Luis Carlos Arias, el jugador que ha resurgido una y otra vez

La vida de este antioqueño ha sido una constante lucha, incluso contra sí mismo. Con Unión Magdalena, el futbolista de 34 años atraviesa de nuevo un gran momento en el fútbol colombiano. Este jueves, su equipo recibe al América en el Sierra Nevada (3:15 p.m., RCN).

Camilo Amaya
17 de abril de 2019 - 10:00 p. m.
Dimayor
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La última vez que Luis Carlos Arias estuvo en La Unión (Antioquia) fue en enero de este año, antes de ser confirmado como nuevo jugador de Unión Magdalena. Por pura curiosidad pasó por la finca de la vereda San Juan en la que creció, la misma que tuvo que abandonar cuando tenía 15 años, en medio de disparos, del sonido de los helicópteros sobrevolando la zona y viendo de lejos a unos tratando de matar a otros.

Ese día, en el año 2000, Arias solo cogió un balón amarillo de caucho y sin más ropa que la que llevaba puesta se subió al camión de un vecino para que lo llevara hasta el pueblo. Luis Carlos y su familia huyeron por la violencia, huyeron para seguir viviendo. “Llamaron a mi mamá por la mañana y le dijeron que teníamos que salir del lugar. Punto. Y luego vino esa batalla campal y, pues claro, no hubo tiempo de nada. Se quedaron las camas, otros muebles, hasta un televisor que nos había regalado un tío, que era a color”.

Nunca se supo de quién vinieron las amenazas; sí que necesitaban ocupar esa montaña para tener una panorámica de la región, para saber quién andaba por tal lado, quién iba para el otro, hasta para planear y cometer delitos. “Desde ahí miraban qué buses parar y quemar, desde ahí daban la orden para secuestrar personas. Supongo que fue la guerrilla porque en ese entonces los paramilitares no tenían tanto poder en la región”.

Luis Carlos no volvió a ordeñar las vacas con el canto del gallo, ni a usar el azadón, mucho menos a arrancar las papas y a dar de comer a los marranos. Todo lo contrario, se desorganizó, conoció la noche y el ritmo de lo nocturno, y comenzó a tomar, más de la cuenta. Fueron cinco años en los que su talento con la pelota estuvo opacado por la bebida y la pérdida del control. Y empezó a faltar a las jornadas cuando ya hacía parte de Atlético Nacional, club con el que debutó en 2005 en un partido con Deportes Tolima en el Atanasio Girardot.

Y así como bebía mentía para justificar sus ausencias en los entrenamientos, para no tener que ir a las prácticas con la pesadez y el malestar de la noche anterior. “Primero dije que se había muerto mi abuelita y que por estar arreglando todo lo del entierro no había podido ir. Otra vez, que un tío estaba secuestrado y que como yo era futbolista me habían llamado. Obviamente se dieron cuenta. De hecho, mandaron a una persona al pueblo para que verificara todo lo que decía. Eso fue un sube y baja: estaba en el equipo profesional por mi buen desempeño, la cagaba y me mandaban con las inferiores. Y así fueron varias veces”.

Con 20 años entró a un instituto de Alcohólicos Anónimos, pues el miedo a no jugar pudo más que las ganas de una copa. “Fue duro, pero entendí que podía hacerlo, que debía hacerlo, por mí y por los míos”. Después llegó al Medellín y salió campeón en el Clausura 2009 (junto a Jackson Martínez) y su buen desempeño lo llevó a México, al Toluca, pero no se amañó y regresó a Colombia para hacer parte del conjunto poderoso durante un semestre. Ya después arribó a Bogotá, a Santa Fe. Y aunque al principio fue resistido por la hinchada, que no creía en él, no solo obtuvo un puesto de titular sino que se ganó la confianza de la fanaticada.

“Fue complicado porque te sacan cosas del pasado. Por fortuna, siempre he aceptado lo que he hecho en mi vida, lo bueno y lo malo”. Y por esa sinceridad extrema, además del buen desempeño que tuvo, aún hoy hay hinchas que lo recuerdan llegando a la sede de Tenjo en su Fiat Mirafiori modelo 1982, carro que le compró a la abuelita de un amigo por dos millones de pesos. “Lo organicé, le puse sonido, llantas nuevas, cojinería, de todo. Todavía lo tengo en La Unión. Y es tan bacano que hay gente en el pueblo que me lo pide prestado para dar una vuelta. A mí me gustan los viejitos. Ahora tengo una Land Cruiser del 82 y anda más bueno”. Porque Arias, en vez de gastar el sueldo en un auto último modelo, como sus demás compañeros, prefirió ahorrar, ser austero y pensar en el futuro, una práctica que, confiesa, no es propiamente de él sino de su mujer, Claribel Ríos.

El mérito del sacrificio parece ser suficiente para entender la vida de Luis Carlos, las muchas cosas que perdió por un descuido en su juventud, las otras tantas que ganó, que sigue ganando, gracias al fútbol, a la familia. “Me gustaría dedicarme a la cocina cuando me retire, estudiar algo relacionado con eso. Y, por qué no, montar un restaurante en La Unión. El pueblo es muy calmado, muy lindo, y ese ambiente de naturaleza y de campo me parece el ideal para que mis hijas vivan”. Por ahora, luego de una temporada dura en Pasto, Arias vive un excelente presente con el equipo de Santa Marta (lleva cinco goles y es uno de los hombres importantes para el entrenador Harold Rivera).

“Al comienzo fue complicado por el clima. Es duro tener partidos a las tres de la tarde, pero todo es cuestión de costumbre. Acá siento que no estoy oxidado, que pudo seguir aportando tanto en ataque como en defensa y, lo más importante, seguir divirtiéndome dentro de una cancha de fútbol. Además, es como si estuviera en vacaciones a toda hora por la playa, la brisa, el sol, por todo. Yo siempre repito lo mismo: donde a usted le va bien se siente como en casa”. Tratando de emular épocas pasadas, años que, a pesar de la precariedad y la austeridad obligada, fueron valiosos, Luis Carlos compró otra finca en el oriente antioqueño, en La Unión. Y tiene vacas, gallinas, marranos, un espacio para sembrar papa, un lugar para mantener el amor por las costumbres y por la tierra. “Es que el fútbol es de muchos afanes y uno se desgasta bastante. La agricultura es más tranquila y ahora que mis hijas están creciendo el deseo de compartir con ellas es más grande”.

Eso sí, con un tono de confianza, Luis Carlos no quiere hablar de lo inevitable (el retiro), pues siente que mientras siga ordenando el trabajo con la vida personal podrá disfrutar más del deporte, podrá seguir jugando hasta que se sienta listo para parar y, de cierta forma, volver a comenzar.

@CamiloGAmaya

Correo: icamaya@elespectador.com

Por Camilo Amaya

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