Jorge Alfaro, el futuro del béisbol colombiano

El receptor y primera base es el prospecto más importante que tiene el país en las Grandes Ligas. Está ranqueado como el tercer mejor cátcher joven y está dentro de los 100 peloteros con mayor potencial. Este domingo, a brillar en el Clásico Mundial, en Miami, frente a República Dominicana.

Jesús Miguel de la Hoz / Jesús Miguel de la Hoz/ Enviado especial Miami
12 de marzo de 2017 - 02:37 p. m.
El beisbolista colombiano Jorge Mario Alfaro Buelvas. / AFP
El beisbolista colombiano Jorge Mario Alfaro Buelvas. / AFP
Foto: AFP - ELSA

Trabajo y disciplina, dos cualidades que potencian a cualquier deportista. Cuando se juntan y se hace con empeño, no hay tiempo para el fracaso. Esa es la filosofía de Jorge Mario Alfaro Buelvas, tercer prospecto (jugador joven más importante) de los Phillies de Filadelfia y uno de los 100 de las Grandes Ligas. Es un diamante en bruto, que poco a poco se ha ido puliendo. Su talento es notable y se vislumbra como el futuro ofensivo del béisbol colombiano.

“Es sinónimo de poder, tiene una fuerza descomunal”, dice a El Espectador José Tito Quintero, cazatalentos de los Atléticos de Oakland en Colombia. Alfaro fue hecho para este deporte. Su cuerpo parece haber sido esculpido por el cincel de Miguel Ángel. Cuenta con un torso poderoso, unos brazos grandes y fuertes como un poste y un cuello ancho como el de Mike Tyson. Un pelotero sin igual.

El béisbol siempre fue su pasión. Aunque antes de los cuatro años jugaba fútbol debido a que su papá, Jorge –quien estuvo cerca de ser profesional con el Atlético Júnior–, le insistió para que lo practicara, encontró en el “rey de los deportes” –denominado así en el Caribe– su pasión. Un pequeño campo, casi escondido, en el que apenas practicaban pelota pocos niños, fue el que abrió los ojos de Jorge Alfaro a finales de los años 90. Siguiendo el sonido del choque de la pelota con los bates, llegó a un lugar que en ese momento se convirtió en el paraíso para él. El terreno era arenoso y a duras penas se veía el diamante, las pelotas eran viejas y raspaban las palmas de la mano. Aun así, Alfaro encontró en el béisbol un motivo para practicar deporte. Se convirtió en su todo y ese amor se lo pegó a su hermano menor, Jhoandro.

En Sincelejo, hasta ese momento, todos conocían a los Alfaro por el fútbol. Por eso, cuando los hermanos Jorge y Jhoandro comenzaron a practicar béisbol, lo vieron extraño. Rápidamente ambos comenzaron a destacarse, el mayor sobre todo. Arrancó jugando en el campocorto y en los jardines. Lo ayudó mucho la potencia que tenía en el brazo. Cada vez que soltaba una pelota parecía disparando un cañón, y no precisamente por el movimiento, sino por la velocidad con la que viajaba. Esta habilidad empezó a abrir ojos. “Le vimos un gran potencial, sobre todo por el poder que tenía en ese brazo derecho. Era impresionante”, recuerda Tito Quintero, con la mirada enfocada en el terreno de juego del Marlins Park de Miami, como si se hubiera regresado ocho años en el tiempo a Barranquilla y estuviera viéndolo jugar.

José Quintero, quien en esa época era cazatalentos de los Indios de Cleveland; y Orlando Cobos, de los Piratas de Pittsburgh, fueron los primeros en admirarse con las destrezas que mostraba día a día este jugador. Tanta era la admiración por este pelotero, que Cleveland mandó al director internacional de cazatalentos, Nino Díaz, a verlo personalmente. La admiración pasó a ser más que eso y se convirtió en realidad. En mayo de 2009 lo invitaron a República Dominicana con todo pago. “Hicimos una oferta y lo llevamos a Santo Domingo para que se desarrollara como pelotero”, señala Quintero. ¿Y cómo no llevarlo? Si en un juego de talentos en el que lo probaron en Cartagena jugó como receptor y lanzó una bola a 174 kilómetros por hora de home a segunda. Una locura completa.

Pero su estadía con los Indios no duró más de seis meses. Enrique Soto, acompañante de una tía del jugador que vivía en Santo Domingo, decidió sacarlo de la academia para escuchar ofertas por el jugador. Se convirtió en su representante. Su paso por Dominicana fue clave en sus aspiraciones para convertirse en profesional. En poco más de 120 días tuvo una transformación notable: dejó de ser el niño de piernas frágiles y gran torso para convertirse en un gran atleta. Aumentó de masa muscular. Fortaleció brazos, pecho y piernas. Subió 13,6 kilos, lo que le ayudó a mejorar dentro del terreno de juego. Todo ese potencial que tenía lo demostró en un partido de exhibición entre jugadores jóvenes para los cazatalentos en enero de 2010.

