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El mejor de la historia es de ahora

‘Fútbol de ayer y de hoy’ (Ediciones B) se llama la obra que el periodista argentino Jorge Barraza lanzó en la Feria del Libro de Bogotá. Fragmento.

Especial para El Espectador
11 de mayo de 2014 - 02:00 a. m.

“Me quito el sombrero frente al Barcelona, pero mi Santos era otra cosa. No se pueden comparar ambos equipos porque el Barcelona está emergiendo ahora y mi Santos estuvo en la cima durante 15 años. Está claro que mi Santos fue mucho mejor”. La declaración fue publicada por el diario Sport, de Barcelona, el 11 de noviembre de 2011. Pertenece al Rey Pelé.

Ufff... ¿Por dónde empezar? Si existe una persona en el mundo con derecho a opinar de fútbol se llama, justamente, Pelé. Este cronista tuvo la fortuna de verlo jugar, en vivo, siendo un aspirante a aspirante de periodista, un chico que anotaba las formaciones en el camarín y veía al astro brasileño como quien ve a un ser extraplanetario. Fue en un Huracán 0 - Santos 4. Cubrimos ese partido para Crónica. Huracán celebraba la obtención de su inolvidable título de 1973 y, como ese globo de Menotti jugaba como los dioses, quisieron llevar a Buenos Aires al Santos, un equipo de ángeles. Pelé marcó un gol bellísimo. Haber cubierto ese partido es una medalla que tenemos guardada en una cajita de colores. Pelé fue un monstruo sagrado de este juego (¡qué noticia!). Tan crack que, si se enojaba, ganaba un partido él solo. Se golpeaba el pecho y había que dársela. Él se arreglaba. Contra dos, contra tres. Por eso, en el vestuario del Peñarol de los 60 la orden era: “Al negro no lo toquen, si se enoja, fuimos...”.

No era un habilidoso al estilo Maradona ni un fantasista tipo Ronaldinho, tampoco un elegante como Zidane. Sí poseía una técnica maravillosa de remate con el pie o con la cabeza, excelente control de pelota, tremenda potencia, un portento físico y anímico. Nada lo achicaba. Al contrario, metía los codos y la plancha con fiereza. Era como Willington Ortiz y Jimmy Johnstone, más le daban, más se emperraba en ir. Sabía gambetear en velocidad. Y tenía la obsesión y el don del gol.

Sin embargo, últimamente, O Rei siente la necesidad imperiosa de reivindicarse a sí mismo, al Santos, al fútbol brasileño, a Neymar... Casi semanalmente y sin que nadie lo reclame saca a relucir la chapa: “Yo hice 1.300 goles y gané tres Mundiales y...”.
Abel Da Graca, buen amigo, técnico él, que jugó muchos años en el Deportivo Cali, me dice: “No soy estadígrafo, así que no quiero discutir, pero para que un jugador haga 1.300 goles necesita meter 50 goles por año durante 26 años seguidos, y eso me parece imposible”.

En realidad fueron 757 goles oficiales, 1.284 contando los amistosos. Otro amigo agrega: “Ganó tres Mundiales, sí, pero es bueno aclarar que en el de Chile jugó un sólo partido”.
Como sea, no se trata de demeritar al genio. Pelé es indiscutible. El tema es otro. Vale aclarárselo a los más chicos: el fútbol de hace 50 o más años era tal vez más agradable y romántico en lo conceptual (también más cadencioso y menos espectacular), ejercido en general con mayor sentido artístico. El espíritu era superior: se jugaba para el aplauso. De verdad se buscaba agradar. Los jugadores permanecían durante años fieles a un club y así se convertían en ídolos, no había un deseo tan desesperante de dinero y el marketing y la mediatización no deformaban las cosas como ahora. Existía el mérito. Hoy los pases se hacen 40% por rendimiento y 60% por influencia y habilidad de los representantes. Y por connivencia de muchos directivos con los representantes. En ese sentido, era más puro y noble.

Pero en la cancha, como hemos analizado, este fútbol es más difícil que aquél, tiene un grado de impedimento tremendamente mayor. No es una cuestión de dar más o menos patadas, que siempre las hubo; hablamos de obstáculos. Es mucho más veloz (y sólo la velocidad ya induce al error). No obstante, la velocidad no sería todo: la presión del adversario sobre el hombre y la pelota hace que pasarla, dominarla y jugarla sea en extremo complicado. Esos tres actos hay que hacerlos, hoy, en un tercio de tiempo del que se disponía antes.

Si al virtuoso Santos de los 60 los rivales le hubiesen opuesto la fuerza, el estado atlético, la dureza, la ferocidad que le opone, por ejemplo, el Real Madrid al Barcelona en cada enfrentamiento actual, tal vez no hubiese escrito páginas tan gloriosas. Antes se dejaba recibir, pensar y ejecutar. El juego era más estático y posicional. Ahora todo es dinámica, velocidad, presión, hostigar, obligar al error... De allí el mérito extraordinario del Barcelona de Guardiola, de haber jugado como un ballet cada partido, en el más alto nivel de competencia, y ganar casi siempre durante cuatro o cinco temporadas (la última con Tito Vilanova) en este escenario. Como valioso agregado: el Barça de Pep no tuvo baches, nos deslumbró en casi todas sus presentaciones. Sin duda, nunca se vio un equipo igual.

En un momento en que el juego no es defensivo (por suerte), hemos visto cien, doscientos partidos en que el rival, llámese Madrid, Inter, Chelsea, Milan, y no hablemos de Levante o Rayo Vallecano, han esperado al Barcelona con los once hombres encajonados en los primeros 25 metros de campo propio. Repetimos, no por defensivos: por temor a ser goleados. A la semana siguiente, contra cualquier otro rival, vuelven a su esquema normal, a cambiar ataque por ataque. Y hablamos en tiempo presente porque el temor se mantiene intacto.

Antaño todo era más permisivo; las marcaciones, más flexibles. Un jugador muy hábil y escurridizo, con tiempo y espacio, hace estragos al rival. Imaginemos cuatro o cinco juntos como Pelé, Coutinho, Pepe, Mengalvio...

Un lector nos dice que comparar épocas es imposible. Y pregunta: “¿Quién nos puede asegurar que si trajéramos al Santos de esa época a jugar en esta no podría hacer las maravillas que hacía entonces?”. Toca el timbre justo: Santos ya no tiene la posibilidad de demostrarlo, Barcelona sí lo ha hecho: ha podido ser una perfecta y bella maquinaria de construir fútbol de ataque, ganador y goleador ante adversidades indiscutiblemente mayores. Y no tenemos dudas de que, puesto en aquellos tiempos, el equipo de Pep hubiese hecho proezas aún superiores.

“Si el Santos duró 15 años, ¿por qué ganó apenas dos Libertadores?”, pregunta un participante de un foro. Verdad: todo equipo se mantiene en la cima ganando. Es lo que hizo este Barcelona contemporáneo, que a veces parece cansado, pero ni se aburguesa ni renuncia a su filosofía de jugar, jugar siempre y bajo cualquier presión adversaria. Con todo el respeto por O Rei, no creemos que el Santos haya sido mucho mejor que este Barça, sino lo contrario.

Por Especial para El Espectador

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