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“Tenemos un equipo competitivo y con qué pelear el título. Nos queda ir paso a paso y mentalizarnos en la obligación que recae sobre nosotros”. Con este compromiso, Rafael Robayo Marroquín quiso comenzar esta charla con El Espectador, en la que el 8 de Millonarios, más bogotano que el ajiaco e ídolo de la hinchada albiazul, pide calma ante el regular comienzo en el campeonato, en el que suman cinco puntos, tras el empate 1-1 de este fin de semana con el Pasto.
Casado con Fernanda Cárdenas hace 11 años y padre de Manuela, de 14, y Nicolás, de 7, Robayo no se cansa de agradecerles a sus padres Beatriz Marroquín y Rafael Robayo por apoyarlo en su camino por el fútbol, y especialmente al profesor Luis Fernando Montoya, quien fue el técnico que lo llevó a Atlético Nacional, equipo en el que debutó como profesional en 2003; después al Once Caldas y por último, fue quien hizo el contacto para que llegara a Millonarios, el amor de sus amores.
A sus 31 años, Rafa aún tiene muchos sueños por cumplir, pero su mayor anhelo es volver a salir campeón con Millonarios. Confiesa que pasó duros momentos con el club bogotano, hasta llegar a las lágrimas, pero que él se queda con los momentos de felicidad. “Las dificultades nos dan armas para madurar y luego siempre llega la recompensa”.
¿Qué recuerdos tiene de su infancia en el barrio Ciudad Berna de Bogotá?
Los recuerdos son en el colegio, llegar a la casa, almorzar y salir con mi hermano a jugar fútbol toda la tarde. Y claro, también ayudarles a mis padres en la tienda que teníamos. Los regaños de mis papás porque no nos entrábamos a hacer las tareas.
Siempre repite la importancia de sus padres en su vida. De hecho, los tiene tatuados en el pecho...
Mi mamá, Beatriz Marroquín, una mujer que dedicó toda su vida a darnos todo, muy trabajadora, tuvo tienda, cigarrería, restaurante. Nos apoyó siempre en el estudio, a mí en el fútbol. Me acompañó, creyó en mí. Mi papá, Rafael Robayo, se iba conmigo por varias ciudades acompañándome cuando jugaba con la selección de Bogotá. Trabajaba en una vidriería.
¿Cómo pasó el fútbol de ser su “hobby” infantil a su profesión?
Cuando vestí la camiseta de la selección de Bogotá, me di cuenta de la responsabilidad que eso significaba. Así empecé a vislumbrar que Rafael Robayo no solo iba a jugar para disfrutar, sino que iba a ser mi carrera.
Siendo tan bogotano como el ajiaco, ¿por qué debutó como profesional con el Nacional?
Porque lastimosamente para nosotros los bogotanos no es fácil comenzar. Los clubes no nos dan el respaldo que uno quisiera. Me tocó salir a Medellín, pero me sirvió mucha esa experiencia, porque compartí con un señor técnico como lo es Luis Fernando Montoya. Llegué a la edad de 16 años, cuando él dirigía las inferiores del Nacional. Él fue el primer entrenador que me dio la posibilidad de trabajar en el fútbol profesional. Él mismo me subió de categoría, me dio una mano. Y todos los valores que él me enseñó, hoy se ven reflejados en el sentido de pertenencia que tengo por Millonarios.
¿Se habla con frecuencia con el profe Montoya?
Hablamos seguido, y también con su esposa Adriana. Tengo un inmenso agradecimiento con ellos, han sido parte importante en mi vida profesional. Les debo mucho de poder haber llegado a donde estoy. Me dio la mano en Nacional, después en Once Caldas y por último en Millonarios. Él fue el que me consiguió la oportunidad de probarme en el club. Han sido unos padres futbolísticos para mí.
¿Cómo lo ayudó a llegar a Millonarios?
