Publicidad

Ascenso y caída de Luis Bedoya

Mesero de restaurante en Pereira, Luis Bedoya entró de lleno a la dirigencia deportiva hace 30 años. Fernando Araújo Vélez, editor cultural de El Espectador, lo retrató así en su obra “No era fútbol, era fraude”, que acaba de salir a las librerías.

Fernando Araújo Vélez
22 de junio de 2016 - 04:07 a. m.
Archivo
Archivo

Habrá que imaginarlo en un avión rumbo hacia Nueva York, con uno de sus vestidos de paño inglés, azul oscuro, corbata a tono, el pelo perfectamente peinado, las manos y las uñas, impecables, y una mirada huidiza. Habrá que imaginar a su esposa, Marta Herrera, sentada a su lado, algo confusa, alegremente confusa, convencida de que ese viaje a Nueva York es un viaje de fiestas, de compras, de ir a teatro en Broadway, tal vez, y de cenar en Lincoln Square Steak. Habrá que imaginar que van sentados en primera clase, que de cuando en cuando se toman de las manos, y que en un momento, a miles de pies de altura, él le confiesa que no van a Nueva York a divertirse, que ese viaje es el viaje más triste de su vida, de sus vidas, pues él va a entregarse a la justicia de los Estados Unidos, que lo requiere por malversación de fondos y otros delitos. Habrá que imaginar silencios, miradas perdidas, mandíbulas apretadas, dolor, miedo y más silencios.

Habrá que devolver la película e imaginar a ese hombre, Luis Herberto Bedoya Giraldo, de niño, corriendo por las calles de Pereira, pateando piedritas, creyendo que cada piedrita es un balón y haciendo goles que sólo suceden en su mente, pues Bedoya, como casi todos los niños, jugaba al fútbol. Era volante por la derecha, más actitud que finura, más garra que talento. No daba una pelota por perdida y compensaba con sacrificio sus limitaciones técnicas. Así era en las canchas, y así fue en la vida, un hombre que jamás se daba por vencido, que creía en la lucha y el orden por encima de la inventiva. Cuando se metió de lleno en el fútbol, en los intríngulis del fútbol, año 1986, llevaba y traía pasajes y bouchers de hotel para las selecciones que jugaban el campeonato Sudamericano juvenil en el Eje Cafetero. Iba de un sitio para otro, de oficina en oficina, ataviado de maletines, vestido lo mejor que podía, casi siempre con una sonrisa.

Desde varios años atrás se había dejado crecer el bigote, en parte, solía decir, para parecer algo mayor de lo que era, y en parte para aparentar cierto poder. El bigote y su indomable pelo, que peinaba por largo tiempo en las mañanas, lo fueron identificando. Cuando llegó a la Dimayor (División Mayor del Fútbol Colombiano), 1987, de la mano de León Londoño Tamayo y Jorge Correa Pastrana, ya no lo llamaban el muchacho aquél, como en sus tiempos de mesero en un restaurante de Pereira o en sus años como vendedor de ropa deportiva. Por el contrario, le decían señor Bedoya, pese a que aún no había cumplido 30 años. Así, como el señor Bedoya, o como don Luis, fue ascendiendo en la Dimayor y pasó luego a la Federación, donde lo recordarían siempre como un hombre serio, muy serio, de hablar bajo y pausado, de pasos medidos y una esporádica sonrisa que pocas veces explotaba en carcajadas. Por los pasillos de la Federación conoció el mundo interno del fútbol y a sus personajes.

En el 87, cuando arribó a la casona de la Dimayor, don Luis tuvo que lidiar en infinidad de ocasiones con los personajes que por aquel entonces manejaban el fútbol colombiano. Por las oficinas de la Dimayor pasaban casi día de por medio los dueños de Millonarios, Nacional, América, Santa Fe y demás, o sus enviados, o sus testaferros. Y pasaban por ahí también empresarios, periodistas, dirigentes, árbitros, todos a solicitar algo, por las buenas o no. El fútbol en Colombia era un polvorín. Bedoya comenzaba a enterarse de cómo se manejaba y empezaba a aprender, casi que por contagio, el manual de sus artimañas. Doble o triples contabilidades, por ejemplo. O amañadas designaciones de árbitros, o negociaciones con los medios de comunicación, que fue su primer encargo. Supo de cifras reales y de cifras ficticias y comprendió muy rápido las multimillonarias ganancias que el fútbol, y sobre todo las transmisiones del fútbol y la publicidad, podrían brindar.

Sus primeros años con el fútbol fueron candentes. Los narcotraficantes imponían sus condiciones. Secuestraban y mataban y arreglaban partidos y campeonatos. Compraban periodistas, directivos, árbitros, jugadores y políticos. Era la ley de la mafia. Los torneos del 87 y el 88 estuvieron signados por la trampa. El del 89 se canceló por el asesinato del árbitro Álvaro Ortega. Luis Bedoya vivió día a día lo que ocurrió entonces. Le tomó el pulso al fútbol y a sus dueños, y aprendió a relacionarse con esos dueños y con ese fútbol. En pocos años, fue nombrado secretario de la Dimayor y gerente, y en el 2006 pasó a ser presidente de la Federación Colombiana de Fútbol. Sus compañeros de vida eran los personajes del fútbol. Con ellos hablaba, con ellos hacía negocios, de ellos aprendía. Su vida día y noche era fútbol y más fútbol, hasta el punto de que en 1989 se enamoró de la jefe de prensa de la federación, Marta Herrera, en una Copa América, la de Paraguay.

Cuando asumió la presidencia de la Federación, dijo que su objetivo era clasificar a la Selección a los Mundiales, devolverle el brillo internacional que había tenido. “La pretensión es permanecer unidos, porque hay que cambiar algunas cosas para que nuestro balompié se dirija hacia triunfos internacionales. No queremos mencionar ningún nombre porque debemos mirar hacia donde nos queremos dirigir, qué programa debemos plantearle al país y dentro de él, qué persona encaja como director técnico de la Selección”. El técnico, por aquel entonces, era Reinaldo Rueda, quien no había podido clasificar a Colombia a la Copa del Mundo de Alemania, fundamentalmente por un partido absurdo que perdió ante Uruguay en Montevideo, 3-2, y quien para los dirigentes tenía en enorme problema, haber sido uno de los líderes de una especie de huelga que promovía la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales, que buscaba mejorar las condiciones laborales de los jugadores.

Rueda creía en aquella lucha, y en varias oportunidades permitió que la junta directiva de la Asociación se reuniera en las concentraciones de la Selección. La prensa lo atacó. Decía en sus diversos espacios que aquellas juntas habían sido determinantes para que el equipo perdiera la concentración, y luego del juego con Uruguay, lo culpó de un cambio estratégico que llevó a Colombia, según esa misma prensa, a perder el partido por haber incluido a un delantero, Martín Arzuaga, cuando el resultado era 2-2 y le convenía a la Selección. La eliminación colombiana de la copa del 2006 conminó a Rueda al ostracismo. Perdió 10 kilos. Tuvo que soportar las humillaciones de los hinchas por la calle, y a finales del 2006, la humillación del desempleo. Luis Bedoya y el comité de la Federación lo despidieron de su cargo, más allá de que años atrás, en el 2003, cuando lo nombraron, bajo la presidencia de Óscar Astillo, le habían prometido un trabajo a largo plazo con miras al Mundial de Sudáfrica.

“A Reinaldo Rueda lo sacaron de la Selección porque luchaba por el bien de los jugadores”, diría tiempo después Carlos Puche González, presidente de Acolfutpro. Con la ida de Rueda, Bedoya y los directivos del fútbol colombiano nombraron a Jorge Luis Pinto. Era el año 2007. Pinto, como Rueda, había estudiado en Alemania, y con una libreta en la mano, había recorrido Europa anotando conceptos, corrigiendo, hablando, trabajando donde lo dejaran. Sus desafíos iniciales fueron la Copa América de Venezuela y los primeros partidos de la eliminatoria al Mundial de Sudáfrica. Obsesivo, metódico, riguroso, era conocido en el mundillo del fútbol por su espartana disciplina y su fuerte carácter. Cuando empezó a exigir trabajo, compromiso y demás, los jugadores se le plantaron y le dijeron que los iba a reventar. Pinto no cedió. Los futbolistas, tampoco. Las derrotas empezaron a sumarse, una tras otra, hasta que Luis Bedoya y su comité se reunieron en septiembre del 2008 y acordaron rescindir su contrato.

