Un homenaje a Atapuma: la gloria de los humildes

Darwin Atapuma entró a la historia de esos pocos corredores que se hacen inolvidables con la hazaña de un día cualquiera.

Rafael Mendoza, Especial para El Espectador
23 de agosto de 2016 - 06:56 p. m.
Atapuma se convirtió este martes en el séptimo colombiano en vestir la camiseta de líder de la Vuelta a España. / EFE
Atapuma se convirtió este martes en el séptimo colombiano en vestir la camiseta de líder de la Vuelta a España. / EFE

En las tres grandes Vueltas del ciclismo mundial hay corredores de los que se habla y escribe sin descanso, antes, en y después de que se corren. Son los favoritos, los que en momentos cruciales se roban las cámaras y los comentarios. En este momento en la Vuelta a España son Froome, Nairo, Valverde y Chaves.

Pero hay otra categoría de héroes: los que nadie menciona en los días previos al evento, los que aparecen momentáneamente cuando consiguen meterse en una fuga o batallan en solitario más de un centenar de kilómetros y que por lo general son alcanzados y pasados de largo. Aún recordamos a un Alvaro Lozano, “Corazoncito de Fantasía”, ese nortesantandereano que batalló desde la salida de una etapa de más de 200 kilómetros que llegaba a Zaragoza y que fue cazado a menos de 500 metros de la raya, del que hablaron y escribieron bellezas por unos días pero luego se fue el olvido como le pasa a centenares de valientes que lo arriesgan todo en cualquier etapa.

Pero hay algunos pocos, poquísimos, que logran algo más y que por circunstancias especiales se meten en la gran historia de una competencia y eso le pasó ayer al nariñense Darwin Atapuma, que no fue el ganador de la etapa pero sí del liderato de ella. Vestirse de rojo en la Ronda Española no es fácil y mucho menos cuando se trata de un corredor pequeñito, nacido en un pueblito del departamento de Nariño, con todos los perfiles de esa raza semi indígena que vive en el sur de Colombia y en el norte de Ecuador. En un buen problema deben estar los organizadores de la carrera para conseguirle  una camiseta pues cualquiera de las que se encuentran en Europa le debe quedar como la ruana o el poncho que usan las gentes de su tierrita, de ese paisaje encantador de minifundios de diversos colores que imitan algunos de los cuadros de Van Gogh y de otros pintores impresionistas.

Si el ver a Lucho Herrera, callado y flaquito, emocionó a los franceses e hizo que le cogieran un cariño y una ternura inexplicable, que perdura a través de los años porque los habitantes de ese continente al oír el nombre de nuestro país lo primero que dicen es “coca y Lucho Herrera” la hazaña de este pequeñín en la cuarta etapa de la Vuelta va a perdurar por mucho tiempo, mantenga o no la camiseta del mejor de la carrera. Verlo ayer en el podio como líder fue emocionante y nos inspira el respeto que merecen esos ciclistas que intentan imposibles pues casi el 99 por ciento de ellos fracasan en el intento y vuelven ese mismo día al silencio y el olvido.

 

Por Rafael Mendoza, Especial para El Espectador

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