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Clemente Rojas

El barranquillero cumplió 60 años el sábado pasado y a pesar del tiempo sigue llorando cada vez que contempla la medalla que guarda en su casa en Miami.

Juan Diego Ramírez Carvajal
02 de septiembre de 2012 - 09:00 p. m.
/ Ilustración: Eder Leandro Rodríguez C.
/ Ilustración: Eder Leandro Rodríguez C.

Los 10 boxeadores entrenados por el cubano Sócrates Cruz y Orlando Pineda ignoraban los fallos arbitrales puestos en subasta. El 7 de septiembre de 1972, cuando Clemente Rojas disputaría la semifinal del peso pluma de los Olímpicos de Múnich 72 contra el keniata Philip Wauringe, un puertorriqueño les advirtió en voz baja:

“¿Ya han conversado con los jueces?”.

“¿Conversado de qué?”, le respondió Alfonso Múnera Cabas, delegado colombiano.

“Hay que pagar las decisiones…”.

Esa respuesta acaso presagió la última decisión del juez nigeriano Niang Malik, que falló a favor del keniata y sentenció el 3-2 definitivo en contra de Clemente Rojas. “Le sacaron la medalla de plata del bolsillo a mi pelao”, refunfuñaba Martín Rojas, padre de Clemente, desde su casa en Barranquilla, donde escuchaba la transmisión en radio del combate.

“Las decisiones favorecían a los soviéticos más que todo. Y a la final se había clasificado con mucho esfuerzo Boris Kusnetzov. Pienso que si yo clasificaba le podía ganar, porque estaba menos lastimado que el keniata. Pero hubiera sido un escándalo que un colombiano ganara una medalla de oro”, asegura Clemente Rojas Morales, quien se había clasificado a semifinales al derrotar al canadiense Dale Anderson, luego al búlgaro Kountcho Kountchev por W.O. y en cuartos de final al español Antonio Rubio, que lo lastimó en los genitales y sufrió la descalificación.

Los integrantes de la delegación reclamaron que el ganador había sido Clemente y fundaron la suspicacia al conocer los 15 árbitros expulsados por vender votos, la mayoría de ellos a la Unión Soviética. “No estamos de acuerdo con el comportamiento de los jueces contra nuestros boxeadores”, se leía en la carta que remitió el mismo día la delegación colombiana a la Federación Internacional de Boxeo Aficionado. Para algunos periodistas de la época, sin embargo, la pelea fue pareja y la reputación de principiante de Clemente Rojas también influyó en su contra, pues había cumplido 20 años seis días antes de su pelea contra el keniata.

Pero en definitiva, esa presea de bronce —que pudo ser de cualquier otro valor mayor— fue mucho premio para la delegación colombiana, que inscribió directivos como deportistas y olvidó enviar médicos en algunas disciplinas. Un periodista de este diario (Antonio Andraus) descubrió la lista oficial de boxeadores que representarían a Colombia y se extrañó al leer los nombres de Luis Muñoz, en peso mediano, y Daniel Peláez, un semipesado. Ninguno peleó durante esos Juegos de Múnich porque se trataba de dos directivos que no se ganaron sus cupos en unas justas sino en una conversación de escritorio.

Esa presea, al contrario, premió el coraje de Clemente Rojas y las facultades de persuasión del entrenador cubano Sócrates Cruz, quien logró darle un cupo a pesar de su mala racha en los Juegos Panamericanos de Cali en 1971, en donde no había conseguido clasificarse de forma directa. “Sócrates peleó por mí, pero luego yo saqué la cara por él”, dice el barranquillero, parido por la pobreza como la mayoría de los boxeadores de Colombia.

Rojas, el mayor de ocho hijos de Martín y Juana Morales, nació en la calle de Soledad con carrera 17, en pleno corazón de Rebolo. Se crió en una casa pequeña de colores del barrio El Bosque de Barranquilla, rodeado de peras, sogas y guantes y de un gallinazo llamado Pancracio, al que apreciaba como mascota. Al frente de su hogar se podía leer “Club Los Alacranes”, un gimnasio financiado por su padre y adiestrador, y donde practicaban boxeo niños de 12 años entrenados por el mismo Clemente Rojas. Por supuesto, fue allí, a los siete años, donde lanzó sus primeros jabs contra una pera sin mucha arena. A los 20, apenas con un título nacional, alcanzaba la medalla de bronce y la fama de futura promesa.

A Colombia regresó en un avión de Avianca en la mañana del miércoles 13 de septiembre. Vestía una camiseta blanca cuello tortuga y una chaqueta color salmón con el escudo de la república. En el aeropuerto Eldorado de Bogotá, a las 8:30 a.m., el grupo armó un fiestón al ritmo de fandango. Clemente Rojas bailó al compás de las palmas de Sócrates Cruz, que lucía un sombrero barbisio y la misma chaqueta salmón que distinguía a la delegación en Múnich. En la tarde, ya en Barranquilla junto a los otros deportistas atlanticenses, recorrió la ciudad sobre el techo de una camioneta Ford, mientras era vitoreado por casi 100 mil personas desde el aeropuerto Internacional Ernesto Cortissoz hasta el coliseo cubierto de la ciudad.

Clemente Rojas vive solo en Miami hace más de diez años. Realiza el mantenimiento del edificio donde reside y de vez en cuando solicitan sus servicios de albañil. De tanto en tanto lo equivoca la memoria y lo ataca una mala dicción que amenazó esta entrevista de principio a fin. “La medalla la tengo aquí, limpiecita… y me da vaina, me da vaina. Verla y acordarme de eso tan bonito me da nostalgia”, se le escucha al otro lado de la línea. “Por eso no pude ver a los boxeadores en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Es que me da vaina y lloro. Sólo vi la medalla de oro de la muchacha esta (Mariana Pajón), la de la bicicleta. Hemos evolucionado mucho”, añade.

“Y pensar que en esos Olímpicos de Múnich 72 me preguntaban que qué era Colombia, me decían que nunca habían escuchado ese nombre. Y se burlaban de nuestros uniformes en la ceremonia de inauguración. Las cosas han cambiado y el deporte nuestro va hacia adelante. Antes no nos preparaban bien, uno entrenaba en su propio pueblito, sin mucho recurso. Eso ha cambiado”, dice.

Él sigue convencido de que un jurado vendido impidió que coronara su coraje hace 40 años. Pero se conforma con que en ocasión de los aniversarios como éste o cada cuatro años durante unos Juegos Olímpicos lo llamen para recordar su hazaña.

 

Por Juan Diego Ramírez Carvajal

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