Luego de la reunión, el presidente de la Federación dijo que se le había perdido la confianza al técnico, y qué él, Pinto, no “tenía actitud de cambiar su criticado fuerte temperamento y su testarudez”. Comentó que la relación con los jugadores estaba quebrada, y que no veía que el entrenador quisiera cambiar ese estado de cosas. “Nosotros ya lo respaldamos, luego de la Copa América”, concluyó Bedoya. Pinto, dijeron y dirían, fue llamado a la sala de juntas del quinto piso de la Federación una vez los directivos habían tomado su decisión, y fue informado de ésta. No dijo mayor cosa. Se fue sin darles la mano a algunos, entre ellos, a Ramón Jesurún, en aquel tiempo, presidente de la Dimayor y vicepresidente de la Federación. Algún medio rumoró que tampoco se despidió de Bedoya, y que antes de salir, los presentes le recriminaron el desplante. Años más tarde, Pinto clasificó a la Copa del Mundo de Brasil con Costa Rica y accedió a semifinales.

Aquella fue su gran venganza contra Bedoya y cía, la mejor forma que tuvo de decirles que se habían equivocado con él, y cada vez que pudo, lanzó dardos contra los directivos y los periodistas colombianos. A fin de cuentas, Costa Rica era un equipo muchos menos valioso en cuento a dólares que Colombia, y sin embargo, no sólo había llegado más lejos, sin perder un solo partido, sino que había eliminado a grandes potencias como Italia e Inglaterra. Las victorias de Colombia en Brasil, el brillo de James Rodríguez y demás, aplazaron la discusión sobre las salidas de Rueda y de Pinto, o mejor, la clausuraron. Con José Pékerman como su mano futbolística, Colombia accedió luego de 26 años a un Mundial y llegó hasta cuartos de final. El país, sediento de victorias, anhelante de alegrías, se enloqueció, y muy pocos fueron capaces de ver que la gran actuación colombiana se debía a muchos factores que iban más allá, mucho más allá de Luis Herberto Bedoya Giraldo.

Luego de Pinto, Bedoya nombró interinamente a Luis Eduardo Lara, y en forma a Hernán Darío Gómez, Leonel Álvarez y José Néstor Pekerman. Cada uno escribió parte de una historia, con altos y bajos, polémicas, escándalos, fútbol, victorias y derrotas. Lara simplemente cumplió con los partidos finales de la eliminatoria a Sudáfrica, cuando la eliminación ya estaba prácticamente definida. Al retornar a su puesto de empleado de la Federación, como los directivos lo llamaron al ofrecerle la Selección de mayores, llegó Hernán Darío Gómez, el colombiano que más veces ha clasificado a selecciones nacionales a copas del mundo. Gómez comenzó a recorrer el camino de Brasil 2014 en la Copa América de Argentina, en junio del 2011. Plantó un equipo sólido que sabía a qué jugaba, obtuvo buenos resultados y convenció hasta a sus más acérrimos enemigos de que con él, Colombia iba a volver a una copa mundial.

En su primera charla técnica con los jugadores que había citado para la Selección, a puertas abiertas, con Bedoya presente, habló de que él se sentía muy dolido porque a Colombia la habían invitado a jugar un partido amistoso para inaugurar el Soccer Field un mes antes de que se iniciara la Copa del Mundo de Sudáfrica, en lugar de estar clasificada a disputar ese Mundial. Dijo que él no quería derrotas, que quería soñar con una Colombia campeona del mundo. Uno a uno, señalándolos con el dedo, desafiándolos, les preguntó a sus jugadores qué esperaban ellos. Camilo Zúñiga respondió que ir a un Mundial. Fredy Guarín, que lo mismo. Giovany Moreno dijo que él se veía levantando la Copa del Mundo. Gómez se detuvo, sonrió, aplaudió y gritó que ese debería ser el anhelo de todos, y siguió su charla volviendo a señalar a los jugadores, “porque ustedes”, enfatizó, “no han ganado nada aún. En este país los únicos que han ganado algo fueron los Valderrama, Asprilla y Rincón de los 90”.

“Ellos -continuó Gómez, citándose luego en tercera persona- y un tal Francisco Maturana, y un tal Hernán Darío Gómez, son los únicos que han ganado algo, que han ido a Mundiales, y por eso, aún siguen saliendo en todas partes, son leyendas, aunque parte del periodismo no lo quiera aceptar. ¿pero quieren saber algo? Yo estoy harto de eso, estoy harto de que Colombia no haya vuelto a un Mundial, estoy hasta la coronilla de tener que ver todos los días esas mismas caras. Ustedes son los responsables de que eso cambie. Ustedes son los que tienen que llevar a la Selección a otra Copa del Mundo”. Hubo silencio, uno de esos silencios marcados por la emoción. Ese día de junio de 2010, Colombia trazó una línea que separó el antes y el después. Los futbolistas de la Selección empezaron a comprender que con Gómez podían clasificar a Brasil 2014. Lo rodearon y se la jugaron con él y por él. Luis Bedoya sonrió. estaba convencido de que la carta que había jugado era la carta ganadora.

Cuando el Mundial de Sudáfrica se acabó, Bedoya reunió a su grupo de trabajo y dijo que el Mundial Juvenil de Colombia, en 2011, iba a ser el acontecimiento del año para el país y para el fútbol colombiano. Pidió concentración, esfuerzo, dinamismo, claridad, solidaridad, esos mismos condimentos que debía tener un equipo. Desde hacía tiempo, años, venía repitiendo que con él, el fútbol colombiano iba a transformarse, que con él iba a cambiar la historia. El Mundial juvenil era una de sus obsesiones, y la primera de las grandes oportunidades para hacerlo. La Selección mayor, con Hernán Darío Gómez, y llegar a Brasil, era la otra. Los preparativos, la adecuación de cada uno de los estadios y de las oficinas de prensa para el Sub-20, comenzaron a ser determinantes en la vida de Bedoya, pues el contacto casi diario con la gente de la Fifa le fue mostrando nuevos y distintos horizontes. Si antes había sido detallista, ahora lo sería en extremo.

Bedoya se multiplicaba, igual que su más íntimo grupo de trabajo, al que había elegido personalmente pues decía, diría siempre, que ese grupo tenía que estar compuesto por los mejores, pues ese grupo era su imagen. Así llegó el año 2011, con la Copa América de Argentina como prioridad en cuanto a la Selección de mayores, y con el Mundial juvenil como el gran suceso del año. En la Copa de Argentina, la Colombia de Gómez mostró orden, entrega, capacidad, y pese a no haber llegada a la final, dejó una imagen llena de confianza. Hernán Darío Gómez, que apenas tenía un 30 por ciento de aprobación en las encuestas cuando tomó las riendas del equipo, ya empezaba a inclinar la balanza a su favor, con algo más del 50 por ciento de aprobación. Cuando se inició el Sub-20, todo era fiesta en la Federación Colombiana de Fútbol, y más que nada, todo era fiesta para Luis Bedoya, el hermético y cuidadoso hombre que manejaba todos los hilos.

La Copa se inició el 29 de julio. Los medios recordaron una y mil veces que la sede se la había adjudicado el Comité de la Fifa a Colombia el 26 de mayo de 2008, luego de diversas gestiones y de que el vicepresidente de entonces, Francisco Santos, hubiera insinuado que el país se iba a postular para organizar un Mundial de mayores. Cuando se anunció la designación, Santos dijo que sería “el mejor mundial juvenil de la historia”. El gran desafío para Colombia era demostrar que la violencia no era tanta como decía la prensa internacional, y de acuerdo con ese ítem, fundamentalmente, se trabajó. El punto más complicado de la organización fue la exigencia de la Fifa de que no hubiera mallas en los estadios. Su máximo argumento era que el público, encerrado, reacciona con violencia. Hubo reuniones con la Policía, con los estamentos de seguridad, con sociólogos y gente del fútbol, por supuesto. Unos decían que sí, y otros preferían no arriesgar, hasta que ganó el sí.

Las mallas fueron erradicadas de los estadios de Colombia para el Mundial juvenil. Con el comienzo de la Copa, los antiguos temores e fueron disipando. Todo iba a la perfección. La gente se comportó con absoluta mesura. Colombia brillaba, más allá de algún informe sobre posibles desfalcos en la remodelación de los estadios de Cali y Cartagena. Brillaba en la organización y brillaba con su fútbol, liderado por James Rodríguez, Pedro Franco y Luis Fernando Muriel. Luis Eduardo Lara, el técnico, era uno de los personajes del momento, al lado de Luis Bedoya, claro. El 6 de agosto del 2011 todo se transformó. Lo que era fiesta fue drama. Con un extra, la emisora de radio de Julio Sánchez Cristo, La W, sacó al aire a un hombre de la calle que decía haber presenciado un intercambio de golpes entre Hernán Darío Gómez y una mujer. Dijo que se habían insultado a la salida de un bar en el barrio La Macarena de Bogotá, el sábado en la noche.

