Los superpoderes de Messi

¿Cómo marcar a la estrella del Barcelona y de la selección de Argentina? Es una pregunta que muchos se hacen. El viernes la tarea será para Colombia.

Daniel Avellaneda, El Espectador
23 de junio de 2015 - 02:47 a. m.
Lionel Messi, la estrella de la selección de Argentina, rival de Colombia el viernes en los cuartos de final de la Copa América. / EFE
Lionel Messi, la estrella de la selección de Argentina, rival de Colombia el viernes en los cuartos de final de la Copa América. / EFE
Foto: EFE - Juan Carlos Cárdenas

Hace 29 años, Víctor Hugo Morales se interpelaba ante el extraordinario gol de Diego a Inglaterra: “¿De qué planeta viniste, barrilete cósmico?”. La frase del relator uruguayo quedó en la memoria colectiva de los argentinos. Y ayer, casualmente, se cumplió un nuevo aniversario de aquella majestuosa definición de Maradona, después de un desparramo de ingleses, en el Mundial de México 86. Era un extraterrestre Pelusa porque nunca se había visto nada igual sobre el verde césped. Hasta que apareció Lionel Messi, claro, un crack de su mismo mundo, con idénticos superpoderes en su pierna izquierda, igualmente sorprendente en la cancha. Y dejó una pregunta repiqueteando en la cabeza de sus rivales cada vez que el calendario lo pone enfrente: ¿cómo marcar a semejante astro de la pelota, a ese futbolista sobrenatural que, por momentos, resulta imparable?

José Mourinho, uno de los entrenadores más prestigiosos a nivel mundial, no tiene una respuesta para ese interrogante. Incluso, parece haber tirado la toalla. “Es imposible marcar a Messi. No sé cómo hacerlo. He pasado horas y horas estudiando sus movimientos y tratando de buscar pararlo colectivamente”, declaró el prestigioso estratega portugués que está al frente del Chelsea y que supo librar batallas deportivas ante Barcelona con el equipo inglés y con Real Madrid, nada menos. Y si lo dice Mou, que es uno de los técnicos más estudiosos del medio, qué le queda al resto. En España, incluso, algunos hasta tomaron la situación en broma, como el programa Crackovia, que caracterizó a un falso Sergio Ramos que le recomendó a Gareth Bale –el auténtico- que para detener a Messi había que “hacerle un piquete de ojos o, en el peor de los casos, secuestrarlo”.

A propósito del tema, el exfutbolista inglés Paul Scholes escribió en su columna del diario The Independent, del día que le tocó marcar a Leo en las semifinales de la Champions League de 2008, cuando jugaba en el Manchester United, que eliminó al conjunto catalán y se consagró campeón ante Chelsea: “No me da vergüenza admitir que en esos partidos contra el Barça pasé mucho tiempo deseando que actuara lo más lejos de mí posible. Piensas que lo tienes controlado y ¡zas! Escurridizo, esa es la palabra que se me viene a la mente cuando pienso en el estilo de juego de Messi (…) Fue un momento que nunca olvidaré. Pasó al lado mío, puse la pierna y Messi cayó. Cuando pienso en nuestro triunfo en ese partido, camino de nuestra segunda Champions en la era sir Alex Ferguson, siempre recuerdo esa falta. Sí, marqué el único gol de la eliminatoria. Pero nunca olvidaré esos segundos en que el mejor futbolista del mundo hizo que lo tumbara y yo estaba esperando a que el mundo se hundiera. Debía haberse marcado penal, y un tanto de visitante les habría dado el pase a ellos. Pero por algún motivo el árbitro no cobró nada”.

Ya lo dijo Miguel Samudio, defensor guaraní, 48 horas antes del debut en la Copa América: “Si lo marcás hombre a hombre, Messi igual te pinta la cara”. Y a las pruebas hay que remitirse: Paraguay no pudo detener al mago rosarino, más allá de que bajó su rendimiento en el segundo tiempo y Argentina terminó facilitando el empate de Paraguay. El único que se animó a aportar una fórmula para detener al genio del fútbol mundial fue Dani Alves, su compañero en el Barcelona y lateral de la selección verdeamarelha. “Creo que el secreto para marcar a Messi es no preocuparse en marcarlo, pues él no juega solo y tiene a su lado a un equipo. Esa es la clave”, declaró el brasileño.

