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Luis Carlos Arias, ejemplo de superación

El volante de Santa Fe, autor del gol del triunfo contra Cali, fue desplazado de su finca en el oriente antioqueño hace 12 años.

Juan Diego Ramírez C.
29 de octubre de 2012 - 01:54 a. m.
Arias sufrió hace seis fechas una lesión de rodilla. El sábado volvió.  / Gabriel Aponte
Arias sufrió hace seis fechas una lesión de rodilla. El sábado volvió. / Gabriel Aponte

La finca agrícola de Luis Carlos Arias estaba ubicada en un morro de la vereda San Juan, en el municipio antioqueño de La Unión. Se levantaba con el canto del gallo a ordeñar las vacas, a arrancar papas, agachado y con un azadón, hasta las seis de la tarde. Cada tanto sacaba tiempo para patear en el potrero un balón de caucho amarillo que le habían regalado sus papás. Vivía la época de la felicidad malograda por la escasez de su finca montañera.

Pero el sitio, por su panorámica y ubicación, era idóneo hasta para los grupos armados de la época (2000). Un día su madre Marleny colgó el teléfono y no aguantó el llanto. Le advirtieron que debían desalojar la casa porque el grupo ilegal no identificado requería un punto estratégico de esas características: tenía rango de mira por todos sus frentes. “Pero no tenemos adónde ir”, le contestó la señora con voz quebrada”. “Entonces aténganse a las consecuencias”, replicó el sujeto y colgó. Cuanto antes empacaron lo que pudieron en un camión viejo y llegaron a pedir posada a la casa de una prima en La Unión, a casi dos horas de Medellín.

“Lo primero que cogí fue el balón de micro. Pero se nos quedaron muchas cosas. Un tío nos había regalado hacía poco un televisor a color y no pudimos llevarlo. Cuando mi mamá volvió a los días encontró todo dañado, quemado. Fue muy triste”, recuerda Luis Carlos, uno de los tres hijos del matrimonio de Mario Arias y Marleny Cardona. Por ese entonces encontró en el alcohol un refugio y pronto ese vicio se convirtió en su soberano y cómplice, aun mientras jugaba en las divisiones menores de Atlético Nacional en 2005, cuando ya vivía en Medellín en una pieza arrendada con sus padres.

Su vida cambió al compás del ocio nocturno: faltaba a los entrenamientos de las filiales, se metía en problemas, jugaba sin reposo y aún con el eco de la fiesta anterior. Y mentía. Algún día inventó a su entrenador como excusa que un familiar había fallecido, que el sepelio y las vueltas póstumas lo habían retrasado. Había estado bebiendo. Luego sólo jugó un partido como profesional (contra Tolima en Medellín) en una plantilla que dirigía Santiago Escobar.

Decidió entonces —de 20 años— encomendar su problema a un instituto de Alcohólicos Anónimos. “Fue muy duro dejarlo, pero sabía que debía hacerlo. En el camino muchos me volvían a ofrecer, era difícil decirles que no. Algunos, por rabia, me regaban la cerveza o el trago encima”, recuerda Luis Carlos. “No entendían que me estuviera recuperando. Pero ahora mis amigos lo saben y no me tomo un trago hace siete años. Le cogí pavor y respeto al alcohol”, añade el antioqueño de 27 años.

Después de rehabilitarse fue Medellín el equipo que aprovechó su mejor nivel: en el título del Clausura 2009, cuando dirigía Leonel Álvarez. Su rendimiento lo llevó a marcar el mejor gol de ese torneo en un juego contra Cúcuta: una chilena que se coló en el ángulo izquierdo del arco. “Golazo, golazo”, repetía en la celebración, con los brazos abiertos. Idéntica a la del sábado, luego de que anotara el único tanto de la victoria de Santa Fe (equipo al que llegó este año) contra Deportivo Cali. Ese gol representó la esencia de su vida: caer y levantarse, sufrir y nunca desfallecer.

“Venía de dos meses de estar lesionado, no había jugado mucho, perdí ritmo y el sábado pude volver con gol. Es fruto de siempre trabajar, así encontraré el nivel que adquirí el semestre pasado cuando ganamos el título”, aseguró el carrilero izquierdo del club cardenal, al que aprecia como si fuera bogotano. “Cuando me ofrecieron venir me asusté porque sé que a los paisas no los quieren mucho en la capital por la rivalidad entre los equipos de ambas ciudades. Pero fue un reto y ahora siento el cariño de los hinchas, me lo he ganado por mi trabajo también”.

Gracias a su gol Santa Fe alimentó la ilusión de clasificar a los cuadrangulares, para lo que tendrán que superar a Itagüí y a Chicó. “Será muy duro porque dependeremos de otros al final de la fase regular (11 de noviembre). Particularmente, quisiera estar en las finales para no perder ritmo y seguir mostrándome”, añade El Enano, como le decían en Medellín por los 1,67 metros de estatura.

Eso sí, es de corazón gigante y un admirador confeso de la vida: como muchas otras víctimas de la violencia de este país.

Por Juan Diego Ramírez C.

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