En menos de cinco minutos, los teléfonos de la Federación de Fútbol y los celulares de Bedoya explotaron. Era lunes. Bedoya corrió a su oficina y ordenó que le llamaran de inmediato a Gómez, quien apareció pocos minutos después con rostro de tragedia. Dijo que no recordaba nada. Bedoya, alterado, le preguntó si la mujer iba a hablar, si existía la posibilidad de que hablara. Gómez le respondió que estaba seguro de que esa mujer no iba a hablar jamás. Mientras Gómez hablaba con Bedoya, las redes sociales y los medios se inundaban con su nombre, con comentarios a su favor y en contra, con burlas, acusaciones airadas y declaraciones de cuanta persona hubiera tenido que ver con él. La agencia Efe divulgó un cable internacional que decía:

“El seleccionador absoluto de Colombia, Hernán Darío ‘Bolillo’ Gómez, reconoció este lunes que golpeó a una mujer en un bar en Bogotá, al tiempo que ofreció disculpas y se declaró avergonzado por su actitud, en tanto que una senadora, pidió su renuncia. ‘Frente al incidente personal ocurrido el sábado pasado y el cual me ha tenido mortificado desde ese momento, quiero manifestar públicamente que lamento profundamente este hecho y el haber perdido el control de la forma en que lo hice’, señaló Gómez en un comunicado público que lleva su firma. El ‘Bolillo’ ha sido también seleccionador de Guatemala y de Ecuador, país último al que llevó al Mundial de Corea-Japón 2002, y actualmente es veedor técnico de la FIFA en el Mundial Sub’20 que se lleva a cabo en su país. La denuncia del hecho fue divulgada horas antes por la emisora local ‘La W Radio’. No se conocen mayores detalles de la agresión de Gómez a la mujer, quien al parecer recibió de él dos golpes tras haberlo insultado por cuestiones referentes al fútbol. Mientras Gómez daba explicaciones de su conducta, la senadora Dilian Francisca Toro, coautora de la Ley del Fútbol, dijo que la agresión cometida por ‘El Bolillo’ ‘es condenable desde todo punto de vista’.

“Y, además, señaló que la violencia contra las mujeres es una ‘problemática de salud pública y una persona conocida nacional e internacionalmente como ‘El Bolillo’ debería renunciar’. A esa voz se unió la de la también legisladora Alexandra Moreno Piraquive, presidenta de la Comisión para la Equidad de la Mujer, quien dijo que ‘una personalidad como esta debe dar ejemplo de respeto y equidad de género’. Recordó que ‘es imposible’ que al jugador panameño Luis Moreno le impusieran una sanción altísima por patear una lechuza y ‘cuando se trata de violencia contra la mujer nos vamos a quedar conformes con una simple disculpa’. Gómez, sin embargo, explicó en el comunicado que su comportamiento es inaceptable y que tomará ‘todas y cada una de las medidas necesarias para evitar que actos como estos se repitan’. ‘Este acto me da vergüenza con mi madre, con mi esposa y con todas y cada una de las mujeres de mi familia y mi país’, añade el seleccionador. Según ‘La W Radio’, el incidente ocurrió el sábado pasado en el bar ‘El Bembé’, en Bogotá”.

Pasados unos cuantos días, inmersos en el Mundial, los distintos protagonistas de la película fueron perdiendo relevancia, pues el fútbol, una vez más, era más fuerte y adictivo que los rumores y los chismes y las mil declaraciones que iban y volvían. En noviembre del 2014, tres años después del incidente que le cambió el rumbo a Gómez, y al fútbol colombiano, la mujer del bar, o una mujer que dijo ser la mujer del bar, llamada Isabel del Río, habló con el periodista Norbey Quevedo para El Espectador. Dijo, entre otras cosas, que era un mujer trabajadora, y que su trabajo consistía en ayudarle a muchas personas a interpretar sus vidas. “Desde el amor le ayudo a la gente a interpretar todo. Me surgió luego de un accidente de tránsito que tuve hace 14 años, en 1999, cuando tenía 16 años. Allí comienza toda mi historia. Cuando conozco a Hernán Gómez me da algo y tengo que buscar ayuda sicológica. En ese proceso me encuentro con algunas cosas que me faltaban de mi infancia y en mi sicóloga encuentro respuestas a muchas cosas que nunca pensé”.

Sobre la noche de los sucesos contó que “Ese fin de semana estaban en las Feria de las Flores y yo me quedé para un desfile de autos clásicos. Él me insistió en que regresara y siempre era quien me pagaba los tiquetes. El sábado en la tarde viajé a Bogotá. A la salida del hotel me estaba esperando Hernán Darío, y me sorprendió porque siempre nos veíamos adentro o bajaba al lobby, él nunca me registraba en los hoteles, ese es el dolor de una amante o moza, que todo el mundo cree que es el mejor papel. En fin, llego, me recoge, paga el taxi. La verdad es que estaba muy lindo y me dijo “tengo una reservación para comer”. Sinceramente yo me asusté porque Hernán no era de esos. Estábamos en el hotel JW Marriot de la 73 que la FIFA había asignado por el Sub-20. Entramos al restaurante del hotel, La Mina. Allí empezamos a hablar y nos tomamos unos vinos, fue una botella y media. Cenamos y estuvimos allí como hasta las 10:30 de la noche

“Nos fuimos en una camioneta. Pero él ya iba bravo porque yo hablaba por whatsapp con mi mejor amigo. Él había llamado a su esposa y yo a mi amigo. Llegamos al bar y cada uno cogió por su lado. Entrando me caigo, yo no estaba borracha, sino que me tropecé porque el camino era como de adoquín. Yo iba de botas, me paré con mucha pena y me raspé la rodilla. Entramos al lugar y empezamos a tomar, a reírnos. Hasta que apareció una mujer pidiendo que nos tomáramos una foto los tres. Yo le dije “tómese todas las fotos que quiera con él, yo no”. Entonces insistió, pero yo me negué. Y empezó como a echarle los perros a Hernán y él empezó a tomar y empezó con la joda. Seguimos y no estábamos borrachos, éramos conscientes de todo. Siguió mirando a varias mujeres y yo le dije que si lo seguía haciendo me iba.

“Logré soltarme, me percaté de que me estaban pegando, yo nunca sentí dolor. Yo pensé ‘me cascó’; ya entonces llevábamos 12 años de relación aproximadamente, apareció entonces otro tipo furioso y yo le dije ‘vámonos’. Apareció un taxi, nos montamos, Hernán me miró y me dijo: ‘me tiré mi vida, Isabel’. Y se acordó de mis papeles, por eso le dio la orden al taxista de devolvernos. Lo hace y nos espera. Cuando yo me bajo del carro él se queda en el taxi, yo entro y un grupo de personas que vieron todo, me dicen “señora, lo va a demandar, cierto?”. Yo no sabía si me habían golpeado de verdad o qué había pasado. La gente mirando yo como que no reaccionaba. Subo al segundo piso y el administrador me dice ‘señora, tranquila, venga, tómese algo, yo tengo sus papeles, tengo su bolso’. Se lo agradecí. Me entró a una bodega y me dijo: ‘señora uno no puede salir con esos famosos, es que ellos son así, usted no sabía’.

“Yo me sentí cual prepago, me puse a llorar, le di las gracias y le pedí agua con gas. Me dijo: ‘tranquila, quédese aquí lo que quiera’. Yo como que me desperté y empecé a llorar. Cuando golpearon la puerta, era Hernán. Me dijo ‘tranquila, no le voy a hacer nada, nos vamos’. Cogí el bolso y nos montamos al taxi. Empezó a hablar de su hijo y su familia, yo le respondí. Sentí que en ese taxi salieron todas las verdades. Cuando nos fuimos a bajar le ofrecí excusas al taxista. Él respondió: ‘tranquila, eso pasa hasta en las mejores familias’. Esa noche fue de silencio. Ambos lloramos. Con los golpes no me salió una gota de sangre, pero me desvió el tabique. Aún lo tengo desviado. Estábamos tomados pero nunca perdimos la noción. En la mañana me metí en el baño para irme, el tocó la puerta y me pidió perdón y me dijo ‘perdóneme, pero me va a tocar decir que usted es una cualquiera porque yo tengo que protegerla a usted’. Yo nunca pensé que a Hernán le fuera a pasar todo lo que le pasó.

