"Hoy tocaré bocina por todo Bogotá"

El argentino de 49 años, autor del gol que le dio la última estrella a Millos en 1988, está convencido de que el club hoy (5:30 p.m.) será campeón contra Medellín.

Mario Vanemerak / Especial para El Espectador
15 de diciembre de 2012 - 09:00 p. m.
Vanemerak trabaja ahora en el programa la Telepolémica, luego de dirigir por última vez y sin éxito al Real Cartagena.  / El Espectador
Vanemerak trabaja ahora en el programa la Telepolémica, luego de dirigir por última vez y sin éxito al Real Cartagena. / El Espectador

Estoy convencido de que Millonarios esta noche será campeón. No sé por qué, simplemente, lo presiento. Y esté seguro que voy a salir a festejar a las calles con mis hijos, que son tan enfermos por Millos como yo. Ellos, Óscar y Laura, no lo han visto campeón, tampoco muchos hinchas de la Blue Rain, por ejemplo, pero quédense tranquilos que hoy festejaremos, que no le quepa duda. Yo voy a salir en el carro a tocar bocina por todo Bogotá, eh. Voy a saltar, gritar y, si puedo, quisiera tener una camiseta de alguno de los ídolos de esta estrella que confío que se logre. ¡Bogotá sería una locura! Como la noche del 18 de diciembre de 1988, cuando regresamos de Barranquilla con la estrella 13, la última, que conseguimos tras empatar, con gol mío, en esa ciudad con Junior y de manera agónica.

Las imágenes de televisión así nos lo recuerdan: el arquero Ómar Franco rezaba, arrodillado, pegado a un radio escuchando la transmisión del partido Santa Fe-Nacional en El Campín, que debía terminar igualado, para que nosotros pudiéramos ser campeones otra vez. Cinco minutos antes habíamos igualado en el Metropolitano, con unas 21 mil personas viéndonos. Casi todas eran hinchas de Junior, aunque allí estaba sentada la más importante: mi esposa Amalia, embarazada de mi primer pibe (que nacería en agosto del 89). Aunque, en esos cinco minutos de angustia no le presté mucha atención, yo no quería saber de nada de Ómar Franco y su transmisión. Le preguntábamos desde lejos “¿cuánto falta?”. Y él: “Quedan tres… quedan dos”. Fueron una eternidad esos cinco minutos. Yo caminaba de un lado para otro con Eduardo Pimentel y El Pájaro Juárez, no hablábamos, sólo nos veíamos con las manos sobre la cabeza: no hubiéramos resistido que Nacional fuera campeón, no nuestro acérrimo rival. La verdad: ¡estábamos cagados! Pero luego escuchamos, no sé a quién, “Millonarios, campeón, Millonarios, campeón”, y destapamos la celebración. Rápidamente entramos al camerino, nos bañamos para alcanzar el avión a Cartagena y allí abordar otro con destino final a Bogotá. Estábamos emocionados, nos reíamos, tomábamos champaña con los dirigentes y para sorpresa nuestra escuchamos al piloto: “La tripulación quiere recibir al campeón, nuevamente, Millonarios”. ¡El tipo era hincha de Millos también!

Pero el festejo grande nos aguardaba en Bogotá y lo percibimos recién aterrizamos: había tanta gente, incluida el alcalde Andrés Pastrana, que la buseta tuvo que buscarnos hasta la puerta del avión y allí comenzamos nuestra caravana hasta la calle 122 con autopista norte, donde concentrábamos usualmente. Pero nos tardamos, ¡eh! Hasta la avenida Boyacá, que normalmente se tarda unos ocho minutos desde El Dorado; llegamos luego de tres horas. La gente estaba enloquecida, se le tiraba al bus, nos pedían camisetas y nosotros terminamos dando las sudaderas, los bolsos. ¡Ellos recibían hasta una media sucia! Por eso, de un momento a otro, me descubrí en calzoncillos al igual que Eduardo Pimentel y a esa altura de la celebración, qué frío ni qué nada.

