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El hijo del carbón

En algún momento Jairo Salas pensó en hacer parte de la organización los Urabeños. Sin embargo, pudieron más sus ganas de pedalear y convertirse en un gran deportista.

Theo González Castaño / Enviado Especial Rioacha
27 de septiembre de 2014 - 01:48 a. m.
El antioqueño Jairo Salas, presente en el Clásico RCN.
El antioqueño Jairo Salas, presente en el Clásico RCN.

La vida de Jairo Salas nunca fue fácil, siempre ha tenido que luchar, incluso desde aquel 2 de julio de 1984, cuando vino a este mundo en una humilde casa del municipio antioqueño de Amagá. No hubo doctor o enfermera alguna que lo recibiera, sólo una vecina que ayudó a su mamá para traerlo al mundo. Sobrevivió y en ese momento, sin saberlo, ganaba su primera prueba.

Jairo creció en medio de las minas de carbón y las ladrilleras que abundan por esa región de Colombia. Incluso se fue de su casa cuando tenía 10 años, para trabajar como ayudante en un camión que transportaba cargamentos de carbón, madera y adobe. Ese, su primer trabajo, era bastante exigente y agotador y además ocupaba gran parte de su tiempo, por lo que le era casi imposible realizar otras actividades. En ese momento decidió abandonar sus estudios, justo cuando cursaba quinto de primaria.

Con el paso de los meses también renunció a su trabajo como ayudante. Las largas jornadas le resultaban agotadoras y además había logrado ahorrar el suficiente dinero para comprarse una bicicleta, la cual había estado buscando con la intención de sentir la adrenalina que producía bajar desde el Alto de Minas impulsado por los carros que transitaban por esa carretera. En ningún momento pensaba en convertirse en ciclista profesional, ni siquiera esa posibilidad pasaba por su mente.

Sin embargo, esa bicicleta le cambió la vida para siempre, pues el señor que se la arreglaba luego de cometer sus fechorías en sus arriesgadas acrobacias por la carretera que conducía al Alto de Minas, le brindó la oportunidad de trabajar en su taller como ayudante. Jairo necesitaba ganar algún dinero para sus gastos y en ese taller vio una oportunidad tanto para aprender como para percibir un salario, así fuera mínimo.

Poco a poco, las historias de ciclismo que escuchaba lo fueron envolviendo. Las transmisiones radiales en las que mencionaban a un tal Juan Diego Ramírez o Hernán Buenahora lo emocionaban más y más. Llegó el día en que Jairo no quiso montar más en su bicicleta para pegarse a los carros, sino para ser más veloz, superar tiempos. Ahora descubría que tenía un reto cada vez que se subía en su caballito de acero.

Con el paso del tiempo las carreteras de Amagá, Albania e incluso Medellín fueron testigos del progreso de Salas. Las subidas eran más difíciles, sin embargo, los tiempos eran menores; no había duda, él tenía talento para ese deporte llamado ciclismo, ese mismo que tantas glorias le había traído a nuestro país. Ahora el quería saber un poco de ese sabor que sólo se tiene cuando se alcanza la victoria.

La violencia de su pueblo

Pero la violencia, esa que ha tenido que sufrir Amagá por años, parecía decirle que ese no era su destino. En la mente de Jairo todavía están los recuerdos de aquellas noches en las que todo el pueblo debía esconderse a la llegada de paramilitares que desde dos o tres camionetas disparaban sin piedad y mataban a 5 o 6 personas. El irrespeto al toque de queda o la simple sospecha de ser guerrilleros fueron las excusas que acabaron con la vida de cientos de personas en ese municipio.

Por eso, cuando en sus primeras competencias y sus primeros años en el ciclismo no le iba nada bien, se le pasó por su mente el retiro, quizás la vida le decía que no debía continuar con esa ambiciosa idea de llegar a ser un campeón como Lucho Herrera o Fabio Parra.

Jairo Salas se había ido de la casa, necesitaba ganar dinero de nuevo y con los paramilitares sabía que podría lograrlo. Que no era de la mejor manera, también era consciente, por eso decidió dejar la idea de hacer parte de los Urabeños. Quería superar las dificultades con pedalazos. Fue un momento difícil y de desesperación que se fue diluyendo con los triunfos y el éxito que empezó a cosechar en categorías infantiles y juveniles. La gente del pueblo lo ayudaba. Unos le daban dinero para el transporte o para las inscripciones de las carreras, otros para arreglar la bicicleta. Todos querían que Jairo fuera campeón.

Se vinculó entonces oficialmente al ciclismo con Luis Alfonso Celis, quien lo descubrió mientras subía el Alto de Minas con una facilidad increíble. Logró participar en una Vuelta a El Salvador, ir a España, ganar una etapa del Clásico RCN y vestir por algunos días la camiseta de líder.

Como a todos los deportistas, se le presentaron adversidades y tentaciones. Sin embargo, su ganas de triunfar pudieron más. Él quería levantar los brazos en la línea de llegada y hasta el día de hoy lo ha logrado. Con un profundo amor por Dios y una hermosa familia, compuesta por su hija María José de cinco años, su pequeño Miguel Ángel de un año y su esposa Yuli Álvarez, espera rodar por muchos años más y celebrar cientos de triunfos porque, como él mismo dice, es un ave fénix, esa que renace de las cenizas. 

tgc_777@hotmail.com

@Theo_Gonzalez

Por Theo González Castaño / Enviado Especial Rioacha

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