“Y me dijo ‘quédese y dígales a sus ángeles que me hablen’. Me quedé, hablamos mucho y sentí como una despedida, como un entierro, era algo muy frío. A las 5 y 30 de la tarde tomé el vuelo y llegué a Medellín. (El lunes) tenía pacientes, llamé a mi mejor amigo. Me pasó algo particular y es que cuando llegué al hotel encontré 12 llamadas pérdidas de José, mi exesposo, para preguntarme si estaba bien. Empecé a trabajar. En ese momento me escribió Hernán y me dijo “llamaron faltando un cuarto para las cinco de La W”. Mi amigo Lucho me dijo entonces “esto se prendió”. Cancelé mi agenda y Hernán me empezó a llamar y a decirme “me tiré mi vida”. Me sentí culpable y me insistió en que no hablara con la prensa. Él en ese pánico y a mí se me olvidó que me habían golpeado. Hacia las 12 del día salió la primicia en televisión. Luego le conté a mi familia”.

El 15 de agosto, el polvorín se volvió a encender. Álvaro González Alzate, presidente de la división aficionada del fútbol colombiano, Difútbol, e integrante del comité ejecutivo de la Federación, salió a hablar del tema, criticó a los falsos moralistas que querían acabar con Gómez, y dijo que “si Piedad Córdoba fuera agredida por un hombre, estaría todo el mundo aplaudiendo”. La senadora, de inmediato, respondió que ella no era una delincuente, que le había dedicado su vida entera al país, a la búsqueda de la paz y del respeto por los derechos humanos. “Este señor lo que hizo fue recoger lo que piensa de mí, pero eso es una invitación al odio, a que me agredan y hasta me maten. Lo único que espero en cualquier momento es que quien se crea con el derecho de hacerlo acabe mi vida con una bala”. Tras ella se encolumnaron decenas de mujeres y líderes de opinión que de una u otra forma exigieron la salida de Gómez de la Selección.

Luis Bedoya había movido todos los hilos posibles para calmar la situación. No necesitaba ofrecer nada, pues periodistas, senadores, juristas, e incluso militares, sabían perfectamente que un favor hacia él sería correspondido más tarde o más temprano. Metódico, previendo cada una de las posibles reacciones que generaba una información, una entrevista o una noticia, manejando los sentimientos de la gente y tocando las fibras del fanatismo, les pidió a los jugadores una carta de respaldo a Hernán Darío Gómez. En agosto de 2011, Bedoya era el poder. Por donde iba se sentía su poder. Sin embargo, las consecuencias de las declaraciones de González Alzate no las pudo controlar. Era imposible defender lo que no tenía defensa. En ese punto, la situación era neurálgica. Si seguía defendiendo a Gómez, más allá de que el 9 de agosto hubiera renunciado, y lo mantenía como seleccionador, peligraba su propio cargo.

Fue una semana de linchamientos, una semana de acusaciones. Los periodistas ajenos al fútbol se lucieron poniendo contra la pared a Gómez y a Bedoya. Que por qué no tomaban una decisión urgente, que por qué Gómez no se iba del país, que por qué no renunciaba al fútbol, que un hombre así no merecía la menor de las consideraciones, que Bedoya lo estaba protegiendo, que le tenía miedo a enfrentar a la opinión pública, que lo del Mundial juvenil era una excusa, que si hubiera actuado así de lento si las víctimas hubieran sido su esposa o su madre, que Gómez era un bárbaro, que ni siquiera sabía de fútbol, que era como su maestro, Francisco Maturana. Los políticos se subieron al carro de la victoria, que en ese caso, era el carro del linchamiento, para obtener espacios y ganar algo de credibilidad ante la gente. Todo era populismo. Exacerbar los ánimos. Dividir al país entre los buenos, que eran ellos, los que acusaban, y los malos, que eran Gómez, y un poco atrás, Luis Bedoya.

En medio de la crisis, y aprovechando la crisis, Bedoya conversó con el presidente Juan Manuel Santos en uno de los tantos encuentros que sostuvieron durante la Copa sub-20. Desde mucho tiempo atrás, había concluido que debía contratar a un técnico extranjero para la selección. Incluso, alguna vez dijo que había tentado a Marcelo Bielsa, pero Bielsa no aceptó. No declaraba abiertamente sus intenciones, pero las sugería, y se las sugirió a Santos, y Santos escribió un tweet muy claro que decía: “Federación de Fútbol debe escoger el mejor técnico; no debe descartarse un extranjero. Si para ello se requiere de nuestro apoyo, lo tiene”. Las palabras del presidente fueron determinantes para la historia que se escribió después. El mundillo del fútbol colombiano, ese que habría explotado si Bedoya hubiera sugerido a un extranjero como seleccionador nacional, no lo podía hacer con Santos. Ni lo hizo.

Luego del tweet de Santos, se apagaron las luces del Mundial juvenil y se ahogaron los festejos de Brasil como campeón. Bedoya invitó a sus colaboradores más cercanos y a diversa gente del fútbol a celebrar el éxito de la Copa. Hizo un asado en su finca de Tabio, y él mismo preparó las carnes. Tomó aguardiente y le agradeció a su equipo por el trabajo realizado. Se le veía pletórico, más allá de que lamentaba el escándalo de Gómez, y más que el escándalo, que Gómez se hubiera ido de la Selección. El 8 de septiembre anunció en rueda de prensa que la Federación había designado en su lugar a Leonel Álvarez. Las críticas, como siempre, no demoraron en llegar, pues, decían, Álvarez no tenía experiencia y era del mismo grupo de Hernán Darío Gómez y Francisco Maturana. Diecisiete años después de las tragedias que vivió el fútbol colombiano con el Mundial de Estados Unidos, en parte por el regionalismo y los intereses personales, los comentarios y los análisis eran similares.

En Estados Unidos, a Álvarez se le había roto su ilusión más grande, y luego de la derrota ante Estados Unidos, y de la eliminación, se acurrucó en el último rincón del vestuario del Rose Bowl por un tiempo muy largo. Rodeado de gente pero solo. Más solo que nunca. Las voces las escuchaba sin oírlas. Las sombras las percibía sin distinguirlas. Su mente repetía una y mil veces las escenas que acababan de terminar. Los gritos de la tribuna, las órdenes de sus compañeros, las voces de aliento que llegaban desde el banco. En cámara lenta repitió los goles que nunca fueron y los que fueron, los gestos de indolencia que lo rodearon, los pases equivocados. Con los ojos enterrados en el piso, con las manos temblorosas de rabia, dejó que la película concluyera. Hubiera querido permanecer allí toda la vida. Pero un grito lo obligó a continuar: “Leo, nos vamos. Dúchate que esto ya se acabó”.

Se duchó, sí. Y el agua de la regadera y el agua de su cuerpo se le confundieron. Igual que los sentimientos que lo desbordaban. Por momentos se abstraía de la realidad y llegaba a convencerse de que todo era una pesadilla. Por momentos entendía que era estúpido jugar a los duendes, y regresaba al partido. Partido de locos, partido de mierda, partido fatal. Algunas frases se le aparecieron, vagas, repentinas. Y algunos rostros. No supo cuánto tiempo estuvo ahí, bajo el agua. Ni cuánto se demoró en salir del estadio. Cuando volvió a sentir que era él, estaba frente a una cámara del noticiero CM&. Intentaba hallar respuestas para lo que había ocurrido. Y se tragaba muchas verdades. Tenía la voz quebrada. Nunca antes en su vida se le había quebrado la voz ante una cámara. Nunca antes había querido decir tantas cosas. Pero se las calló.

Fuera de cámaras apenas dijo: “A algunos habría que romperles la cara. Es lo que se merecen”. Después de sus palabras cortadas guardó silencio. Juró silencio. Y se marchó. Esa noche, la del 22 de junio de 1994, fue la última noche de fútbol para él, si se entiende al fútbol como debería ser: pasión y alegría, lucha y honor, entrega y sentimiento… Nunca antes había sentido tanto dolor y tanta impotencia dentro de una cancha. Nunca antes había sentido tanta decepción en la vida. Cuentan que esa noche no durmió. Ni habló. Ni peleó. Simplemente, recordó. Diecisiete años más tarde, la ilusión por un Mundial le había vuelto a Leonel Álvarez, aunque ya no fuera aquel volante que quitaba y tocaba y se prodigaba por las canchas en busca de la pelota y cumpliéndoles a sus compañeros con lo que se necesitara, sino un exitoso técnico de fútbol. Llevaba el pelo como antes, largo y ensortijado, una barba en candado salpicada de canas, y su figura era la de un jugador activo.

