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La 10 no le quedó grande a James Rodríguez

La llegada de José Pékerman coincidió con el mejor momento del volante de 21 años. Y el argentino ha sido quien mejor lo ha sabido explotar en su posición natural.

Juan Diego Ramírez / Enviado especial, Barranquilla
11 de octubre de 2012 - 03:00 a. m.
James Rodríguez luce con toda propiedad la 10 de Colombia. / AFP
James Rodríguez luce con toda propiedad la 10 de Colombia. / AFP

El tobillo lucía tan deteriorado como el de Diego Maradona en el Mundial de Italia 90. En febrero de 2009, James Rodríguez se lastimó el suyo en un partido contra Gimnasia y la hinchazón sugería algo más que un esguince, como había diagnosticado en principio el cuerpo médico del Banfield. El volante, entonces de 18 años, se infiltró durante cinco partidos para tolerar el dolor y al ver pocas mejorías en el pie, los médicos volvieron a practicarle una resonancia. Nunca fue esguince: su tobillo izquierdo sufrió una rotura de ligamentos que durante esos juegos se cosieron solos. Por el acto de valentía —o tozudez— se ganó la admiración del técnico Julio Falcioni y la titularidad del equipo con el que luego lograría el título del Apertura argentino 2009. “Este chico está para grandes cosas en su selección”, presagió entonces el estratega.

El augurio se convirtió en realidad muy pronto, así como el de Carlos El Pibe Valderrama, quien hace un tiempo aseguró que el chico del Porto lo reemplazaría en la selección. Y ese número, que lo viste desde que José Néstor Pékerman dirige la selección, no ha desentonado con el fútbol que practicó durante esta era. En este equipo, donde las comparaciones inevitables con Valderrama han mareado sustitutos anteriores, el 10 no le ha quedado grande a James Rodríguez, por eso su camiseta es de las que más se venden por estos días en Barranquilla, previos al juego de mañana contra Paraguay.

Rodríguez Rubio sacrificó su vida para esto. En las divisiones menores de Envigado, James le pagaba 100 mil pesos mensuales a Ómar Suárez —durante 16 años fue futbolista profesional y 8 entrenador de las filiales de ese club— para que lo entrenara después de las prácticas con el equipo juvenil. “¿A qué niño se le ocurre pagar clases extras porque quiere ser el mejor?”, dice Suárez, orgulloso de su aporte.

Desde niño se propuso serlo. Cuando Jorge Luis Bernal dirigía al Cooperamos Tolima, equipo extinto de la segunda división, un niño de dos años, rubio y bonachón, alcanzaba al grupo en los calentamientos e imitaba los movimientos de los grandes. Era James, a quien ya conocían en ese equipo por meterse en plena práctica a patearles el balón.

Luego, era común verlo llegar de su colegio (El Tolimense) con el pantalón beige roto, la camisa blanca y la chaqueta sucios, la corbata arrugada y los mocasines rotos de tanto jugar fútbol. Decía que quería imitar a Óliver Atom, el autor material de goles imposibles para la física en Supercampeones, porque le seducía el número que llevaba ese delantero en su camiseta del Niupi, el 10. La responsabilidad de llevar ese dorsal nunca le pesó, ni en el torneo Pony Fútbol en 2004 (salió campeón y goleador con Academia Tolimense) ni en Banfield ni Porto.

Los retos de gente adulta no lo intimidan. De hecho, hace unos meses inauguró un restaurante de comida de mar en Porto, Áncora Violeta; en diciembre de 2011 creó su fundación “Colombia somos todos” en Ibagué y un año antes, de 19, se casó con Daniela Ospina. Dice que cuando acomode su agenda quiere estudiar ingeniería de sistemas a distancia, acaso cuando su equipo Porto no dispute Champions League, para tener tiempo. Por ahora cursa clases privadas de inglés.

Su inteligencia emocional es la que seduce a clubes como la Juventus, Inter, PSG y Manchester United. Y es por la que José Néstor Pékerman y el resto de integrantes de la selección coinciden en que la 10 es suya. Apenas es de 21 años, pero tiene las ínfulas del futbolista curtido.

Por Juan Diego Ramírez / Enviado especial, Barranquilla

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