'Milagro de Navidad'

Relato de cómo vivió un hincha el glorioso día de la conquista de la estrella 14.

Juan Carlos Salgado
21 de diciembre de 2012 - 12:57 p. m.
'Milagro de Navidad'

Dicen que a veces la vida se confabula para que una persona alcance la felicidad. Para muchos, cuando eso sucede, se trata del poder de los milagros o de la puesta en acción de energías inexplicables...

A mí, seguidor ferviente de Millonarios, mis amigos y conocidos, y ellos saben quiénes son, me habían endilgado un porcentaje del fracaso de Millonarios en los últimos 24 años, pues consideraban que el hecho de dejarme llevar por la emoción y compartir con palabras escritas mi sentimiento hacia el cuadro embajador cuando éste vislumbraba la gloria o el simple hecho de asistir al estadio, se había convertido en el fucú del amado equipo capitalino...

El año pasado, tras la victoria ante Júnior en El Campín, decidí escribir una carta abierta a los jugadores, en la que enunciaba lo que ellos, en caso de ganar, podrían lograr, y una vez más este hecho fue considerado como uno de los culpables de la eliminación.

Este 2012 se me prohibió escribir y la única licencia, que inclusive fue publicada en El Espectador.com, fue una reflexión de Facebook en la que hablaba de la desfachatez de los directivos de Millonarios, que desde mi punto de vista, algo que sigo creyendo y confirmé este 16 de diciembre, abusaron de una manera descarada de su hinchada.

Incluso, mis amigos y conocidos me imploraron para que no escribiera nada y quizás por el deseo de ver la estrella 14 sobre el escudo opté por hacerles caso y le di paso a la autocensura.

Es más, sé que muchos se alegraron cuando la Dimayor me negó la acreditación, a la que pensé de manera equivocada que tenía derecho, amparándome en una historia de más de dos décadas en el periodismo deportivo o por el hecho de haber creado una revista independiente (Deportemas), que con el correr de los años migró a la era digital hasta convertirse en deportemas.com, con más de 30.000 visitantes mensuales.

Pero a veces los hechos negativos terminan convirtiéndose en positivos y vaya a saber por qué, terminamos agradeciendo a quienes en su momento nos causaron pena.

Es por eso que en estos momentos no me queda sino darles gracias a los directivos de Millonarios y a la Dimayor por haberme negado la entrada a El Campín, pues gracias a su decisión comenzó a cobrar forma lo que he llamado el milagro de Navidad.

Y es que no encuentro otra manera para explicar lo sucedido el 16 de diciembre, el día de mi cita con la gloria y la felicidad. Y quiero ser lo más fiel con los hechos con la intención de que quienes lean estas líneas comprendan que en la vida todo es posible y que cuando la noche llega a su punto más oscuro es porque el amanecer está anunciando su aparición.

Confieso, en la mañana del domingo me sentía triste por no poder ser parte de la gran fiesta de mi amado equipo y me había resignado a seguir los acontecimientos desde las frías imágenes de la televisión. El sentimiento se hizo más fuerte tras leer las reflexiones de Mario Vanemerak, el ídolo de la juventud, en las páginas de El Espectador, y mucho más al repasar el comunicado de los respetables directivos de Millonarios que anunciaban con orgullo que no había una boleta más.

En el fondo, por mi espíritu soñador, mantenía una leve esperanza. Esperaba la llamada milagrosa de alguien que por algún motivo tenía que ceder su puesto de privilegio e incluso la de uno de los patrocinadores (Hyundai) por el hecho de estar vinculado de manera paralela en mi quehacer en el periodismo deportivo con la industria automotriz. De Pepsi no, pues soy un enfermo por la Coca-Cola y ese hecho sí me parecía más que descabellado.

En medio de tanto pensamiento surgió de mí, de manera inesperada, el deseo de llamar a mi amigo Luis Guillermo Ordóñez, quizás con la intención de compartir con él mi frustración o para sentirme mejor, pues si a él, hombre de fútbol, que ha cubierto para El Espectador los últimos mundiales, la impoluta Dimayor le había negado la acreditación, qué podía esperar yo, un periodista enfocado en darle vida los últimos años a medios alternativos, sin el poder económico que tanto les gusta a los hombres de los escritorios.

Pero fue Memo quien prendió la llama de la esperanza, pues al mismo tiempo que conversaba con él, su hermano Camilo lo llamaba para decirle que se habían comunicado de Tuboleta para informarle que todavía había entradas disponibles.

Colgué de inmediato y con incredulidad, acogiéndome al comunicado de los respetables directivos de Millonarios, que habían anunciado con orgullo que no había ni una boleta más, marqué por primera vez los números del intermediario.

Pasó un minuto, dos, tres, cuatro, cinco y lo único que escuchaba era una música de fondo y la invitación a eventos que ni recuerdo. Quienes me conocen saben que mi don no es la paciencia y en otras circunstancias habría colgado antes de llegar a los cinco, pero esta vez me di un plazo de 30 minutos, al término de los cuales, si no aparecía una voz, le echaría tierrita a la ilusión. Pero después de 20 interminables minutos escuché la voz melodiosa de una mujer a la que le comuniqué lo que me habían dicho.

Pero ella, creo que jugando, me respondió que no era cierto y que de dónde había sacado la información. Me despedí entristecido, pero ella de inmediato reaccionó y me dijo: “un momento, espere, ¿cuántas boletas necesita?”. Tres, respondí, acordándome de que mi amigo Fabio soñaba con ver campeón a Millonarios, acompañado de su hijo Sebastián.