Álvarez condujo a la Selección en tres partidos. Contra Bolivia, en La Paz, ganó 3-1; ante Venezuela, en Barranquilla, empató, y frente a Argentina, también en el Metropolitano de Barranquilla, perdió 2-1. La derrota de local ante el conjunto de Lionel Messi y compañía lo dejó tambaleando. Consciente de la noche cruda que se le venía encima, Álvarez se fue en su carro a Medellín. Más que haber perdido, lo que le molestó a Bedoya y a la cúpula de la Federación fue que Álvarez hubiera huido. Luego dijeron que el técnico se había vuelto inmanejable, que le habían perdido la confianza, y por esos motivos lo destituyeron el 11 de diciembre de 2011, aunque la noticia oficial la anunciaron el 13. Bedoya dijo que el Comité había tomado la decisión, de forma unánime, por los resultados, y bajó la mirada cuando lo interrogaron sobre el sucesor de Álvarez. Apeló, entonces, a los lugares comunes para declarar que estudiarían el caso y que no tenían un candidato.

Leonel Álvarez habló apenas a comienzos de febrero, en una entrevista para El Colombiano, y entre algunos asuntos, deslizó que Bedoya tenía un plan B desde hacía tiempo. “La única alternativa de nosotros los entrenadores es ganar y mostrar resultados, más cuando los procesos no se respetan y a todos nos tienen el plan B: otro técnico listo”. Ese otro técnico era José Néstor Pékerman, con quien Bedoya ya había conversado y con quien se reunió en Miami para sellar el acuerdo. Bedoya y Pékerman irían unidos hasta el Mundial de Brasil, y más allá, repartiendo triunfos, sonrisas y alegrías. Javier Hernández Bonnet, en su libro Colombia es Mundial, escribió cómo fue la llegada de Pékerman, cuales fueron sus condiciones para aceptar la Selección, y cuál, su recorrido:

“En la soleada pero fría tarde del jueves 5 de enero de 2012, el mesero recibió la orden de llevar una botella de champaña a la suite donde estaban reunidas varias personas. El hombre acudió presuroso a atender el pedido. Desde la ventana del espacioso apartamento se podía ver la espesa capa de niebla que cubría la arena blanca y buena parte del mar en ese comienzo de año en Miami Beach, Estados Unidos. En la suite se encontraban el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya; el director técnico argentino José Pékerman; su representante, el empresario gaucho Pascual Lezcano; el presidente de la Dimayor, Ramón Jesurún, y el empresario Robert Sabat.

“En su afán por servir la champaña, el despistado camarero sólo reconoció a Pékerman, a quien se dirigió luego de servir cinco copas y dejar la botella dentro de una hielera: - Ve, José, qué berraquera, qué gusto verlo por acá. Oí que lo buscaron para dirigir a Colombia… Cuidado con esos directivos del fútbol colombiano, que son unos aviones. En Caracol Radio dijeron lo de Martino, que no arregló porque los directivos son poco serios; que no les aceptó porque los partidos y las convocatorias las manejaban ellos, no el entrenador. Usted no se deje meter el dedo en la boca”. El empleado del hotel resultó ser paisa e hincha del Independiente Medellín, un apasionado seguidor del fútbol que no olvida las figuras por las que sufrió mucho y gozó poco. Pékerman sonrió sin hacer comentarios a lo que acababa de escuchar y en tono jocoso le dijo al mesero que le presentaba al presidente de la Federación. Apenado, el hombre sólo atinó a decir que esos datos los dieron en Caracol y casi sin despedirse salió corriendo de la suite.

“- Presidente, ¿le creo al mesero o a usted?, preguntó Pékerman, y Bedoya y Lezcano soltaron una sonora carcajada. Pocas horas después, en Bogotá, la Fedefútbol expidió un escueto comunicado en el que informó que Pékerman era el nuevo estratega de la selección de mayores y que el contrato definitivo sería firmado en los siguientes días. Así, al aceptar el banco colombiano, Pékerman demostró por qué Colombia está tan cerca de sus afectos. No hacía mucho había sentenciado que un entrenador no podía dirigir una selección distinta a la de su país. Pero puso una excepción: que algo muy especial lo ligara a otra nación. Su hija mayor, Vanessa, nacida en Medellín, era una poderosa razón. Al cierre de este libro, la familia Pékerman avanzaba en el proceso de obtención de la doble ciudadanía.

“Tal vez sin saberlo, los directivos del fútbol tomaron ese día en Miami la decisión más importante de los últimos años. Tan importante, que haber insistido en contratar al estratega argentino se tradujo 22 meses después en el regreso de Colombia a un mundial y de paso llevó al país a vivir una euforia como no se veía hace más de una década. Una vez se supo que Pékerman estaría al frente del combinado por el resto de la eliminatoria, la prensa especializada se dio a la tarea de escudriñar en la vida personal y profesional de este hombre, ya mayor de 60 años, que asumiría las riendas de un equipo que acababa de pasar por una etapa traumática y que requería de un timonel extranjero para recomponer su rumbo.

“José Pékerman vino por primera vez a Colombia en 1975, como jugador del Independiente Medellín. Lo trajo el empresario Antonio Patiño Vinasco, un activo dirigente reconocido por organizar temporadas internacionales y transferir jugadores en el sur del continente. El refuerzo rojo llegó procedente de Argentinos Juniors de Buenos Aires, donde la afición lo hizo famoso con el apodo de Polvorita Pékerman. En su arribo al Medellín lo acompañaron dos delanteros: el puntero derecho Ángel Ferreira y el centro delantero Adolfo Froilán Mecca. Con esas contrataciones, los dueños del equipo pretendían ganar nuevamente un título, que les era esquivo desde 1957. Una vez saltó a la cancha, la afición volcó sus ojos en Pékerman y creyó que él la llevaría a obtener una nueva estrella para la camiseta roja. Pero no fue así. Por sus características en el campo de juego, era laborioso, aplicado, concentrado y metódico en sus movimientos. En otras palabras, aceptable.

“Jugó en el mediocampo, como 8, en una época en la que se alineaba con un volante central, un volante por derecha —que hacía el recorrido ida y vuelta— y uno de enganche, el llamado 10. En su nuevo puesto, Pékerman se destacó por su capacidad de lucha, por no desmayar jamás, por no dar por perdido un solo balón. Por esas actitudes, Marco Fidel López, presidente de la Barra Danza del Sol, le puso el remoquete de Hormiguita Pékerman. En el campo de juego y fuera de él, siempre fue amable. Y su buen trato se notaba más en una época en que los camerinos y las canchas no estaban tan cerrados y los periodistas tenían la opción de vivir el partido desde el banco donde se sentaban los suplentes y el director técnico. Una vez terminado el partido, el reportero daba dos pasos adelante, se paraba en la boca del camerino y le ponía el micrófono al jugador. Pékerman siempre estaba dispuesto a colaborar, a dar una opinión, por corta que fuera.

“Los periodistas que cubrían los partidos en el Atanasio Girardot notaban una cualidad en Pékerman: su buena lectura de lo que pasaba en un encuentro. Él definía con facilidad y en tres o cuatro palabras las incidencias del encuentro, síntoma claro de que ese jugador tenía una proyección hacia la dirección técnica. En las charlas con él había un alto contenido de detalles que hacían la diferencia entre ganar o perder. Su carrera terminó en Medellín luego de una lesión fortuita, tonta. Ocurrió en 1977, antes de un partido, cuando se levantó de la silla en el comedor y al hacer un giro se reventó el menisco interno de la pierna izquierda. La intervención quirúrgica fue complicada, porque en aquella época los médicos abrían toda la rodilla para sacar el menisco, con el gran riesgo de que se produjera artrosis. Pékerman no fue la excepción. El diagnóstico no pudo ser peor: a los 28 años, 12 después de debutar, no podía volver a las canchas. El argentino permaneció en el Medellín hasta 1978, tiempo durante el cual convirtió 15 goles en 101 partidos.

“Frustrado, sin trabajo y con una familia a cuestas, Pékerman regresó a Buenos Aires, donde la suerte no le sonrió y luego de probar en varios trabajos no tuvo otra opción que manejar taxi. Enterados de la mala hora de su antiguo jugador, los directivos del Argentinos Juniors le lanzaron un salvavidas y lo encargaron de las divisiones inferiores del club. En 1994, los nubarrones empezaron a alejarse. Aunque no había cosechado grandes logros como entrenador, ganó una convocatoria de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) sobre cómo manejar divisiones inferiores en selecciones nacionales. Su proyecto venció a los favoritos, la dupla de Óscar López y Caballero, técnicos reconocidos en el Banfield. Julio Grondona, el todopoderoso de la AFA, quedó bien impresionado con Pékerman y lo nombró director de la selección juvenil.