Y qué mejor que celebrar con Eduardo Pimentel, mi gran amigo y socio en la mitad de la cancha. No éramos los más talentosos, es cierto. Pero sí éramos el pulmón del equipo, los que promovíamos la garra. Recuerdo lo que nos cantaban las barras: “Pimentel, berraco, Pimentel”. Y “Vanemerak, Vanemerak, Mario Potencia Vanemerak”. Ofensivamente, estaban Arnoldo Iguarán, El Pájaro Juárez, Rubén Darío Hernández y La Gambeta Estrada, pero nosotros éramos el corazón, el empuje. Eduardo fue mi pareja ideal y espero que él piense lo mismo, nos entendíamos muy bien y además jodíamos más que nadie en el grupo. Nos burlábamos de todos, hasta de Iguarán que había que sacarle las palabras con un anzuelo. También molestábamos con el conductor. Cuando veíamos el bus de Santa Fe, le decíamos ¡tíraselo encima, tíraselo! También jodíamos con trompetas, hacíamos mucha bulla. En realidad, ese grupo era muy armónico y otro responsable de ello era Luis Augusto El Chiqui García, nuestro técnico, quien me recordaba al argentino Alfio El Coco Basile por su gran manejo de grupo. El Chiqui mantenía contentos a titulares y suplentes. No sé cómo lo hacía. Éramos un grupo muy bueno, con muchos nombres importantes y jóvenes con experiencia como yo —tenía 22, pero venía de Vélez de Argentina—. Había mucha afinidad. Por eso me recuerdan aún en Bogotá, por ese gran equipo de 1988.

En fin, la celebración de ese día fue total. Subíamos a los hinchas al bus, tirábamos maicena, harina y hasta orines hubo por ahí. Cuando llegamos al hotel, siguió habiendo celebración, casi no dormimos porque nos salimos a la terraza. ¿Cómo no? Si les habíamos arrebatado el título a Nacional de esa manera. Fue parecido a lo que pasó hace una semana en la definición del cuadrangular A, cuando Millonarios debió esperar unos 30 segundos el resultado final en Pasto, porque ese equipo arremetió contra Tolima, pegó varios remates en el palo y se sufrió mucho, por eso la gente no festejó de inmediato, y luego sí se desahogó con ganas. El Medellín es un equipo respetado por su técnico, por su nómina, pero veo más entero a Millonarios, muy comprometidos a los jugadores.

Trato de imaginarme lo que sienten los actuales jugadores como Wason Rentería, a quien lo vi en las divisiones menores de Chicó, a Ómar Vásquez y a Rafael Robayo, a quienes quisiera abrazar si ganan el título o tener una camiseta suya. Deben estar contentísimos al igual que la gente. Claro, sobre todo la gente. Porque en 24 años han pasado futbolistas, técnicos, dirigentes, pero el hincha sigue firme, siempre ha estado allí. Algunos no lo han visto campeón, pero quiero que lo hagan hoy como mis hijos. Quiero que sientan lo mismo que yo, porque Millos es un fenómeno, tiene la mejor hinchada del mundo. Fíjate: ha ido a reventar en Sudamericana y Liga. Sí, es un fenómeno uno ver a más de 120 mil personas en tres partidos. Por eso es el equipo que más amo junto a Vélez: allí me criaron como persona y jugador, salí de sus divisiones menores, todo lo que tengo se los debo a ellos, me dieron mi primera casa, la plata para vivir con la familia y de allí me vendieron por 480 mil dólares a Millonarios. No me asustó viajar a Bogotá, venía de vivir en una pensión e ir a jugar en un equipo tan grande me motivó. Fue un acierto. Y para rematar, ambos equipos tienen el azul y el blanco. Los amo. Y, bueno, hoy Bogotá será una locura y yo haré parte de ella. Ojalá así sea.

Por Mario Vanemerak / Especial para El Espectador

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