brazos de Don Larsen, para felicitarse mutuamente por la gran hazaña, que todavía está vigente en el béisbol de la Gran Carpa: un Juego Perfecto en la Serie Mundial.
En los anales del béisbol de las Grandes Ligas, y en la hoja de anotación oficial del partido, se señala que Don Larsen hizo 97 lanzamientos para cubrir la ruta completa de los 9 episodios, y que abanicó a 7 bateadores de los Dodgers en el juego.
De acuerdo con ese informe, el desafío se prolongó por espacio de 2 horas y 6 minutos, y con el triunfo de 2 carreras por 0 de los Yanquis sobre los Dodgers, la Serie Mundial estaba en ventaja para la novena del Bronx, 3-2, pero la película no terminaba ahí.
Los Dodgers ganaron el sexto, jugando en su casa, en otro estrecho y cerrado duelo de lanzadores, cuando en 10 entradas derrotaron a los Yanquis 1 carrera por 0, partido que gana Clem Labine y lo pierde Bob Turley.
Pero en el séptimo y último, los Yanquis vapulearon a sus eternos rivales, en su propio estadio, por pizarra de 9 carreras por 0, con formidable trabajo de Johnny Kucks, mientras que la derrota se le cargaba al siempre estelar, Don Newcombe, el lanzador con 27 triunfos y apenas 7 derrotas en la temporada, con 3.06 carreras limpias por juego, adjudicándose el afamado premio ‘’Cy Young’’ de ese año, pero quien desafortunadamente nunca pudo ganar un partido de Serie Mundial.
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No fue un ganador
A los 90 años y escribiendo esa jornada inolvidable para el béisbol de las Grandes Ligas, Don Larsen dejó este mundo cuando apenas despuntaba este año 2.020, pero con esa marca por ahora no igualada y probablemente jamás superada, se inmortalizó con el concierto de serpentinas de aquél 8 de octubre de 1956.
Es una histórica y perdurable hazaña, pero de ninguna manera lo erigió como un ganador en el béisbol.
Sus actuaciones en la Gran Carpa no le abonaron el camino para llegar al Salón de la Fama, porque apenas sumó 81 victorias contra 91 derrotas en su carrera de 12 años en las Grandes Ligas, con 3.78 carreras limpias por juego, luciendo el uniforme de los Cardenales de San Luis, Orioles de Baltimore, Yanquis de Nueva York, Reales de Kansas City, Medias Blancas de Chicago, Gigantes de San Francisco, Astros de Houston y Cachorros de Chicago.
Su mejor actuación fue con los Yanquis, precisamente en la temporada de ese año de 1956, con 11-5 y 3.26 de efectividad.
En Series Mundiales, compiló 4 victorias y 2 derrotas, con 2.75 de efectividad, en 10 apariciones en el clásico.
Se confirma con Don Larsen, para el caso del béisbol y para muchas otras disciplinas deportivas, ‘’que una golondrina no hace verano’