“Su valía como estratega quedó confirmada pronto: en 1995, 1997 y 2001 fue campeón mundial sub-20, en Catar, Malasia y Argentina; en 1997 y 1999 fue campeón de Suramérica en la sub-17 —Chile y Argentina— y en 1998 fue campeón sub-21 en el torneo Esperanzas de Toulon, Francia. Con semejante trayectoria, en 2002 fue ascendido a director de las selecciones argentinas, cuando Marcelo Bielsa era entrenador de la de mayores. Ya en 1997, tras ganar el Mundial Sub-20 en Malasia, la AFA le había ofrecido asumir la selección estelar, pero rechazó la propuesta sin dar mayores explicaciones. Tras la renuncia de Bielsa por su fracaso en el Mundial de Corea-Japón en 2002, donde Argentina fue eliminada en la primera fase, Pékerman asumió y la llevó al Mundial de Alemania en 2006, pero se quedó en cuartos en una tanda de penaltis frente a Alemania. Argentina salió del certamen sin perder un solo partido, pero aún así, él asumió la responsabilidad y presentó su renuncia.

“Cuando Pékerman era jugador en el Medellín, yo llevaba dos años como reportero deportivo y teníamos contacto permanente. Pasados los años, él se convirtió en un fenómeno de la dirección y nos volvimos a ver cuando era director general de las selecciones gauchas. Argentina jugaba en la ciudad de Córdoba contra la selección de Colombia y mi sorpresa fue grande cuando coincidimos en la puerta del hotel. - Hola, José, soy Javier Hernández. - Javier, qué tal, usted es el de Medellín. ¿Qué hay por Medellín?, respondió amable y me invitó enseguida a un café, en el mismo salón donde estaban los jugadores de Argentina, que acababa de llegar de Buenos Aires. Realmente era todo un privilegio. Mientras los periodistas argentinos y colombianos esperaban por una nota, yo estaba sentado con Pékerman a cinco metros de Bielsa y a no más de diez de Gabriel Batistuta, la gran estrella gaucha. Hizo comentarios precisos sobre el campeonato en Colombia, me dijo cómo veía el desempeño del DIM y hasta me preguntó si Leonardo Nieto todavía estaba en el salón Versalles, cerca de la Plaza de Bolívar de Medellín, donde se comían las mejores empanadas argentinas.

“Cuatro años después, cuando Pékerman ya era técnico argentino, nos volvimos a encontrar en la rueda de prensa previa al partido Argentina-Colombia por la eliminatoria de 2006. Esperé mi turno y cuando lancé mi interrogante escuché su efusivo saludo. El destino siguió a mi favor y una vez terminó la rueda de prensa, acordamos, a través de uno de sus asistentes, una nueva cita mientras mis colegas seguían esperando una oportunidad. Una vez en Colombia, antes de empezar como entrenador, coincidimos dos o tres veces y entendí que a partir de ese momento se iniciaba una nueva etapa en nuestra relación, en la que ya habría terrenos vedados. Luis Bedoya me había advertido que con la llegada de Pékerman cambiaría la ecuación con los medios, porque él quería un grupo totalmente aislado, estar solo con sus dirigidos.

“En otras palabras, todo lo contrario a lo que pasaba en años anteriores con las selecciones de Colombia, cuando cualquier persona entraba, tomaba café con el jugador, le hacía fotos y le firmaban la camiseta. Era más un carnaval que una concentración, un ambiente tóxico, y Pékerman lo tuvo claro desde el comienzo. Así empezó una etapa distinta en la selección. El nuevo técnico la alejó totalmente de los medios de comunicación y sólo permitió contacto con los periodistas en las ruedas de prensa. Esas decisiones produjeron escozor entre veteranos cronistas deportivos que por años estuvieron acostumbrados a husmear por dentro de los seleccionados. A medida que pasó el tiempo, el argentino se salió con la suya y asumió el control de la vida interna de la selección. Pero también tuvo la sabiduría de suavizar algunos detalles. Por ejemplo, antes de los partidos dejaba entrar a los aficionados a un entrenamiento y a los periodistas les permitía ingresar a dos, con libertad para hablar con algunos jugadores, pero escogidos por él.

“Pékerman sabía que en las eliminatorias anteriores la selección estuvo rodeada de un ambiente turbio. A las concentraciones entraban empresarios a hablar con los jugadores, algunos directivos influían en el cuerpo técnico para alinear a ciertos futbolistas y muchas cosas más. Se sabe de jugadores que pasaban buena parte del tiempo en los hoteles suscribiendo contratos, pues estaban más interesados en aprovechar su cuarto de hora que en cumplir su responsabilidad. Las concentraciones se convirtieron en una rueda de negocios. Pékerman conoció en detalle estos y otros episodios anómalos y lo que hizo fue blindar el grupo y ponerlo a pensar única y exclusivamente en fútbol. La férrea actitud del técnico fue más allá y logró que cualquier negociación relacionada con los futbolistas fuera perfeccionada antes o después de cada concentración. En su concepto, ese espacio entre el cuerpo técnico y los jugadores era inviolable.
“Los directivos de la selección no estuvieron exentos de las restricciones impuestas por Pékerman. El propio Luis Bedoya debió llevar suplentes —escogidos por el entrenador— a la presentación de nuevos patrocinadores. No admitió que el grupo principal se desconcentrara por cuenta de actividades ajenas al equipo. A esas alturas ya nadie desconocía que el grupo era de Pékerman y que él sólo se entendía con el presidente de la Federación, que ejercía como vocero ante los dirigentes y la comisión técnica. La coadministración del equipo se acabó de tajo. Y todos lo entendieron y aceptaron. Tiempo después, el 6 de febrero de 2013, al término del juego amistoso contra Guatemala que Colombia ganó 4-1, coincidí en el desayuno con Pékerman. Por primera vez, de manera distendida y sin el apremio de una entrevista de por medio, hablamos de su cerrada estrategia para manejar el equipo. En ese momento ya se habían jugado los partidos por la eliminatoria contra Perú, Ecuador, Chile, Paraguay y Uruguay.

“—Sé que trabajar conmigo es difícil por los planes tan específicos que tengo, pero te vas a dar cuenta, Javier, de que con lo que ha pasado vamos a ganar todos… Necesitamos que los muchachos estén tranquilos, dedicados a su trabajo… después habrá tiempo para celebrar —resumió Pékerman ante la mirada comprensiva de su esposa, Matilde—. —La oferta económica de Estados Unidos era mucho mejor que la colombiana… Soy feliz en este país, pero quiero mucho a Colombia —agregó Matilde—. Desde el arribo de Pékerman los jugadores empezaron a reconocer un cambio de estilo. Y de discurso. En todo. En largas pero animadas charlas les inculcó que se puede jugar de tú a tú contra cualquier rival, sin complejos; que los futbolistas colombianos no tienen que envidiarle nada a nadie y que el equipo está para grandes cosas. Con su discurso pausado y reflexivo, el entrenador se ganó la voluntad y en pocas semanas logró consolidar un grupo muy fuerte interiormente.

“Colombia nunca había tenido una selección tan concentrada como esta. Era tanta la necesidad de ir a un campeonato mundial, que todas las partes que componen este espectáculo entendieron que si el equipo ganaba, todos ganábamos; al final, la decisión de hacer lo necesario para clasificar, incluido un duro pulso para aislar a los jugadores y tenerlos totalmente concentrados, terminó siendo bienvenida. En su estrategia, Pékerman tuvo dos factores a su favor: de un lado, la jerarquía de los jugadores de más recorrido en las canchas y en los medios, es decir, los goleadores, los beneficiados con grandes transferencias; y de otro, la fortaleza y la jerarquía de Mario Yepes y Farid Mondragón, cuya presencia en la selección, pese a sus edades, no fue casual. Yepes fue incluido en el seleccionado sin importar que hacía rato no era titular en el Milan de Italia.

“Pékerman sabía que el liderazgo y el largo recorrido de Yepes le aseguraban una especie de jefatura natural dentro del grupo. Algo parecido ocurrió con Mondragón, quien ya no estaba para titular en partidos de altísimo nivel, pero fue clave en la construcción de seguridad en la mentalidad de los jugadores, una de las principales falencias de los deportistas colombianos en toda su historia. El argentino dispone de gente joven en su cuerpo técnico, pero en Yepes y Mondragón tiene puentes importantes. Ellos infunden respeto, no se salen del libreto y no dicen cosas inapropiadas. Varios jugadores de la selección me revelaron que se convencieron del estilo de Pékerman cuando llegaron a una charla técnica y él sabía los puntos fuertes y débiles del rival y la tarea que debía cumplir cada uno de ellos en el campo de juego. Los llenó de confianza saber que nada estaba al azar, que cada desplazamiento había sido planeado en detalle y que la estrategia estaba encaminada a ganar el partido.

