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En el fútbol hay muchos demonios vestidos de civil: 'El Piscis' Restrepo

El técnico de la selección sub-20 de Colombia, que debutará el miércoles contra Paraguay en el Suramericano de Argentina, reflexiona sobre su oficio, en el que comenzó desde que tenía 18 años.

Juan Diego Ramírez C.
06 de enero de 2013 - 02:00 a. m.
En el fútbol hay muchos demonios vestidos de civil: 'El Piscis' Restrepo

Carlos Restrepo Isaza se presentaba como vendedor del taller de artículos de vivero de su padre Óscar Restrepo y ofrecía al por mayor cadenas, apliques, soportes y materas. Al mismo tiempo compraba telas, confeccionaba unas 100 copias de camisetas tipo polo con Alejando Gómez, cómplice y socio, y las vendía a sus amigos de la Universidad Jaime Isaza Cadavid de Medellín, donde estudiaba tecnología del deporte. Ambos oficios los alternaba con el fútbol que practicaba en las selecciones Antioquia. Y todo lo anterior lo combinaba con la dirigencia técnica de la categoría cuarta del Colegio Calasanz, de donde se había graduado hacía unos años. Al final decidió, con 18 años, dedicarse a ser estratega, pero en ese oficio adoptó las características de sus trabajos pasados: la persuasión y oratoria de un negociante —luego estudiaría mercadotecnia—, la paciencia de un pedagogo del deporte, la creatividad de un volante 10 frustrado y la sabiduría de quien calla antes de hablar, que aprendió en su casa cerca del estadio. Esas virtudes se han paseado por el fútbol profesional de Colombia (campeón con Júnior en 1995), y de Costa Rica, y en las selecciones juveniles que en 2012 volvió a dirigir después de décadas.

Antes de viajar a Argentina, para disputar el Suramericano sub-20, Carlos El Piscis Restrepo recibió a El Espectador en una sala de negocios de un hotel del norte de Bogotá, con las gafas contra la presbicia en su mano derecha envuelta en una férula y con la disposición de siempre.

¿Qué tanto conoce de su signo zodiacal?

No me detengo mucho en eso. El apodo Piscis es porque a mi hermano mayor, en el Colegio Calasanz, le apodaron Piscingüino, por querer decirle chiquitico, bajito. A la chapa la abreviaron Pisci y como éramos tres hermanos, Los Piscis. Pero no por el mes en que nací (5 marzo de 1961).

Si no es de leer horóscopos, tampoco será de cábalas en fútbol…

Al principio sí, porque me gustaba imitar los agüeros de técnicos como Carlos Bilardo. Entonces, al igual que él, destiné una camiseta para dirigir. No me veían con otra en la cancha. Pero luego aprendí que lo importante es proceder con responsabilidad. Lo mío es la parte humana.

¿Desde siempre?

Sí. El fútbol no lo juegan robots. No soy de la teoría de dirigir con el rejo en una mano y la comida en la otra. Cuando llenas al jugador de confianza y fe hay resultados. En mi época de jugador era lo que los técnicos dijeran, no había espacios para pensar. Ahora hay que intentar que los futbolistas opinen, que participen más.

¿Ese exceso de democracia no significó una destitución suya en Costa Rica, en 2008?

No fue así. En el club Liberia apareció, como yo llamo, un demonio vestido de civil, un ayudante del dueño del equipo que quiso hacer ver que los jugadores habían votado para sacarme y quedarse él como técnico. Pero la imagen mía en ese país es excelente y al final también se fue él.

¿Demonios vestidos de civil?

Sí, gente que no quiere que tú triunfes. Y el fútbol está lleno de ellos. Pero prefiero no asomarme a encontrarlos, sino actuar correctamente. A las personas desagradables hay que ignorarlas.

¿Ser de Antioquia le ha significado una presión extra u opiniones adversas en este cargo?

El regionalismo es una estupidez. Cuando clasificamos al Mundial de Australia (1993) me sacaron por ser antioqueño, sólo por eso. La gente que se detiene a pensar en regionalismos tiene poco cerebro, porque eso es lo que no nos deja progresar en este país. Hubo otras naciones que tuvieron murallas alguna vez y ya no. El regionalismo sigue siendo nuestra limitante. Ojalá algún día el seleccionador nacional sea de Leticia y lo apoyáramos. ¡Qué bueno sería!

Si hubiera sido caleño, ¿lo dejaban?