Eso mismo inquieta a José Pékerman en este instante en Santiago, días previos a un partido histórico para la selección de Colombia. Sobre todo, porque no cuenta con Carlos Sánchez. La Roca recibió su segunda tarjeta amarilla ante Perú y deberá cumplir una fecha de suspensión, justamente ante Argentina. El 6 de julio de 2011, en Santa Fe, el volante chocoano fue decisivo para cerrar los caminos de la máxima figura del globo terráqueo. Con una marca escalonada, atento a los movimientos de la Pulga, lo anuló completamente, al punto de ser rotulado como el “Anti-Messi”. Claro que el jugador del Aston Villa no podrá ser de la partida, como tampoco Edwin Valencia, el otro hombre duro del mediocampo tricolor, quien sufrió una rotura de ligamentos en la rodilla derecha frente a los peruanos. Y ya verá el técnico argentino qué jugadores reemplazarán a los ilustres ausentes (ver página 4), pero más allá de los intérpretes, Pékerman tiene claro que no es una buena idea estampillar a un jugador sobre Leo, a quien conoce en detalle porque, precisamente, fue él quien lo impulsó en los seleccionados juveniles cuando Hugo Tocalli, entonces su mano derecha, estaba a cargo del sub 20.

La estrategia de Hernán Darío Gómez en la Copa América que se disputó en Argentina, con Sánchez como brazo ejecutor, tuvo éxito. Bolillo había pedido rigor físico, pero “no patadas”. De cualquier modo, aquel Messi que sufrió la sombra del volante colombiano no es el mismo que este Messi que deslumbra en Barcelona y que, todavía, tiene mucho por dar con la selección albiceleste, más allá de que el sábado, ante Jamaica, llegó al centenar de partidos con la camiseta de su país.

Cuatro inviernos atrás, Messi sufría la desconfianza del público argentino. Y en Santa Fe, más precisamente, fue hostigado desde las tribunas, al punto de replantearse su continuidad en la selección. Hoy, Leo llega con mayor madurez a la Copa América en tierras chilenas, no sólo por lo que marca su cédula de identidad, sino también porque creció futbolísticamente y renovó su figura gracias a la estricta dieta que le proveyó el médico nutricionista italiano Giuliano Poser. Está estilizado y superó la etapa de los vómitos que le provocaban las gaseosas, golosinas y carnes rojas. Así y todo, no se vio todo su potencial en los tres partidos de la fase inicial. Fue uno de los puntos altos del equipo ante Paraguay -con un gol de penal incluido-, tuvo que lidiar con los ásperos uruguayos en el clásico del Río de La Plata y mostró una cara deslucida ante los jamaiquinos en un encuentro que debió tener formato de goleada y apenas terminó con una victoria exigua (1 a 0).

Está claro que Messi no juega solo, pero es la principal preocupación de los adversarios. Ni siquiera el propio Pep Guardiola, que disfrutó a Messi durante la mejor etapa futbolística de su carrera, logró detenerlo con el Bayern Múnich. Tampoco Joachim Löw, el entrenador alemán que se impuso en la final del Mundial de Brasil. Trató de controlarlo con Benedikt Hoewedes, pero la Pulga se filtró en el área y si hubiera calibrado su fantástica zurda, la historia habría sido diferente en el Maracaná.

Pékerman y su cuerpo técnico tienen que aferrarse a otra cuestión, que no es un detalle menor: esta selección que conduce Gerardo Martino tiene bastante de aquella que timoneaba Sergio Batista. Hoy, Messi juega más retrasado, libre, casi como un enganche que trata de asociarse con Javier Pastore, el futbolista más dúctil de Argentina. Y aunque tiene una velocidad y precisión sobrehumanas, también es una realidad que está más lejos del área. Leo es peligroso en cualquier rincón de la cancha, está claro. Pero su mayor influencia está en los metros finales del campo de juego.

En el campamento argentino creen que Colombia es un rival ideal porque no se resguardará cerca de David Ospina, porque propone en el campo rival y dejará espacios para que exploten Messi y compañía. Pékerman tiene audacia, pero no es un faquir que camina entre las brasas. La idea es neutralizar al crack argentino, pero evitar jugar con fuego. Y en el afán de detenerlo, hay algo que don José tiene claro: no se le pueden quemar los papeles.

Por Daniel Avellaneda, El Espectador

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