“De manera casi imperceptible para la opinión pública, no así para el complejo y en muchas ocasiones oscuro mundo futbolero, la presencia de Pékerman y su manera de administrar la selección contribuyeron a neutralizar las roscas regionales que determinaban en buena medida las convocatorias a la selección. La famosa frase según la cual un jugador era llamado porque el director técnico provenía de una u otra región, dejó de ser el caballito de batalla que enturbiaba el ambiente alrededor del onceno patrio. En una ocasión, un accionista de 4 en conducta llamó por teléfono al técnico y le dijo: “Profe, cómo está de linda su niña… y siempre en el mismo paradero… eso ahí es seguro, ¿cierto?… Oiga, profe, no se olvide que fulanito de tal está jugando muy bien; a ver si me lo llaman porque acuérdese que jugador que pase por la selección es jugador que vale más”. Muchas veces, el entrenador, atemorizado, cumplía la voluntad del empresario que lo había amenazado.

“Al comienzo las cosas no fueron fáciles para el técnico y para los jugadores. Tampoco para la afición. Pero 22 meses después, con Colombia clasificada al mundial de Brasil en 2014, todo es color de rosa. El estilo Pékerman terminó por imponerse y tanto hinchada como dirigentes aprendieron a respetarlo”.

Con la clasificación al Mundial de Brasil, y con la actuación de Colombia en el Mundial de Brasil, Luis Bedoya y José Pékerman se volvieron perfectos e inmortales. Aquel que osara criticarlos, o recordar, por ejemplo, que en julio de 2013 Bedoya aparecía en un video que lo mostraba guardándose una medalla de la Copa Libertadores de América, o que Pékerman se había equivocado en algún planteamiento, tenía que soportar una infinita andanada de insultos. De nuevo, la locura del fútbol confundió los conceptos, y en una misma bolsa pintada de amarillo, azul y oro, se metieron la patria, el triunfo, la felicidad, la colombianidad, la unión, el olvido, el perdón, el futuro, la esperanza, la pasión, la fe, dios y todos los santos, encabezados por San Luis y San José. La locura fútbol; la locura éxito, victoria, goles y celebraciones, ocultó bajo su manto otras realidades, las realidades del fútbol colombiano de todos los días y a sus personajes.

Y ocultó al otro Luis Bedoya, a aquel que desde el Mundial Juvenil había empezado a cambiar, manejando sus asuntos con mayor sigilo que antes, encerrándose en su oficina para sostener secretas conversaciones con secretos contertulios, e invitando a los restaurantes más costosos de la ciudad a altos empresarios para negociar el fútbol. Un día se reunía con el presidente de una multinacional de ropa deportiva y le decía que podían acordar un contrato por ocho millones de dólares para que esa firma patrocinara a la Selección, pero que lo firmarían por cuatro, y el resto se lo dividirían. Otro día se juntaba con cabecilla de las fuerzas oscuras del crimen, y uno más, con alguno de los presidentes de las empresas que se sumaron a la ola amarillo, azul y rojo y dieron miles de millones de pesos para hacer parte del fútbol nacional. En ocho años, Bedoya consiguió los patrocinios de Chevrolet, Homecenter, Movistar, Bancolombia, Procter & Gamble y Pacific Rubiales, Golty, Efecty, Allianz, Adidas, y Caracol TV.

Detrás de de cada uno de esos patrocinios había comisiones. Comisiones del tres, del cinco, del 10 por ciento para quien acercaba al patrocinador, para quien cerraba el trato, para el que lo ejecutaba, para el jefe de éstos. En la feria de las comisiones todos salían con una parte del botín. Era la costumbre, y la costumbre se volvió ley, aunque no estuviera escrita en ninguna parte. Bedoya recibía dinero por todos lados. Invertía. Viajaba. Abría cuentas bancarias y decía y hacía correr la voz de que nunca antes la Federación Colombiana de Fútbol había sido tan boyante. Los 14 millones de dólares que ingresaron a la caja por cuenta de la Fifa, directamente, por la participación de la Selección en la Copa del Mundo, y por haber llegado hasta los cuartos de final, eran los dineros para mostrar. Las cuentas al respecto eran diáfanas: premios para jugadores y cuerpo técnico, gastos de viajes y hospedaje, etc.

“Hoy la selección colombiana es el símbolo de unidad y paz. No hay nada que represente mejor el sentimiento de patria. Tenemos una marca aceptada por más del 95 por ciento de los colombianos”, decía Bedoya, y tras su discurso, se multiplicaban los ingresos y las marcas, que se dividían entre patrocinadores oficiales, socios oficiales y proveedores. Bancolombia fue, en abril de 2015, la última empresa que se sumó al carrusel de la victoria. Su entonces presidente, Carlos Raúl Yepes, comentaba que “El fútbol es una de las principales oportunidades para la transformación social en Colombia. Este vínculo con el fútbol se constituye en una oportunidad para que la entidad financiera apoye la niñez y la juventud que practican el más popular de los deportes en el país”. El fútbol y la patria, más que nunca, iban de la mano, amparados en un nombre, Colombia, que se convirtió en una marca libre de derechos de explotación.

Aunque desde antes se había empezado a usar la palabra Colombia como un producto de patria, sobre todo en los 90, con Luis Bedoya el concepto se afianzó, y la venta del nombre del país, de sus colores, su himno y su fútbol produjo miles de millones, para él, para la Federación, para los jugadores y para las firmas que se unieron al negocio. Los medios de comunicación fueron esenciales para que la fórmula funcionara. Había que promover y vender fútbol y nacionalismo, y desde la televisión, la radio y la prensa se difundieron los mensajes que lograrían convencer cada vez más al ciudadano de la calle de que la victoria de la Selección era la victoria del país, y de que esa victoria desembocaría en la tan anhelada paz. Los periodistas, en su gran mayoría, fueron hinchas vestidos con la bandera, como casi todos los hinchas, y con micrófono. Lo importante para ellos, para sus jefes, para Bedoya y el fútbol, era la promoción del gran espectáculo, costara lo que costara.

El gran espectáculo reventó todos los récords posibles en la Copa del Mundo de Brasil. Por los triunfos y los comentarios mil veces amañados de la prensa, la camiseta de la Selección, por ejemplo, fue la más vendida en el 2014. De ahí hacia abajo, los negocios y sus utilidades se prodigaron para todos. Era una relación gana-gana, como solía decir Bedoya, y en ese gana-gana lo único que importaba era el dinero. Cuando se acabó la fiesta y Colombia regresó al país, fue recibida como si sus integrantes fueran héroes de una sangrienta guerra en el otro lado del planeta. Los héroes del fútbol fueron una y mil veces aclamados, pues en la relación gana-gana ganaban todos los que hacían parte del espectáculo, los políticos, los directivos, los periodistas, los jugadores y los patrocinadores, los intermediarios y los publicistas, los militares y los curas porque dios existía, y todos se llenaban la boca de mentiras para sumar votos, pesos, adeptos, conversos y rating.

El 8 de agosto, Luis Bedoya fue nombrado en el comité ejecutivo de la Fifa. Sólo dos colombianos, Alfonso Senior, desde 1970 hasta 1984, y León Londoño, entre el 86 y el 94, habían sido parte de la alta administración de la rectora del fútbol. Jorge Orlando Ascencio reseñaba la noticia en El Tiempo así: “El nombramiento de Luis Bedoya como representante de la Confederación Suramericana de Fútbol ante la Fifa vuelve a poner al fútbol colombiano en las grandes ligas de este deporte, ahora desde el punto de vista administrativo. Bedoya reemplazará a Eugenio Figueredo como miembro del comité ejecutivo de la entidad. Figueredo, quien este viernes renunció a la presidencia de la Conmebol, asumirá como vicepresidente de la Fifa, en lugar de Julio Grondona, fallecido el pasado 30 de julio. El paraguayo Juan Ángel Napout, primer vicepresidente de la entidad continental, asumirá el cargo provisionalmente hasta mayo. ¿Qué significa este nombramiento para Bedoya? Primero, un reconocimiento a su buena labor como dirigente tanto de la Federación como en el ámbito continental. Cabe recordar que Bedoya logró que a Colombia le asignaran la realización del Mundial Sub-20 del 2011, que no tuvo ninguna queja en cuanto a organización”.

Pocos meses después, Figueredo y Napout serían acusados por la justicia de los Estados Unidos de hacer parte de un complejo y multimillonario entramado de sobornos y corrupción. Bedoya, también. Algunos de sus conocidos dirían tiempo después que el principio de su gran cambio fue haber ingresado a la Fifa. El comienzo del fin. Que desde el 8 de agosto de 2014, Bedoya había empezado a transformarse, que miraba a sus colegas colombianos como poca cosa, que se encerraba cada vez más en su oficina y parecía mirar hacia lo lejos, muy hacia lo lejos. Era como si el fútbol colombiano con sus enredos, sus mezquindades, sus juegos de poder, sus extorsiones, le hubiera dejado de interesar. Sus nuevos compañeros de trabajo, que serían socios y más que socios, cómplices, le fueron abriendo las puertas a otro mundo. Bedoya ahora compraba su ropa en Europa, viajaba en aviones privados, conversaba sobre vinos y sobre la legendaria historia de las plazas y callejuelas europeas.

