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Björn Kuipers: señor enigma

El perfil del arbitro de Colombia Vs. Uruguay

Diego Fonseca
27 de junio de 2014 - 05:59 p. m.
AFP / AFP
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Como en el fútbol, donde es más fácil jugar con extremos, en la ruleta de los estereotipos nacionales a los holandeses les tocó en (des)gracia ser directos, francos y terminantes. Johan Cruyff y Louis Van Gaal pueden ser el día y la noche del juego artístico y mecanizado pero, cuando truenan, escupen con el mismo diccionario de interjecciones sin vocales. Los holandeses podrán vivir bajo el nivel del mar pero incuban el carácter en los volcanes y la auto confianza por los cielos.

Holanda ha enviado su último ejemplar estereotípico a Brasil, un sujeto alto como Patrick Kluivert, fino como Philip Cocu, con el rostro más cuadrado que los hermanos De Boer y dueño un ego que compite con el divino Arjen Robbem. Björn Kuipers va además por el mundo fungiendo como árbitro, una determinante carga extra: conmiseración y piedad vienen son extrañas a su parroquia protestante personal. El tipo no para una jugada hasta que caigan bombas, pero, con la misma indiferencia y porque tal vez corresponde en el manual, puede expulsar del campo hasta a dios.

Kuipers es un enigma perfectamente holandés, una extraña mixtura de apertura mental con tozudez. Es improbable que el tipo tenga sangre de hielo líquido y, sí, muy posible que cada generación de jugadores teatralice mejor que la precedente, pero El Enigma Björn mira a un hombre retorcerse en el piso como un genetista a una rata. “Eso” está ahí, pero así es la vida. Siga el juego.

En cualquier copa internacional, El Enigma Björn deja rodar la bola incluso cuando los tobillos arden. Es un discreto proveedor de tarjetas amarillas —unas cuatro por partido— y pueden pasar hasta cinco encuentros antes de que expulse a un criminal que usa los botines como hachas de talado. En la última final de Champions, dejó que Diego Simeone abandone una y otra vez el banco de entrenador del Atlético de Madrid con las venas del cuello reventando de insultos. Y hasta permitió que entre a la cancha como un jugador más y encare a un defensor del Real Madrid actuando al último malevo argentino. Al final, El Enigma Björn expulsó a Simeone sin alharaca: le enseñó la salida con la palma de la mano, sin siquiera quitarse la tarjeta de la camiseta. Para más mínimos, ni informó el incidente en la planilla oficial.

Como Camus, El Enigma Björn cree que el fútbol es una experiencia formativa en la vida de los hombres hechos, derechos y estrechos. Hay, por supuesto, una escuela Kuipers de la existencia. Su padre fue árbitro profesional, como el abuelo de su esposa. El Enigma Björn suele decir que, si su padre siguiera arbitrando, más de la mitad de los jugadores terminarían fuera del campo antes del fin de los partidos. Él mismo dice oponerse a la crudeza creciente del juego, pero apenas interviene para detenerla. El Enigma Björn, dicen los jugadores, apenas si habla.

¿Qué puede esperarse de un árbitro a quien la misma comisión de referís de Holanda considera tan bueno como arrogante? La prensa británica cree que el caballero ha puesto mucho esfuerzo en su carrera para demostrar que es tan bueno como él cree que es. En su país, donde nadie duda de que es el mejor de todos, hablan de su soberbia con un millón de consonantes: “Kuipers hij loopt naast zijn schoenen”. Literalmente: Kuipers camina al lado de sus zapatos.

El Enigma Björn ha dicho llevar el referato en la sangre y si algo define su estilo es esa confianza absoluta de quien se sabe poseedor de una misión. El árbitro más pedante de Holanda, perfeccionista como sus compatriotas Cruyff y Van Gaal, no gusta dejar hilos sueltos. Un analista de videos le informa sobre el juego de cada equipo, así que antes de salir del túnel El Enigma Björn sabe quién da pases largos, quién patea los tiros de esquina y qué zurdo fusilará al arquero en un penal. “No soy nadie sin mis asistentes”, dice, concesivo e impecable. “Y nos preparamos de la A a la Z”.

El holandés terminante cree que el árbitro debe tener carácter, conducir un partido y manipular a los jugadores, habilidades de gestión que él aprendió en sus estudios de administración de negocios en la Radboud University Nijmegen. Y que también debe conocer el juego desde dentro, como él mismo, un volante voluntarioso pero poco promisorio que abandonó el deseo de romper metas cumplió dieciséis años. Como fuere, El Enigma Björn no ha conseguido la perfección luminosa de Rembrandt. Simple juez mortal, ha regalado penales y visto pasar goles en posiciones prohibidas. Recibió la tirria del Yago moderno, José Mourinho, después de dejar que un ballet de patadones del CSKA tajeara las piernas de los jugadores del Madrid en un partido de 2012. Y está el error supremo, la cicatriz en el rostro del semidiós holandés: un día de otoño, el árbitro miraba para otro lado cuando, justo a sus espaldas, el uruguayo Luis Suárez mordió el hombro a un jugador del equipo contrario.

Una vez le preguntaron qué frutos esperaba de su trabajo. El Enigma Björn, como un creador flaubertiano, dijo una obviedad que lo humaniza y descubre: “Espero que al final del partido no hablen del referí”. 

Por Diego Fonseca

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