Roberto González, un mecánico de categoría World Tour

Este antioqueño es uno de los encargados de que todo funcione en el equipo Trek, la escuadra de Alberto Contador.

Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
08 de septiembre de 2017 - 02:30 a. m.
González está en su octava ronda ibérica. / Cortesía Roberto González
González está en su octava ronda ibérica. / Cortesía Roberto González

Roberto González arrastra las eses al final de cada oración de una manera lenta y cantada. La esencia de la tierra no se pierde, el apego a las raíces se nota en un acento que sobrevive por más italiano y francés que se hable todos los días. La melodía de sus palabras, el ritmo de las frases. Nació en Buenos Aires, uno de los siete corregimientos de Andes, en Antioquia, un lugar incrustado en las montañas y repleto de cultivos de café. Se fue a los 15 años para Medellín, pues la tierra no daba como antes y trabajar en el campo ya no era sinónimo de prosperidad, sólo dignificaba. Y de eso no se puede vivir. Apenas llegó a la ciudad se afilió al club de ciclismo de Asdrúbal Salazar y comenzó a disputar carreras pequeñas para coger nivel y ser competitivo. Sin embargo, cuando tenía 21 años y veía posible vivir de pedalear, fue llamado a prestar servicio militar. Una carta, más bien un telegrama escueto, dos líneas y, en resumidas cuentas, un mensaje: “Debe presentarse lo antes posible”.

Hizo parte del contingente de 150 jóvenes enviado al batallón de Bomboná, en Puerto Berrío, sin saber nada de la guerra, sin saber lo mínimamente necesario para sobrevivir en una región en la que por ese entonces la gente adoptaba a los muertos en un gesto de humanidad con los que ya no eran humanos, donde el paramilitarismo luchaba con todo fervor por extinguir la influencia guerrillera que quedaba en la zona. “Pues claro que dio miedo, pero qué podía hacer uno”. Sólo vivió un hostigamiento, un día en plena formación a las 8:00 p.m., cuando una ráfaga alertó. Que coja el fusil, que métase detrás de las trincheras, que ojo le meten un balazo. Esa noche se asombró consigo mismo tras haber mostrado una valentía que ni él conocía. No le pasó nada. Sufrió más con el trato de los superiores que con el temor de enfrentar al enemigo. “Pura grosería, no te bajan de una puteada”.

Pero las palabras fuertes curten el alma, forjan el temperamento. Y Roberto creó una seguridad blindada contra todo. Y trató de llevarla al ciclismo cuando regresó para correr con el equipo Ron de Medellín y luego al Orgullo Paisa Sub-23. Era un pedalista cumplidor, mas no destacado, con vocación al sacrificio. En ese entonces, en Antioquia figuraban Carlos Mario Jaramillo, Óscar de Jesús Vargas y Dubán Ramírez, y en Colombia, Luis Herrera y Fabio Parra. “Mucho talentoso, mucho monstruo, y andar a la rueda de ellos, incluso ganarles, era muy complicado”. Participó en dos Clásicos RCN, pero no le fue bien. Y finalmente, cuando tenía 25 años, el cuerpo dijo no más. Una hernia discal terminó todo. Ahora había que buscar cómo ganarse la vida.

Siguió metido en el ciclismo

En 2004, cuando ya llevaba siete años siendo mecánico en la tienda de Raúl Mesa y con el Orgullo Paisa y Orbitel, un amigo del ciclista José Castelblanco, el vasco Alberto Martínez, le dijo que una escuadra en España necesitaba a alguien como él, con el talento en el arte de armar y desarmar las bicicletas, y con el conocimiento para entender la dinámica del deporte. Era el Cropusa Burgos, un conjunto pequeño que le apostaba a llevar corredores jóvenes para disputar carreras de segunda categoría en Europa. Le mandaron tiquetes, le prometieron hospedaje y un salario digno. La vida en esa región española fue tranquila, creó lazos fuertes con los pedalistas Juan Pablo Suárez y Giovanni Báez, y tras completar más de 200 días de carrera vio que devolverse a Colombia era la única opción.

¿Por qué? Porque el dueño no le cumplió con lo prometido, no le ayudó a diligenciar los papeles para quedarse definitivamente y el sueldo ya no alcanzaba como antes. Le dieron ganas de hacer lo suyo con los suyos, en Medellín. Pero en octubre de 2005, cuando la decisión de regresar estaba lista antes de que la vida se derrumbara, lo buscaron del Saunier Duval, una escuadra de la región de Santander, más grande y con mejor proyección. “Me sentía como todo un ciclista de equipo en equipo”. Se dio a conocer, estuvo a cargo de las bicicletas de pedalistas como Joaquín Purito Rodríguez y Gilberto Simoni. Empezó a ir a carreras importantes, prolongó su felicidad con su buena actitud, conoció a su esposa en la París-Niza de 2006. Él no hablaba francés; ella mucho menos español. Se casaron, pues el amor no entiende de lenguajes y sí de sensaciones. Cambió otra vez de equipo. Llegó al Cervelo de Carlos Sastre, un tipo con un corazón enorme, sencillo y descomplicado, y que regó el rumor de que había un mecánico colombiano aplicado, perfeccionista, como si él mismo fuera a montar la bicicleta.

La fama creada con base en el trabajo lo llevó al Leopard (hoy conocido como Trek), a compartir con el suizo Fabian Cancellara, el hombre perfección, ecuánime, sereno, con el toque digno que se les permite a los campeones. También tuvo que trabajar para personas dañinas, negativas, como Francisco Ventoso (que hoy hace parte del BMC Racing), a quien nada le gustaba y siempre culpaba a los demás por la floja respuesta de sus piernas. “Siempre puteando a los mecánicos. Un mal tipo”.

Luego de 10 años en Europa, de ocho Tours de Francia, de 11 Giros de Italia, Roberto está en su octava Vuelta a España, algo especial, pues es uno de los hombres detrás de Alberto Contador y Járlinson Pantano. “Es muy lindo poder ser partícipe de la despedida de un grande como él. Por eso me levanto muy temprano y me acuesto muy tarde, para que todos ellos sólo se preocupen por pedalear”.

Por Camilo Amaya - @CamiloGAmaya

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