Iba de viaje en viaje, de negocio en negocio, hasta que estalló el gran escándalo de la Fifa, y 14 altos dignatarios fueron aprehendidos en un hotel de los Alpes suizos. Bedoya dijo el 3 de junio que a él lo podían investigar, pues no tenía nada que ocultar. “Es fundamental decir que la Federación Colombiana de Fútbol no ha recibido un peso ni de la firma Datisa, ni de Traffic, ni de Torneos y Competencias, firmas de las que ni el presidente, ni el comité ejecutivo hemos recibido el dinero. Por temas de partidos amistosos hay relaciones con Full Play. Es importante manifestar que la Federación recibió tres pagos de 500.000 dólares cada uno y están registrados en su contabilidad, en los balances que presentó a la Conmebol y casi todo ese dinero fue invertido en la sede. Los únicos pagos que recibimos son de Conmebol. Todos los pagos que hace la Conmebol por la Copa Libertadores y la Suramericana pasan por la Federación y después al club en su totalidad.

“Este año hemos recibido otro dinero por 2 millones de dólares y corresponden a esos pagos de preparación para la Copa América del 2015. Hoy Full Play es parte del debate. Cuando hemos negociado partidos con Full Play no es porque sea nueva, llevamos más de 10 años de relaciones con esa empresa. Esa relación está dedicada exclusivamente a los partidos amistosos. Nos sentimos muy orgullosos del nivel de empresas que hoy están al lado de la Selección y de la Federación y no admitimos, porque creo que sería faltar al respeto a esas grandes empresas, decir que detrás de una negociación de estas podría haber algún tipo de arreglo o algún tipo de coima. Todo se recibe por encima de la mesa. Nosotros tenemos la fortuna y la posibilidad de sentarnos con los presidentes de estas compañías, de sentarnos con los departamentos de mercadeo para hacer esos negocios de una manera directa.

“En el 2010 vendimos un patrocinio oficial por ocho millones de dólares, cuatro socios oficiales cada uno por cuatro millones de dólares y cuatro proveedores por dos millones de dólares, para que ustedes sepan cuál es la cuantía. Aquí no hay nada secreto ni nada qué ocultar en ese sentido. Para el 2014 quisimos presentar una propuesta más agresiva con base en las inversiones, gastos y resultados de nuestras selecciones. Tenemos dos patrocinadores oficiales que cada uno paga 12 millones de dólares, tenemos cinco socios que cada uno paga 6 millones de dólares y aspiramos, todavía no los tenemos, a contar con cinco proveedores que cada uno pague tres millones de dólares”. El día de su aclaración de cuentas, Bedoya se mostró inseguro, como pocas otras veces. Titubeaba y consultaba reiteradamente sus apuntes. Esa sería su última rueda de prensa para hablar de dineros.

Algo más de cinco meses después, el miércoles 4 de noviembre, salió rumbo a Nueva York. El 12 de noviembre, aceptó cargos por conspiración de sorborno y fraude en transferencia bancaria. El pliego de cargo en su contra decía: “La conducta incluyó, entre otras cosas, el uso de contratos de consultoría, acuerdos y otros tipos de contratos para crear una apariencia de legitimidad para pagos ilícitos. Así mismo el uso de varios mecanismos, incluyendo intermediarios. banqueros, asesores financieros y vendedores de divisas para realizar y facilitar los pagos ilegales; la creación y uso de compañías fachadas, cuentas bancarias en paraísos fiscales, movimiento de efectivo en grandes cantidades, compra de finca raíz, evasión de impuestos y obstrucción de la justicia”. La Fiscalía de los Estados Unidos confirmaba que Bedoya tenía una cuenta secreta que usó por más de ocho años. “La cuenta está en Suiza y el señor Bedoya ofreció entregar sus fondos y otros más", aseguró la fiscal, Loretta Lynch.

Como en una película, Bedoya dejó instrucciones antes de su viaje a Nueva York y su carta de renuncia por “motivos personales”, que debía ser leída el lunes siguiente, aunque fue filtrada a los periodistas. Ramón Jesurún, presidente de la Dimayor, tuvo que soportar el peso de la situación. A mediados de diciembre fue nombrado en el cargo de Bedoya. Otra historia comenzaba. Jesurún era un hombre de voz fuerte, de imposiciones, de pisar duro y de cumplir sus promesas, fuera como fuera, sobre todo cuando esas promesas le garantizaban buena prensa. En marzo de 2016, cuando vino a Colombia el nuevo presidente de la Fifa, Gianni Infantino, Jesurún le prometió una entrevista a un periodista de El Tiempo, pese a las negativas de la Fifa. En un momento dado, luego de su escueta rueda de prensa, Infantino se escabulló hacia un pequeño cuarto para que le hicieran masajes. Jesurún entró y metió, a los empujones, al periodista para que conversara con él.

Frente a la salida de Bedoya, los medios empezaron una desenfrenada carrera de investigaciones y noticias. Dijeron que al expediente de la Federación lo esperaban 20 años de prisión, pero por aceptación de cargos, la condena se podría reducir a ocho. Dijeron que su abogado era Luis Eduardo Méndez, conocido en el mundillo de las mafias por asesorar a delincuentes de diversa calaña. Dijeron que el dinero proveniente de sus actividades ilícitas superaba los 10 millones de dólares. Dijeron que en Colombia, la Fiscalía apenas comenzaba a investigar sus cuentas y posesiones. El portal Red Más Noticias, publicó que “Apenas se supo de la renuncia de Luis Bedoya a la presidencia de la Federación Colombiana de Fútbol, horas después se conoció que su esposa, Martha Herrera, aparece en la lista de colombianos vinculados a Forex, una plataforma de inversiones que opera en varios países y ha sido relacionada con los delitos de lavado de activos y evasión de impuestos. Red Más Noticias reveló que Herrera habría invertido US$ 225.000 (más de $700 millones), junto a dos familiares, en Forex, por los que habrían recibido US$35.000 de ganancias”.

La revista Semana indagó el asunto de los bienes de Bedoya y de su esposa, Marta Herrera: “La pareja tiene una relación que data de más de 15 años. El mundo del fútbol los unió y muy pronto Marta abandonó los medios de comunicación para estar cerca de su compañero sentimental. Conformaron una unión respetada entre periodistas y dirigentes del fútbol. No obstante, la gente que los rodeaba empezó a observar que Herrera era gestora de negocios y que manejaba grandes sumas de dinero en efectivo. Ella siempre mantuvo un bajo perfil, pero se notó su gusto por el dinero y los viajes. Su nombre también empezó a sonar últimamente por aparecer en el extenso listado de inversionistas del negocio piramidal conocido como Forex, donde invirtió 250.000 dólares”.

Entre sus propiedades, “Aparece un apartamento de 121 metros localizado en la calle 102 con transversal 18 en uno de los sectores exclusivos de Bogotá. De acuerdo con la escritura del 4 de mayo del 2014, dicha propiedad fue adquirida por la Inmobiliaria Promotora y Constructora ICP S. A. por 660 millones de pesos. Cinco meses más tarde esta fue vendida a Bedoya por 143 millones de pesos. Cuenta con tres garajes, de 43 millones de pesos cada uno. En abril del 2012 -después de que la Federación junto con la FIFA organizó el Mundial Sub-20 el año anterior-, adquirió una oficina en el exclusivo sector de la carrera 15 con calle 93 por valor de 269 millones de pesos. Semana.com consultó con propietarios en ese edificio y algunos aseguraron que el valor promedio de un inmueble está por encima de 600 millones de pesos. Además, constató que las empresas que funcionaban en esa oficina dejaron de hacerlo en el último mes y que hoy está vacía a la espera de arrendatario.

“En el listado aparece también un apartamento en la calle 97 con carrera 21, uno de los sectores más caros del norte de Bogotá, que adquirió por 225 millones, en octubre del 2009, junto con su esposa. Nuevamente llama la atención que el valor registrado es muy inferior al precio de venta de ese tipo de inmuebles en esa zona. En ese mismo edificio Bedoya y su esposa adquirieron otro apartamento por 210 millones de pesos, toda una ganga. En ese mismo predio aparecen cuatro garajes a su nombre.

 

Por Fernando Araújo Vélez

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar