El partido de fútbol, ¿un ritual?

Hemos escuchado muchas veces que los encuentros de balompié generan una tremenda devoción entre los hinchas y seguidores. ¿Qué tanto se diferencia dicho fervor de una práctica religiosa? Una estudiosa del tema analiza algunos ejemplos.

Michelle Yiseth Castro Quevedo*
29 de marzo de 2017 - 10:49 p. m.
El partido de fútbol, ¿un ritual?

La trama que envuelve al fútbol, desde las tribunas, y las pasiones que se exteriorizan, son similares a las que podemos ver en los rituales religiosos. El estadio es un escenario en el cual se manifiesta un fervor que para muchos es incontrolable, hasta el punto en el que algunos entran en un estado de trance y efervescencia por el hecho de ver actuar en la cancha a su equipo. El partido de fútbol provoca en el hincha, experiencias similares a los éxtasis religiosos -vividos en la celebración de los rituales litúrgicos-, allí, también es evidente cómo los hinchas lloran, sufren, ríen, cantan y sobre todo, nunca paran de alentar a su equipo -quien da el espectáculo en la cancha-.
 
La cancha es para el hincha, lo que el altar es para el religioso; es hacia este lugar que se concentra la atención de todos los asistentes; y, en el que se hace manifiesta la presencia del tótem de culto. Sin embargo, para los hinchas, en este “altar” no solo se manifiesta lo sagrado sino que también, se da una batalla en la que lo sagrado se enfrenta a lo profano, representada en el equipo contrincante, que por no corresponder al tótem al que el hincha de la barra brava rinde culto, se convierte en aquello a lo que debe enfrentarse, que es contrario al dios que representa el equipo admirado; por lo que el rival, sería una especie de demonio repudiado; esto, es análogo a la dualidad entre el bien y el mal -dios y demonio-, que se encuentra en algunas religiones
 
Por otra parte, durante el partido, los hinchas apoyan y alientan al equipo, por medio de los rituales. Para los hinchas, es de suma importancia “hacer sentir como local” -es decir, “en su casa”- al quipo, en cualquier cancha en la que este dispute un partido, por ello, el hincha, se desplaza continuamente en una especie de peregrinación constante hacia el templo -estadio- en el que se encuentre su equipo, sin importar las condiciones en las que deba realizar estos viajes ni las que se presenten. Esta, es una característica relevante encontrada sobre todo en los hinchas de las barras bravas, la cual llaman: “el aguante”. 
 
La víspera al día del juego es alucinante. El estadio en el que se va a disputar el partido se llena de espectadores: jugadores, equipos técnicos, periodistas, hinchas, aficionados, policía, etc. Desde un análisis sociológico, uno puede dividir este gran espectáculo en tres momentos: Un antes lleno de ansias y expectativas, un durante lleno de presiones, cantando y recitando arengas para alentar al equipo o en su defecto exigiendo “meter más huevos para salir campeones”, y un después lleno de felicidad por el triunfo o animando al equipo a pesar de la derrota.
 
Complementando lo anterior, y acudiendo al antropólogo Christian Bromberger (Bromberger, 1996) sobre el tema, puedo decir que los partidos de fútbol tienen varias dimensiones rituales, como:   
 
Calendario de competiciones de cada equipo: Regular y cíclico.
Estadio: Espacio sagrado con una distribución diferenciada  entre grupos sociales –en las tribunas es notoria la división referida al estrato socio-económico-.
Separación de la vida cotidiana: Tanto jugadores como espectadores, dejan de lado su vida para enfocar su mente en el momento.
Gol: Los hinchas celebran el gol de su equipo -exageradamente-, con el objetivo de seguir alentando y para exasperar al adversario.
 
Asimismo, no debe dejarse de lado, rituales como los que hacen los jugadores, antes de empezar el partido. Por ejemplo, algunos jugadores de diferentes equipos, salen a caminar en la cancha con los pies descalzos y algunos, aprovechan ese tiempo para orar y encomendar la cancha y en especial los arcos a Dios –caminando sobres las líneas que los bordean-.  
 
Otros rituales que deben ser destacados son las formas de expresarse que tienen los hinchas. En los tres momentos en los que dividimos el partido, los hinchas están demostrando su apoyo al equipo. El lenguaje verbal y simbólico es su herramienta predilecta. El uso de camisetas del equipo, o prendas del color característico del equipo. Además, del ritual de montaje y desmontaje que se hace antes y después del partido[1], con: las banderas, banderillas y trapos con imágenes, figuras y mensajes que representan y alientan al equipo u ofensas que irritan al adversario. Al igual que para el catolicismo popular, la imagen adquiere una gran importancia dentro de la simbología de culto del barrista. 
 
Una práctica evidenciada en algunos hinchas, está relacionada con los tatuajes alusivos a su equipo, como el escudo en su pecho, el cual encierra un gran significado y un amor tan grande que debe llevarse en la piel, al mismo tiempo, que imbuye con un poco del carácter sagrado al cuerpo del hincha y que implica la existencia de un compromiso con el equipo al cual sigue y alienta, por el que aguanta.
 
Finalmente, y la parte que me ha parecido más emocionante es la dedicación evidente de algunos hinchas con el equipo, como por ejemplo los que se encargan de los instrumentos que acompañan los cánticos que retumban durante los 90 minutos en los estadios. Bombos, tambores, trompetas, entre otros, le dan un toque especial a las cumbias villeras, le ponen ritmo, aquél característico de los cánticos que están destinados a alentar a los equipo. Estos, son alegres y lograr generar oleadas de emociones, acompañadas de saltos y gritos, que incentivan un sentimiento de pertenencia y de identificación con quienes comparten las tribunas del mimo equipo. Es por esto, que el partido de fútbol es más que 90 minutos junto a la suma de un extra tiempo, es un momento en el que sentimos un balón rebotando en el alma y nos alegra en su tránsito de cancha a cancha. 
 
 
1. Bromberger, C. (1996). Le Match de Football. Paris: MSH.
 
*Estudiante, Universidad Nacional de Colombia

Por Michelle Yiseth Castro Quevedo*

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