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Nairo Quintana, el 'Lucho' Herrera del siglo XXI

Ahora entre los históricos pedalistas colombianos.

Carlos Arribas - El País
21 de julio de 2013 - 09:00 p. m.
Nairo Quintana, el 'Lucho' Herrera del siglo XXI

Hasta este Tour, hasta que Nairo Quintana, atacante lejano en Pailhères, en el Ventoux, en el Alpe d’Huez, en Semnoz, en todas las grandes cimas del 13, no logró tres plazas de podio en los Campos Elíseos —segundo en la general, mejor joven, mejor escalador—, la palabra clave, el password, el ábrete sésamo que permitía entender el nuevo ciclismo colombiano era una palabra de seis letras: Risoul. Fue allí, en Risoul, una estación de esquí a 1.844 metros de altura en medio del bosque blanco que llega hasta el coloso Vars, no muy lejos de la sombra del padre Izoard, donde en dos días de septiembre de 2010 Colombia, su ciclismo, sus escarabajos, vivieron un segundo nacimiento. Fueron los dos días en los que Nairo Quintana, un joven de 20 años entonces, se impuso en Risoul, una etapa en línea, otra cronoescalada, para vencer la resistencia del norteamericano Andrew Talansky y proclamarse ganador del Tour del Porvenir.

“Para mí esa ha sido la victoria más contundente del ciclismo colombiano de ruta: primero y tercero (Jarlinson Pantano) en la general, Puma (Darwin Atapuma) también top 10. Primeros por equipos, con varios minutos al segundo, que fue España, y la montaña con Pantano”, recuerda Ignacio Vélez, conocido como El Coach, uno de los responsables, junto a Luis Fernando Saldarriaga, Salda, de aquella selección colombiana en la que destacó Quintana. “Y creo, además, que fue el comienzo del regreso del ciclismo colombiano a Europa”.

El regreso espectacular, cristalizado en el Giro de Rigoberto Urán (también en el podio) y Carlos Betancur (mejor joven), en las esperanzas despertadas por Sergio Luis Henao y otros tantos, y este Tour increíble de Quintana, comenzó en un Tour del Porvenir, la misma competición en la que, 30 años antes, también todo empezó.

En 1980, un colombiano, Alfonso Flórez, ganó el Tour del Porvenir. Fue el primer aviso. Cinco años después repitió en la misma competición Martín Ramírez. Aquello ya no fue un aviso, sino una avalancha. Europa, y el mundo, descubrió a los escarabajos, y se maravilló. Descubrió a Lucho Herrera, El Jardinerito de Fusagasugá, y se descubrió como solo puede uno descubrirse ante un genio. Le vieron subir el Alpe d’Huez en 1984, sentado cómodo en el sillín, acelerando como quien pedalea en el vacío, en su nube, y se postraron a sus pies. Con sus maillots de lunares de rey de la montaña del Tour y con una ternera de casi una tonelada de músculos llamada Buquest que logró adaptarse al aire escaso de las alturas tras varios meses de cuarentena en Bogotá, Lucho Herrera fue feliz (y con sus flores y desposando a la más guapa de su tierra).

A los 26 años, hace justamente 26 años, Lucho ganó la Vuelta a España. El mayor éxito del ciclismo colombiano hasta el momento. Y poco después, hace ahora 25 años, en el Tour de Perico, Fabio Parra, tenaz luchador, fue podio.

Aquella primera oleada de talento colombiano, los hijos de Cochise Rodríguez, que se atrevió a trabajar para Gimondi, fue maltratada en Europa por el desconocimiento y la codicia. Fue culpa quizás de su mansedumbre, de su conformismo. Nada más verlos llegar, nada más comprobar su alegría en las montañas, el desconcierto táctico que generaban con sus maniobras insensatas, los sabios europeos, temerosos de la revolución que encarnaban, dictaminaron que necesitaban aprender a correr. Les pusieron como maestros a técnicos ya perdidos, como Raphaël Geminiani, el hombre de Anquetil, o disparatados, como Ocaña, uno que era como ellos, maestro del desconcierto y el derroche. Una vez domesticados, convertidos en ovejitas, los explotaron a conciencia.

Aprovechando su necesidad, su humildad, negreros europeos contrataron al por mayor colombianos todos los años. Les encadenaron con contratos-miseria de un solo sentido (sólo lo podía romper el patrón: el ciclista estaba atado por varios folios firmados en blanco, y Santiago Botero lo puede relatar) y, a cambio, les iniciaron, a ellos y a sus entrenadores, sus médicos, en los secretos de la EPO y otros dopajes.

Sobrevivieron sólo los mejores. La mayoría se devolvieron a Colombia una vez exprimidos. Allí se quedó la EPO y allí sigue campeando, contaminando todo lo que puede. Y cuando los grandes patrocinadores colombianos, los históricos Café de Colombia, Postobón, Glacial, dejaron de competir en Europa por la crisis, Europa, siempre generosa, les envió de regalo sus técnicos, para que no perdieran su norte.

Y entonces, a finales de la primera década del siglo XXI, llegaron El Coach, aficionado y empresario, licenciado en Matemáticas por Stanford, y Salda, técnico formado en las mejores escuelas de fisiología de Estados Unidos, y un proyecto llamado Colombia es Pasión, para romper el círculo vicioso. Y lo rompieron.

“Cuando hablamos de Nairo, de manera honesta deberíamos hablar del otro ciclismo colombiano”, dice Saldarriaga, quien ha vuelto a Europa estos días para asaltar de nuevo el Tour del Porvenir con Juan Chamorro, el mismo que en 2011 ganó Esteban Chaves. “En este otro ciclismo colombiano seremos sólo un 5% que sobrevive en un marco hostil por el hecho de inculcar una filosofía de cero tolerancia al dopaje”. Habla Saldarriaga de un ciclismo en el que la prueba del valor es paradójica.

“Los colombianos que triunfan en Colombia fracasan en Europa, y viceversa”, señala el técnico, que ha mamado todas las teorías de Bompa y Platonov y que lleva años entrenando con vatios y SRM a sus jóvenes, no más de 15 cada año, con quienes convive casi 24 horas diarias. “En esta época contemporánea hay un sector que se resiste a abandonar ese barco pesado de lastre (el dopaje) y de velas grandes en corrupción por sus resultados con un timón tomado por gente que se jacta de levantar brazos virtuales en podios podridos por las sustancias y aplaudidos por un público que nunca entenderá que la fisiología, la planificación del entrenamiento y, en especial, este ciclismo actual tiene números que se elevan por encima de las sustancias”. Y por encima de todos, la punta de ese iceberg del 5%, claro, Nairo Quintana, brillante de blanco, un Lucho del siglo XXI.

Por Carlos Arribas - El País

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