Ganó y sumó los tres puntos que necesitaba para seguir con vida en la tabla —casi que en cuidados intensivos—, pero la verdad es que no hay derecho en la forma como lo hizo. Terminó pidiendo tiempo, arrinconada, con angustia y jugando a nada contra el colero de Suramérica. A nada.
Lo peor es que ese es el real nivel del equipo, y el del sábado ante Argentina fue apenas un espejismo. No nos llamemos a engaños, no tenemos fútbol con qué llegar a Suráfrica y por más cuentas que hagamos, la selección no tiene con qué vencer a Ecuador, Uruguay, Chile y Paraguay. Si finalizó ahogada con Perú, imagínese qué se puede esperar de rivales de mayor jerarquía.
En el primer tiempo, Colombia nos alcanzó a ilusionar e inclusive el gol de Falcao (¡por, fin!) tapó algunos detalles. Pero para la parte complementaria y tras la salida de Fabián Vargas por lesión, el equipo se desesperó y aunque atacó, nunca tuvo cabeza fría —como siempre— para definir.
Dirán, claro, que contra Argentina se jugó bien y se perdió y que entonces es preferible hacerlo mal pero ganar. Puede ser una teoría hasta defendible, pero el fútbol no es de teorías, sino de juego. Y lo que se vio ayer en el estadio Atanasio Girardot (que, a propósito, no se llenó) no fue para nada agradable. Era la oportunidad de oro de hacer goles y mejorar ese horroroso promedio que tenemos, pero no, tampoco pudimos.