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Medellín accedió a la cuarta final en diez años

En la fecha 16 de la fase regular estuvieron eliminados cuatro horas y media, tiempo en el que se reprocharon y recriminaron. Pero otros resultados los revivieron. El DIM es sólo drama.

Juan Diego Ramírez C.
11 de diciembre de 2012 - 03:34 a. m.
El técnico Hernán Darío ‘El Bolillo’ Gómez celebró con su cuerpo técnico luego de la victoria en el último minuto contra Itagüí, el domingo.  / Luis Benavides
El técnico Hernán Darío ‘El Bolillo’ Gómez celebró con su cuerpo técnico luego de la victoria en el último minuto contra Itagüí, el domingo. / Luis Benavides

El 28 de octubre Medellín se consideró eliminado. Esa tarde, tras igualar a uno con Cúcuta en su propio estadio en la fecha 16, los jugadores ingresaron cabizbajos al camerino, huyendo de los insultos de la tribuna. Los nuevos del plantel se sentaron a escuchar los lamentos de los veteranos: “Nos reforzamos mal. No servimos para nada. Somos unos malos. No pusimos huevos: ¡Mierda!”. Mientras partían a casa con lágrimas de sabor conocido, el de la eliminación, Quindío le anotaba el primero a Tolima en Armenia y los sepultaba más.

Era la consecuencia lógica de una docena de eventos desafortunados que sufrió Medellín durante el semestre. Las maldiciones, el mea culpa que proferían los jugadores tras igualar con Cúcuta se referían también a la mala suerte: Hernán Darío El Bolillo Gómez sólo dirigió la mitad de la fase regular, pues por suspensión se perdió nueve fechas y debió pagar cerca de $7 millones en multas. Sufrió la lesión de William Arboleda y, además, las decisiones injustas de los árbitros, como en la fecha nueve cuando Ímer Machado sancionó un penalti apelando a mano en el área, pero que en realidad se trató de un balón que pegó en el estómago del defensa Jorge Arias. El fútbol estaba en deuda con Medellín y encarnó en Christian Marrugo para saldar la deuda. Esa noche en Armenia Marrugo propició el empate contra Quindío y faltando un minuto anotó el del triunfo que permitió al DIM seguir respirando. Entonces la crisis se convirtió en fortaleza y fe: el equipo se unió y venció. Como dijo El Bolillo, DIM es una familia, liderada por John Viáfara, de quien dicen es como un papá para el plantel. Un grupo amenizado por los chistes del delantero William Zapata y la sonrisa indeleble de Felipe Pardo, quien reacciona con positivismo —y algo de tozudez— ante sus fallos con el arco de frente. “La metés en la próxima, Pipe”, lo consolaban sus compañeros. La unión consiguió la clasificación a los ocho contra Quindío en la última fecha.

Por eso una goleada, un triunfo holgado, no podía ser el desenlace, no sin drama podía clasificar DIM a la gran final. ¡“Vamos a matar o a morir!”, les gritó en el entretiempo El Bolillo, tras un primer tiempo nefasto. En el segundo El Pánzer Carvajal (asistente) escuchó que en la tribuna festejaban un gol de la Equidad y que al igualar 1-1 con Nacional clasificaba el DIM sin ganar. Se tranquilizaron hasta que conocieron la realidad: un hincha en las gradas se había inventado el cuento o escuchado mal la transmisión radial y continuó el drama en la cancha. Felipe Pardo puteó al errar un disparo por arriba, Yorleys Mena y Sebastián Hernández se lamentaron al estrellar sus remates en el palo.

La impotencia se resume en la recomendación técnica que escuchó Ray Vanegas de El Bolillo Gómez antes de ingresar: “Entre y haga lo que se le dé la gana”. Sólo restaba una jugada, un tiro de esquina en el minuto 92, pero no aparecieron recogebolas. Sebastián Hernández corrió como pudo, como su estado físico diezmado se lo permitiera, a buscar un balón. Lo puso en el ángulo y dijo en voz alta, gritó la petición contra el viento: “Dios, permíteme al menos levantar el centro”. Su pierna derecha estaba al borde del calambre, pero el balón se elevó lo suficiente para que un doble cabezazo terminara en gol. “Yo no fui a festejar, sólo me dejé caer del cansancio y lloré y lloré. No podía dejar de hacerlo. Todo era muy emocionante”, acepta Hernández. El Bolillo, en su zona, miró al cielo con sus lentes transitions, ya oscuros por el sol, y gritó como nunca. “Yo no sé cómo, pero lo logramos”, explicó luego el estratega de 56 años.

En el camerino saltaron, lloraron, se abrazaron. Cantaron “Cano, Cano, goleador” como dedicatoria al argentino que se lesionó. Partieron en una caravana hacia el hotel Alejandría a descansar y a ver la definición del otro cuadrangular. Millonarios, el otro finalista, debe ser cuidadoso: su rival llega con la fuerza de un resucitado, la vitalidad y optimismo del que lidió con la muerte.

Por Juan Diego Ramírez C.

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