Ella, con su voz melodiosa, me dijo que eran boletas de primera fila, en sur baja y a mí no me importó, pues lo realmente significativo era poder estar dentro del estadio.

Salté de la cama emocionado y partí rumbo al escenario capitalino, al que muchos llaman El coloso de la 57, pero esa emoción me traicionó y me llevó al error, pues me concentré en asegurar como compañeras a mis camisetas de Saeta azul y blanca como testimonio de mi amor al equipo, pero olvidé la tarjeta de crédito, la cual me exigían en la taquilla.

Tamaña equivocación que tuvo como castigo la mirada inquisidora de mis acompañantes. Tomamos un taxi, para más señas, conducido por un tolimense, ferviente seguidor de Millonarios, quien durante el doble trayecto se apoderó de la palabra, cual mejor comentarista. El recorrido lo hizo en menos de 30 minutos, por un valor de $23.000, costo razonable por la importancia de su servicio.

Después de eso ya no había barreras. Con tarjeta de crédito en mano me fui a reclamar mi preciado botín. La boleta número 35244, del sector 1, fila A, silla 15, en la que se leía en su costado con un parche negro “silla con vista parcial”. Pero a esas alturas eso era lo de menos y qué importaba si no podía ver parte del gramado, pues con el sólo hecho de ser parte de la historia albiazul era más que suficiente. De no haberla comprado en el sitio oficial, bien hubiera podido pensar que se trataba de una boleta “chimba”, pues mientras en las demás aparecía el escudo de Millonarios y Medellín, en ésta sólo se resaltaba el del onceno embajador.

Con boleto en mano, y después de cancelar $185.000 por él, estaba tranquilo. Primero, porque ante la condición del mismo, era muy difícil que me quitaran el lugar y, segundo, porque ante ese valor, costoso para un periodista, lo único que esperaba era un ingreso organizado, como suele suceder en cualquier evento internacional.

Pero no fue así. Las filas en el costado oriental parecían no tener fin e iban de manera desordenada y sin sentido de, un lado para otro, muy diferente a lo que suele acontecer en occidental, tribuna reservada para los más adinerados.

Hicimos tres filas y sólo la tercera fue la que fluyó. Ya a cinco metros del ingreso, el corazón palpitaba de alegría, pero todavía había cabida para más milagros de Navidad. Antes de ingresar al escenario y de repente, apareció un hombre con una caja de cartón repleta de banderas azules, con la estrella 14, financiada por Pepsi. No fui el más hábil en correr, quizás por mis kilos demás, pero mi amigo Fabio sí y se hizo acreedor a una de ellas. Pero al revisar, nos dimos cuenta de que aunque sólo entregaban una por persona, en la de él se había pegado una adicional que fue a parar a mis manos y fue la fiel compañera durante el partido y la tanda de cobros desde los 12 pasos.

Pero ahí no pararon las sorpresas y había espacio para más acontecimientos. Y una vez más, el “buen trabajo” de los directivos de Millonarios, para la gente de oriental, se confabuló a mi favor. Resultó que la numeración de las sillas no tuvo validez y había opción de sentarse en cualquiera de las localidades y nos correspondió justo al frente del punto penalti del área sur de El Campín, en pleno corazón de la tribuna.

Y sea este el momento para ofrecerles disculpas a dos anónimos hinchas. Primero, al dueño del lugar que tomé “prestado” por la “sabia y justa” decisión de los directivos de Millonarios de irrespetar una vez más a sus seguidores (¿por qué no hicieron lo mismo en occidental?). Y segundo, a quien le correspondió mi silla, la del sector 1, fila A, número 15, con vista parcial, a pesar de pagar el mismo valor que los demás. Es como asistir a un concierto, pero con la condición de sólo poder escuchar siete canciones de las diez del artista, porque los directivos consideran que eso es justo y permitido en un sociedad como la colombiana, en la que ellos ocupan lugares de privilegio y son poseedores de una gran moral y justicia, como la que se vive en la tribuna occidental.

Para ese entonces, con un sol canicular, el reloj marcaba las 2:30 de la tarde y tan sólo 180 minutos nos separaban del anhelado juego. Al estar en ese lugar, fui comprendiendo muchas cosas. Una, que en esa tribuna, como en las laterales, el fútbol se vive de una manera diferente. Por ello no me molestó ser “conejillo de indias” para que un pequeño cartel azul fuera una pequeña pieza de un mosaico gigante que sólo podía ver la gente de occidental ni quedar cubierto por una bandera gigante con los colores de Millonarios y Bogotá, cuando se entonaban las notas del himno nacional.

Ya sobre las 5:30 de la tarde, cuando el azul y blanco del cielo le daban paso a las sombras, vino la razón de ser de esta historia. Más de noventa minutos de tensión con sensaciones diferentes. La de la impotencia de los primeros 44 minutos por no poder vencer la resistencia del rival; la del éxtasis por el gol de Wilberto Cosme; y la de la desazón por la igualdad del 'Poderoso', que verdaderamente lo fue en El Campín.

Y quiso Dios o quizás el destino, que la definición de la 14, se diera justo en el costado sur, al frente de mi localidad prestada. Cuando el golero Delgado detuvo el cobro del juvenil Andrés Correa, las lágrimas aparecieron en mi rostro, como en la de miles de seguidores azules, que fueron testigos de un palpable milagro de Navidad, representado en la esquiva pero ahora muy querida estrella número 14...

Por Juan Carlos Salgado

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