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País de guerra y fútbol

¿Qué tienen que ver la reactivación de los diálogos de paz con la guerrilla y la eliminatoria al Mundial?

Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador
09 de septiembre de 2012 - 10:27 p. m.
La selección Colombia que aspira a clasificar al Mundial de Brasil. / AFP
La selección Colombia que aspira a clasificar al Mundial de Brasil. / AFP

En 1999, cuando soplaban vientos de paz desde San Vicente del Caguán hasta las Sabanas de El Refugio, en la selvática zona de distensión fui testigo de un particular “comité temático” de las Farc. ‘Simón Trinidad’, ‘Andrés París’, ‘Marcos Calarcá’ y ‘Fernando Caicedo’ hablaban de ‘Golpe de estadio’, la entonces recién estrenada película de Sergio Cabrera sobre nuestros padecimientos mayores: la guerra y el fútbol. Transcurre en un pueblo de Colombia donde están enfrentados a sangre y fuego guerrilleros y policías. Durante los combates, en el lugar sólo queda funcionando un televisor, por lo que las partes hacen una tregua para poder ver los partidos del mundial.

Los guerrilleros que habían visto una versión pirata ponían al día a los que no y todos comparaban el argumento con sus anécdotas en el conflicto. En muchos casos vieron partidos en medio de las balaceras gracias a las antenas satelitales que utilizaban. En 2001, hubo un debate similar, paralelo a la mesa de negociación con el gobierno de Andrés Pastrana, pero referido a la Copa América que se realizó ese año en nuestro país. Había un rumor internacional de que iba suspenderse el evento porque varias selecciones se negaban a venir “por motivos de seguridad”. Ese día los voceros de las Farc tenían sobre la mesa impresos de internet de las declaraciones del técnico de la selección Colombia, Francisco Maturana, en las que admitió que “la inseguridad podría ser un factor a tener en cuenta”.

La mayoría estuvo de acuerdo en que había que pronunciarse a favor del evento, incluido el ‘Mono Jojoy’, promotor de la construcción de canchas en la zona de despeje y de partidos entre guerrilleros, en uniforme y con botas de caucho, hasta que empezaron a reportarle “bajas”. “Por nuestra formación combatiente, a la hora de los partidos no se impone la técnica sino la fuerza y ha habido varios camaradas lesionados de consideración”, explicó informalmente ‘Jojoy’. A quien lo tenía sin cuidado el fútbol era a ‘Raúl Reyes’ y por eso opinó que le daba lo mismo si había copa o no.

El encargado de hacer público el respaldo a la copa fue alias ‘Fernando Caicedo’, secretario del Comité Temático después capturado. “Garantizamos, por lo menos en lo que a nosotros respecta, que no va a haber ningún ataque que interfiera el feliz desarrollo de la Copa América”, dijo en una declaración que utilicé en un informe para el diario argentino ‘Clarín’. “Respetaremos el evento continental porque somos hinchas del deporte, especialmente del fútbol, y porque no tenemos como política militar interferir este tipo de actividades”.

‘Caicedo’ admitió: “nuestro problema es que somos exageradamente emotivos frente al deporte, un día subimos los jugadores al cielo y luego los bajamos al infierno. Por eso muchas veces los periodistas le dan más importancia a un partido de fútbol que a una audiencia pública del proceso de paz y por eso la gente se olvida de los problemas sociales”. Cortina de humo. Difícil olvidar episodios como el del 6 de noviembre de 1985: mientras la guerrilla del M-19 se tomaba el Palacio de Justicia, la televisión pública, por orden gubernamental, prefirió trasmitir en directo el partido Millonarios-Unión Magdalena.

A finales de 2009 le pregunté al escritor Fernando Vallejo si es hincha de algún equipo antioqueño y me soltó esta diatriba: “no hago parte de este país de aficionados al fútbol, alucinados y desbordados por una realidad caótica, angustiosa, terrorífica, que nos rebasó a todos. Es un espectáculo grotesco, otra forma de imbecilizar a Colombia. Por eso es que este país no sólo no tiene conciencia sino que no tiene memoria. Un país que vive pendiente de unos tarados que le dan patadas a un balón y que ganan fortunas mientras los otros le llenan los estadios de gente analfabeta, ignorante, con unos sueldos de hambre”.

En febrero de 2011, durante el discurso de instalación del año en memoria del filólogo Rufino José Cuervo, Vallejo insistió en que “la patria” muchas veces se reduce a “once adultos infantiles de la Selección Colombia que mientras juegan van escribiendo con los pies (con “sus pieses”), en el polvo de la cancha, su divisa: ‘Victi esse nati sumus’: nacidos para perder”. Quienes lo oíamos reímos a carcajadas y algún aficionado le recordó que Colombia fue campeón de la Copa América 2001. “¿Ah sí?”, respondió sorprendido el novelista.

Otra de las conclusiones de aquel “comité temático” de fútbol y guerra, según el testimonio de ‘Caicedo’, fue “acudir a personajes nacionales y extranjeros para que nos ayuden a que algunos jugadores importantes de la Selección de Colombia vengan a jugar un partido como respaldo al proceso de paz. Nosotros estamos abiertos a todo lo que ayude a bajarle el volumen a la guerra y a buscar otras formas de entendimiento”. Le mandaron mensajes a ‘El Pibe’, a Maturana, los guerrilleros volvieron a entrenar, pero no hubo tiempo.

Diez años después del rompimiento del proceso del Caguán, fútbol y guerra vuelven a coincidir como prioridades de la agenda nacional por la eliminatoria al Mundial de Brasil y los diálogos en Cuba. ¿Clasificaremos al Mundial? ¿Se firmará la paz?

Por Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador

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