La fortaleza de un 'marfil'

El africano, que llegó a Francia a los cinco años, ganó y fue el héroe de la final de la Liga de Campeones de Europa, uno de los títulos que le faltaban como jugador. Su gran deuda: la Copa Africana de Naciones.

MANUEL DUEÑAS PELUFFO mduenas@elespectador.con
20 de mayo de 2012 - 09:00 p. m.

A los cinco años, Didier Drogba llegó a Francia. Venía de Abiyán, centro económico de Costa de Marfil, aquella antigua colonia que los franceses nombraron por el comercio de ese material, extraído principalmente de los colmillos de los elefantes. El pequeño Drogba llegaba para reunirse con Michel Goba, su tío y tutor.

Tras su arribo, el atacante transitó por clubes aficionados como el Vannes y el Levallois. Fue en 2001, ya firmado con Le Mans, que el entrenador Bertrand Marchand lo descubrió. A Marchand lo sorprendía que Drogba, suplente de últimos minutos, no jugara más. Sin embargo, el técnico estaba convencido del talento del atacante africano y lo reclutó para el En Avant de Guingamp, aconsejando a Noël Le Graët (hoy presidente de la Federación Francesa de Fútbol y por entonces cabeza del equipo bretón) en tomarlo.

Entonces el Marsella decide comprarlo y Drogba dobló su apuesta: 19 goles en la Ligue 1 y 11 en la Copa Uefa de ese año, en la que su equipo perdería la final frente al Valencia. “En la historia del fútbol —admitió Vincent Labrune presidente de los marselleses—, raramente vi a un jugador echarse a su equipo al hombro como Didier Drogba. Todo estaba construido alrededor de él. Ah, sí, antes de él nada más estaba Maradona en el Nápoles, en los 80”.

Drogba quería seguir en Marsella. Más aún sabiendo que Papa Diouf, su representante, iba a convertirse en el director deportivo del club. Pero su destino estaba en Londres. La chequera del ruso Roman Abramovich, recién llegado al Chelsea, no parecía tener límites y a Mourihno lo impresionaba su inteligencia dentro del campo. La transferencia, estimada en 38 millones de euros, lo convertiría en el jugador marfileño más caro de la historia.

Capitán indiscutido de la selección de su país, disputó los mundiales de 2006 y 2010, y dos finales de la Copa Africana de Naciones, en 2006 y 2012. La última, frente a Zambia, en Libreville, capital de Gabón, era un recuerdo todavía amargo: erró un penal que habría cambiado el destino del partido (y el título), que su equipo terminó perdiendo por penales.

Pero el sábado, en Múnich, no erró: devolvió a su equipo, ya moribundo, a la final, con un cabezazo que le dobló la mano a Manuel Neuer, y marcó el último tiro de la tanda, ese que le dio el único título que le faltaba como jugador del Chelsea (aunque la Copa Africana de Naciones sea una deuda siempre pendiente) y, además, el posible cierre a un ciclo dorado. Lo había hecho frente al Barcelona, marcándoles a los catalanes un gol definitivo y mortal en la ida en Londres, y esta vez se sacaba la espina de los penales fallados antes (en 2006, frente a Egipto, había errado en la definición). Sus palabras, en la sala de prensa del Allianz Arena, sonaron a despedida.

“Quiero agradecer y dedicar este título a todos los jugadores y entrenadores que fueron compañeros míos en estos ocho años”.

Por MANUEL DUEÑAS PELUFFO mduenas@elespectador.con

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