Claro. Lo dije en ese entonces: “¿Qué culpa tengo de que mi mamá me hubiera parido en Medellín?” Pero los dirigentes no eran antioqueños y decidieron sustituirme con Reynaldo Rueda, cuando había hecho méritos para clasificar. tttFue degradante.

¿Hay más o menos regionalismo que antes?

No sé, pero, repito, es triste quedarnos patinando en las estupideces. Uno de mis ítems cuando llegué era irradiar esta selección. Llevarla a Barranquilla, a Cali, a Bogotá, a Pereira. La selección es de todos y es válido darle oportunidades a la población futbolística de todo el país. Ojalá me trajeran a un jugador de Vichada: si tiene condiciones, lo dejo. Si nos va bien o mal en Argentina, no triunfa o pierde sólo Valle ni sólo Bogotá, lo hace toda Colombia, porque esta selección es de todos. No quiero que se diga que me casé con X o Y jugador. Les digo a ellos: “Muchachos, no tengo necesidad de eso, ya estoy casado con mi mujer y con ella tengo tres hijos”.

Por no tener injerencia se cree que la selección es sólo de la Federación...

Ese cuestionamiento es de otras latitudes. Pienso que la labor nuestra es no sólo deportiva, sino social, porque el fútbol tiene un significado muy grande en este país. Por eso tratamos de hacer partícipes a muchas personas, pero quienes no lo son opinan así. Igual estas personas, creo, son minoría.

¿Usted cree entonces que por ser colombiano hay que ser hincha de la selección de Colombia?

Antes el fútbol era mal visto por las esferas altas. Pero, fíjese, ahora al estadio va el mismo presidente Juan Manuel Santos para ver a los ídolos del momento. Y prefiero no decir que sea una obligación, sino la búsqueda de sentimiento de unión. Los que hemos vivido afuera (por el trabajo de su papá, mecánico industrial, vivió entre el 69 y el 70 en Nicaragua) sabemos que Colombia es maravillosa.

¿Usted dejó al fútbol o el fútbol lo dejó a usted como jugador?

Jugaba en las reservas de Nacional y a seis jugadores nos habían ascendido a primera, pero poco después murió Oswaldo Zubeldía (1982) y cuando llegó Miguel Ángel López decidieron hacer préstamos y teníamos que realizar pruebas en Pereira y Caldas, pero no quería dejar mis negocios en Medellín, me movía mucho para tener mis centavos en el bolsillo. No sé ahora, pero antes era bien entrador como vendedor. Y también me estaba yendo bien como DT, y decidí dejar de jugar en 1983.

¿Y le iba bien?

Sí, era un volante diez con visión: yo visionaba pases, trataba de hacer cosas diferentes. Y casi siempre era capitán. Pero en ese entonces no había una selección Antioquia sino cuatro, había mucho talento, por encima mío estaba, por ejemplo, Alexis García. Además, los técnicos, como veían que iba más allá de la práctica, me convencieron en hacerme colega. Óscar Vásquez me soltó el equipo de cuarta categoría del Colegio Calasanz, fui campeón y luego tras la muerte de Óscar en el 82 asumí las otras cuatro categorías. Y ahí empecé. Ya llevo 34 años casado con el fútbol.

Por esa costumbre de relacionar la edad con la autoridad, ¿no era duro imponerse siendo tan joven?

Me pasó en 1995 con Júnior, cuando fuimos campeones. El Pibe, que jugaba entonces, tenía mi misma edad y él, al igual que muchos compañeros suyos, venían de la mano de Maturana, El Bolillo y Comesaña, técnicos con más experiencia y fama. Pero me gané el respeto con trabajo y aproveché con humildad el liderazgo de Valderrama. Una vez disputamos un primer tiempo terrible, pero dejé que los jugadores entraran al camerino primero que yo. Cuando ingresé, había un silencio extraño: ya El Pibe los había gritado y apretado. ¿Qué más les decía yo?

¿No es de los que ve eso como subordinación o que se asusta cuando hablan en el túnel?

Si empiezas a hacer muchas conjeturas, sufrirás. Claro que hay que exigir con firmeza, pero también con calidad, no con ordinariez. Por eso es importante el convencimiento y el trabajo. Ojalá ellos siempre se reunieran para pensar en la boca del túnel, en donde sea. Eso hace falta a veces, dejarlos actuar, que no tenga que ser la voz del técnico sino el ingenio de ellos mismos.

Por Juan Diego Ramírez C.

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