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Decir la verdad me ha traído problemas: Diego Umaña

El técnico vallecaucano, que no tiene equipo desde diciembre de 2013, cuando salió del América, recuerda sus inicios.

Ricardo Arce
13 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.
El técnico vallecaucano Diego Édison Umaña. / El técnico vallecaucano Diego Édison Umaña.
El técnico vallecaucano Diego Édison Umaña. / El técnico vallecaucano Diego Édison Umaña.

Desde diciembre de 2013, cuando llegó a un acuerdo con los directivos del América de Cali para abandonar el cargo de director técnico al no clasificar a la final de ninguno de los dos torneos de esa temporada, el vallecaucano Diego Édison Umaña no tiene equipo.

A sus 64 años vive días felices, porque dentro de poco será padre nuevamente y ha aprovechado para estudiar y actualizarse en su profesión.

Extécnico de Once Caldas, Santa Fe, Millonarios, Barcelona de Ecuador, Centauros, Quindío, Júnior y el peruano Juan Aurich, es poco o nada lo que Umaña quiere hablar de su paso por el América: “Este es un hasta luego, es una decisión mía. Jamás volveré a trabajar en Cali. No la paso bien. En otras partes me valoran más como persona y como profesional. No quiero más que decir que fue mala suerte. Del América de ahora me abstengo de hablar”.

¿Cuál ha sido su mayor pecado?

Bueno, es difícil mencionar sólo uno. Por mi manera de ser y lo que he vivido casi a diario cometo un pecado. Tal vez no haber nacido en esta época. Soy un insatisfecho total, siempre quiero más, cosas nuevas, y por eso me cuesta a veces adaptarme a ciertas cosas cuando aparecen esos cambios en el contexto en el que uno se mueve. Decirle la verdad a la gente en la cara me ha traído muchísimos problemas.

¿Cómo recuerda su infancia?

En la calle, jugando fútbol. Rompía vidrios, vitrinas, ventanas... Recuerdo que peleaba mucho con los vecinos por culpa de mis daños con la pelota. Recuerdo que mi mamá me regañaba por estar en la calla. Mi padre, que fue futbolista, nunca me pegó; al contrario, me inyectó el fútbol. Por él fui al estadio de pequeño. Lo mío era el fútbol y gracias a Dios se me dieron las cosas. Me acuerdo perfectamente del día que debuté en el Pascual Guerrero.

¿Su mamá fue a verlo jugar?

Sí, claro. Luego peleaba con los aficionados cuando hablaban mal de mí.

¿Quién lo llevó al Cali?

El Deportivo Cali entrenaba en la base aérea. Por ahí cerca había un lote grandísimo donde manteníamos jugando. Un día al Cali no lo dejaron entrenar en la base y se fueron al lote; entonces el entrenador de la menores me vio. Se acercó y dijo: “Acá me falta uno, ¿quién quiere venir a jugar?”. Todos mis compañeros de una dijeron que “Eusebio”, porque a mí me decían así por el parecido al delantero de Portugal. Fui y les di un baile tremendo. A los cuatro días jugaba el Cali y me llevaron el domingo. Ese día miraba el estadio y desde mi corazón empezaron a salir mis sueños y me visualizaba, porque ese es mi escenario, mi casa, mi todo.

¿Cómo fue conocer a Jairo Arboleda?

Bueno, siempre se hablaba mucho del maestro Arboleda. Era de esos que no aparecían mucho, pero siempre estaba con la esperanza de conocerlo y con esa expectativa. Una vez, entrenando en las canchas panamericanas, donde quedaba el hipódromo, vino y por fin jugamos juntos en un entrenamiento. Ya después iba a firmar con el Once Caldas. Cuando llegué me dijeron que no me necesitaban y regresé llorando. Me tranquilizaban pero yo estaba muy triste. Pasando por Pereira, Humberto Palacios llamó al gerente del equipo y me quedé allá donde estaba Jairo. Se había lesionado y yo fui a reemplazarlo. Luego hicimos un medio campo con Jairo Arboleda, Pacho García, Arsenio Valdez y Diego Umaña. Fue una gran experiencia.

¿Qué representa para usted el Pascual Guerrero?

Para mí es el escenario máximo, es el sitio donde yo quería realizarme y vivir con mucha pasión lo que más me gustaba. Es más, yo siempre he dicho que el día que me muera no quiero que me recen ni nada. Sólo quiero que desde norte, y cuando vaya pasando el vientico grosero (característico de Cali), tiren mis cenizas y quedarme para siempre ahí, porque fue donde me he sentido más feliz, bien sea jugando o dirigiendo. Esa conexión secreta y poderosa con la tribuna es increíble. Nadie se imagina lo que es hacer una gran jugada o un gol y salir corriendo a celebrarlo con el Pascual lleno. Lo que se siente en la piel es impresionante.

Usted dice que el fútbol es su vida, pero casi se le quita al darle un infarto tras un partido cuando era técnico del Quindío...

Antes el fútbol me fortaleció para no irme. Yo fui y en verdad me devolvieron de allá. No voy a hablar de túneles ni nada de eso, porque es una experiencia privada. Sé que a través del fútbol se produjo ese regreso, porque sabía que me faltaban muchas cosas por hacer.

 

Por Ricardo Arce

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