Julián Guevara: un amor incondicional por el América

El volante caleño conoció el Pascual Guerrero de la mano de su padre y recorrió un extenso camino para cumplir su sueño de vestir la camiseta del equipo escarlata.

Sebastián Arenas
06 de abril de 2019 - 02:24 p. m.
Julián Guevara, de 26 años, ha disputado 1.068 minutos con América en la Liga Águila. / Gustavo Torrijos
Julián Guevara, de 26 años, ha disputado 1.068 minutos con América en la Liga Águila. / Gustavo Torrijos

La imagen más futbolera que existe, la que transmite esa sensación de que el fútbol es casi todo para muchas personas, es la de un padre llevando a su hijo al estadio a ver al club que ama, a pesar de las lágrimas que le haya causado. Protagonista de ella fue Julián Guevara cuando no podía ser descuidado en la calle y caminaba de la mano de su papá y de su hermana en dirección al Pascual Guerrero. Entraban a la tribuna oriental y desde ahí observaban a once guerreros vestidos de rojo en cuyos pies depositaban su felicidad. O su tristeza. En casa aguardaba Adriana Muñoz, una madre angustiada que esperaba a que sus seres amados llegaran sanos y salvos mientras hacía fuerza para que América ganara y ellos no aparecieran llorando. (Los mejores arqueros de la Liga Águila)

Cada vez que el equipo escarlata, del cual es hincha toda la familia Guevara Muñoz, jugaba de local en la década del 2000, ahí estaban Julián, su hermana y su padre. Se abrazaban en los goles con un amor familiar que se mezclaba por la pasión recíproca hacia la misma escuadra. “Recuerdo el partido contra River por la Libertadores en 2003. Fue una locura. Es de los encuentros que más me impactaron estando en el estadio. Tampoco olvidaré el título en el 2008, cuando gritaba ‘Jersson, Jersson’ o veía a Fabián Vargas”, le contó Julián Guevara a El Espectador.

Además de sufrir y celebrar por el América, Guevara creció pateando la pelota. No dormía imaginando cómo sería jugar en un Pascual repleto y él haciendo feliz a toda esa gente. Y luchaba porque eso fuera real. Le ayudaba su talento. Jugaba para el Colegio Americano de Cali y nunca era suplente. En los torneos Intercolegiados se destacaba, pero le faltaba algo más. Quería sentir en su pecho la camiseta roja que le enseñaron a amar. Ingresó a las divisiones menores del América y fue feliz hasta 2011, el año del descenso. Por ese episodio, el peor en la historia de la institución escarlata, debió irse del club con el que anhelaba triunfar. Sufrió, lloró y se prometió volver.

“Cuando el equipo descendió, las divisiones menores quedaron volando. El club tenía problemas estructurales y Eduardo Lara decidió no contar con los juveniles porque pensó en traer sus jugadores para conseguir el ascenso. Fue doble dolor: descender y tener que irme de América”, relató Guevara. También abandonó su carrera de administración de empresas, la cual estudió hasta sexto semestre en la Universidad Javeriana de Cali, y partió a Ecuador, donde militó en la segunda división con la Universidad Técnica de Cotopaxi. No era lo que Julián quería, no se le abrían puertas y las complicaciones parecían ser recurrentes. Sin embargo, la esperanza asomó a más de 10.000 kilómetros de distancia en Malta. (Fabio Burbano, el futbolista que jugaba con bolsas de arroz)

En ese archipiélago paradisiaco, ubicado en el mar Mediterráneo, entre el norte de África y el sur de Sicilia (Italia), Guevara Muñoz encontró un nuevo brillo en su existir. Aunque apenas disputó un partido con el Naxxar Lions, recargó fuerzas para los retos futuros. Reflexionó y tomó un impulso que lo llevó a la continuidad de juego, en el PS Kemi Kings, en Finlandia, del que fue capitán. “Malta es un país muy rico para vivir. Tiene todas las estaciones, pero el verano se disfruta muchísimo. Es turístico, se come muy sano. En el invierno los vientos son tremendos. Vas por la costa y la ola te tapa totalmente el carro. Fue un tiempo muy agradable que me sirvió mucho”, describió el futbolista que pasó al FC Inter Turku, en el que estuvo en diez compromisos.

“Es uno de los equipos más grandes de Finlandia, un país donde las personas son un poco frías y apáticas. Es su forma de ser. Es un lugar supremamente organizado, todo es correcto y limpio. Ahí crecí cultural y profesionalmente, a pesar de tener que aguantar un frío de más de 30 grados bajo cero”. Y se le presentó la oportunidad de ser plenamente feliz. Desde América lo estaban siguiendo, la junta directiva analizó su trayectoria y dio el aval para que arribara. “Cuando escuché lo de América, inmediatamente lo acepté. Todo el mundo sabe que soy hincha y que estoy viviendo un sueño”, reconoció Guevara, quien se siente inmune cuando va saliendo al terreno de juego del Pascual Guerrero. Observa la tribuna oriental y sonríe. “Con palabras es difícil explicar las sensaciones, pero es una mezcla de consagración, alegría y orgullo”, aseguró el emocionado futbolista.

La entrega de Guevara en el mediocampo americano ha sido acreedora de miles de aplausos en su adorado Pascual Guerrero. Con su zurda maneja el juego desde el círculo central y se proyecta al ataque. Llega al área contraria y ha intentado anotar de cabeza y rematando desde media distancia. No lo ha logrado, pero si no se rindió en el extenso camino que lo llevó al América, no lo hará ahora que busca hacer felices a quienes, como él cuando niño, sufrían sin poder ejercer influencia en los partidos. Hoy en día los vive con intensidad. Habla, lidera y siempre alienta a sus compañeros para que la concentración sea su bandera. Con esas cualidades, considera, puede llegar a ser un gran técnico luego de finalizar su carrera como futbolista. (La Europa racista que el fútbol ya no puede tapar)

“No me veo desligado del fútbol. Tengo capacidades para comunicar y transmitir. Me gustaría prepararme y ser entrenador”. Quiere terminar su carrera de administración de empresas porque entiende que “después del fútbol hay otra vida”, pero nunca separarse del balón, porque es algo que nació con él. “Desde que tengo uso de razón soy solo fútbol. A veces juego tenis de mesa y Play Station por divertirme, pero mi única pasión es la pelota. He visto fotos en las que estoy con ella desde cuando era bebé. Ah, y siempre, hincha de América”.

Ese partido que no puede sacar Julián Guevara de su memoria, el América-River de 2003, tuvo como protagonista a Fernando Pecoso Castro, en la actualidad su estratega. De él adquiere conocimientos. Le brillan los ojos mientras ve la manera como trabaja. “Desde lo motivacional es único. Es minucioso para el trabajo de pelota quieta y los movimientos del equipo. También es una persona muy sabia, a la cual los años le han dado muchísima sensatez”. Lo admira y conversa con él, con quien desea ser campeón como jugador y de quien aprende para algún día poder lograrlo como entrenador. Eso sí, con el América de Cali, el amor de su vida.

@SebasArenas10

Por Sebastián Arenas

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