En su primer turno al bate recibió un pelotazo en una rodilla. Las costuras de la bola quedaron marcadas en su piel. Pero a pesar del dolor, Alfaro no se amilanó. En el segundo turno, con una molestia notoria para caminar, se paró en el plato, leyó la recta del lanzador y conectó un batazo entre el jardín central y el izquierdo. El choque de la pelota con el bate sonó agudo, desde que salió se sabía que nadie iba a coger esa bola. Un sonido exquisito para los cazatalentos y aficionados que se aglomeraron para ver el juego. Pero su producción no paró ahí, en un nuevo turno al bate pegó un triple inmenso. Mientras corría se despojaba del dolor, de las angustias, era una carrera por las bases para demostrar de lo que estaba hecho. Se deslizó en tercera y llegó quieto. Fue una exhibición ofensiva notable.

De inmediato los teléfonos comenzaron a sonar. Organizaciones como los Indios de Cleveland, los Cardenales de San Luis y los Rangers de Texas mostraron mucho interés en el jugador. Fue una batalla de propuestas, que ganó Texas. Jorge Alfaro firmó el 19 de enero de 2010. Junto con él se encontraban su papá, Jorge, Enrique Soto y Hamilton Sarabia, cazatalentos de la franquicia de los Rangers en Colombia. Este último acompañó al pelotero en todo el proceso. “Fue un trabajo bastante duro y largo. Todo el grupo de los Rangers tenía claro que el jugador se podía convertir en un gran prospecto, así que acordamos que ese era el hombre perfecto para la organización”, apunta a este diario Sarabia.

Su recorrido con Texas empezó en Santo Domingo en 2010. Allí jugó 48 partidos en un año. No fue mucho, pero demostró lo suficiente para viajar a Arizona en 2011. No fue una etapa fácil para Alfaro: el cambio cultural y de idioma fue duro, además de tener todos los ojos encima por el potencial que había demostrado. Apenas contaba con 17 años y tenía que afrontar muchas cosas para un joven de su edad. “Fue un choque notable para él”, explica Sarabia, quien estuvo cerca del jugador en esos primeros años en los Estados Unidos. No obstante, sus problemas personales nunca se vieron reflejados dentro del terreno de juego. Brilló con los Spokane Indians en 2011 y con Hickory Crawdads en 2012; su ascenso dentro de la organización era rápido. A finales de 2013 ya había conectado 32 cuadrangulares en Ligas Menores y su producción estaba en ascenso.

En 2014 jugó sus primeros partidos en doble A –penúltimo nivel en Ligas Menores antes de llegar a Grandes Ligas–, vivió una temporada notable, conectó 17 cuadrangulares e impulsó 87 carreras. Se estaba convirtiendo en una máquina ofensiva. Se esperaba lo mismo para la campaña de 2015, pero en junio, dos meses después de haber iniciado temporada, sufrió un desgarro en un tendón del tobillo izquierdo. La recomendación fue pasar por el quirófano. Se perdió el resto de la temporada. A lo anterior se le unió que ese año la organización decidió utilizarlo como ficha de cambio en el trato que llevó de los Phillies a los Rangers a Cole Hamels, uno de los mejores cuatro lanzadores zurdos que tienen las Grandes Ligas.

Fue un momento de sentimientos encontrados. El sueño de debutar con la organización que lo firmó ya no se iba a hacer realidad, pero Alfaro nunca miró hacia atrás. Entendió el traspaso, lo asimiló y como esa carrera hacia tercera en el juego de prospectos, fue soltando todo. Se trazó nuevos objetivos y demostró las mismas ganas que siempre tuvo. “Más allá de las cualidades que tiene dentro del terreno de juego, hay que destacar de Jorge Alfaro su fortaleza mental”, declara Hamilton Sarabia. “Sin importar la adversidad, el hambre que tiene de triunfar, de demostrar que es el mejor, lo ha llevado lejos. Por eso trabaja, trabaja y trabaja”.

Después de dejar atrás la lesión, se propuso a ser el número uno de la organización de los Phillies de Filadelfia y de a poco lo va logrando. Es catalogado por la MLB como el tercer mejor receptor joven y de a poco va enfilando su carrera a Grandes Ligas, donde ya debutó (septiembre 12 de 2016). Ahora su mentalidad está puesta en establecerse. Está en ese proceso. Iniciará la temporada 2017 con el equipo clase Triple A (último nivel antes de llegar a las mayores) de los Phillies, Lehigh Valley IronPigs. Pero antes de ese desafío, tiene uno más grande con Colombia en el Clásico Mundial de Béisbol, que este domingo llega a su fin en la fase de grupos, cuando Colombia enfrente a República Dominicana (12 del mediodía por Win). El nacido en Sincelejo el 11 de junio de 1993 se estableció como cuarto bate del combinado nacional. Es una figura indiscutible y el poder de un seleccionado que de a poco le va abriendo los ojos al mundo y demuestra que el béisbol colombiano se va llenando de figuras.

Por Jesús Miguel de la Hoz / Jesús Miguel de la Hoz/ Enviado especial Miami

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