Cuando yo me fui de Nacional, fue él quien me buscó, habló conmigo para que me presentara en Manizales, teníamos un plan a seguir, pero lastimosamente tuvo el atentado. Antes de entrar a cirugía, después de recibir los dos disparos, me ayudó a conseguir la prueba en Millonarios. Por eso tengo un agradecimiento eterno, porque en un momento tan crítico en su vida haya pensado en mí.
¿Cómo fue la llegada al club bogotano?
Tenía mucha ansiedad al presentarme, porque sabía que el profe Montoya me había buscado esa oportunidad y la tenía que aprovechar. Entonces, estar en un club como este y pensar en ese momento estar en Bogotá en el equipo con más historia en el país, era un sueño por cumplir. Todo salió muy bien desde el primer entrenamiento y tuve la suerte de quedarme.
¿De niño era hincha de Millonarios?
No, de pequeño no tenía equipo bogotano. Solo fue cuando llegué a Millos y empecé a vivir lo que es este club y obviamente le cogí un cariño especial a la camiseta y a la institución. Hoy soy 100 por ciento azul.
¿Cómo estar siempre motivado en los momentos en los que Millonarios pasó por una dura crisis?
Son experiencias que se tienen que vivir, obviamente uno nunca quiere eso en un equipo ni económica ni futbolísticamente. Pero fue un momento para madurar, fue mantenerme firme ante todo lo que se decía en ese entonces de mí y desde ahí la gente empezó a conocer quién era realmente Rafael Robayo como persona. Estuve siempre al frente de la situación. El club siempre confió en mí, a pesar del momento.
Pero después llegó la recompensa con el título en el 2012...
No todo podía ser negativo para Millos. Desde 2011, cuando fuimos campeones de la Copa con Richard Páez, empezamos a recoger los frutos de los malos momentos y al año siguiente con el título fue un sueño que cumplí y que recuerdo con mucho alegría y orgullo. Esa estrella nos dejó en la historia. Pero obviamente nos obliga a seguir en busca de más.
¿Millonarios le ha dado más lágrimas de alegría o de tristeza?
De alegría. Claro que la tristeza también ha estado, pero siempre lo veo con los ojos de esperanza de que van a cambiar las cosas. Los títulos siempre van a ser los más recordados y las lágrimas de alegría.
¿Cómo fue la experiencia de jugar en Estados unidos?
Fue un cambio transcendental para mi vida. No solo para mí, sino también para mi familia. Pasar de un equipo donde todos te conocen y llegar a una ciudad en la que eres uno más. Fue una etapa de mucho aprendizaje de cosas buenas, todo positivo. Me sirvió para madurar en lo personal y entender lo es estar fuera del país, de la ciudad, de la familia. Tuve la oportunidad de jugar varios partidos y aprendí mucho para volver a Millonarios en un momento en que lo ameritaba.
¿Fue difícil tener que ser suplente en su regreso?
Uno regresa con la ilusión de jugar y cuando no se puede eso, genera rabia con el técnico, compañeros, familia y hasta con uno mismo, pero son momentáneos y son circunstancias que se tienen que vivir. La única manera de cambiar eso, es seguir trabajando duro.
¿Es consciente de que es el ídolo de los hinchas?, ¿qué le genera esa condición?
Felicidad. Siempre estoy agradecido con el hincha. Doy gracias a Dios por estar en este lugar, disfruto mucho y lo asumo con responsabilidad. La gente ha reconocido mi trabajo y me ha respaldado.
¿Qué significa Millonarios en su vida?
El sitio en el que encontré estabilidad y tranquilidad deportiva y laboral. He tenido todas las vivencias posibles, me ha dejado disfrutar en todo sentido. Estaré agradecido siempre y espero devolver eso de la mejor manera.
¿Le queda la espina de no jugar con la selección de Colombia?
Sí, siempre queda eso. Uno espera tener la oportunidad y cuando me llegó el momento lo disfruté mucho. Espero volver y aportar. Trabajo para poder volver a estar ahí.