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Brasil juega contra la leyenda

La selección local abrirá este jueves la Copa del Mundo ante Croacia, a las tres de la tarde. Un fracaso levantará en vilo el alma de millones que se unirán a las protestas. Análisis del equipo de ‘Felipão’.

Iván Mejía / Río de Janeiro
12 de junio de 2014 - 11:49 a. m.
En Neymar están puestas las esperanzas de los hinchas locales que esperan ver a Brasil campeón del mundo en su casa.
En Neymar están puestas las esperanzas de los hinchas locales que esperan ver a Brasil campeón del mundo en su casa.
Foto: EFE - Fernando Bizerra Jr.

Los inspectores arbitrales de la Fifa están visitando los 32 seleccionados nacionales que jugarán la Copa Mundo. En su ida al campamento español, los jugadores y el cuerpo técnico hicieron una inusual protesta a Héctor Vergara, árbitro chileno, con un detallado análisis basado en un video. Demostraron cómo en la final de la Copa Confederaciones, junio del año anterior, la selección brasileña cometió 85 faltas, casi una por minuto, muchas de ellas quedaron impunes, otras fueron sancionadas al revés.

Resulta curioso que hoy el mundo futbolístico acuse a Brasil de ser el campeón de la marrulla, el juego fuerte, la falta menor intencionada en mitad de campo que corta piernas a los rivales, obstruye el ritmo de juego y condiciona mentalmente al adversario cuando éste intenta jugar a la pelota.

Históricamente debiera ser al revés, los españoles acusados de pegar y pegar en aquella escuela de la Furia, y los brasileños, como artífices del jogo bonito. Pero hace ya muchos años que el fútbol ha evolucionado en Brasil y hoy está más cerca de parecerse a los europeos que al mismo fútbol suramericano.

Seguramente a Luiz Felipe Scolari, Felipão para sus conocidos, no le molesta en lo más mínimo que reclamen de su tendencia defensiva y de la encarnación de un estilo que riñe con la tradición. Scolari forma parte de la banda de técnicos que piensan en el factor resultado por encima de cualquier cosa y esta mucho más cerca de Claudio Coutinho y Dunga que de Tele Santana o Zagallo, para citar nada más estos defensores de la pelota bien cultivada.

Brasil está iniciando una de sus más serias aventuras, conquistar el hexacampeonato, y volver a ser campeón luego de que desde el Mundial de Japón-Corea no consigue levantar la preciada estatua de ganador, y para conseguir el título se ha puesto en manos de Felipão, luego de los inmensos fracasos de Dunga, eliminado por Holanda en el Mundial de Sudáfrica, y de Mano Menezes, su sucesor durante dos años, en los que sólo recibió palos y virulentas críticas. La canarinha no ha cambiado mucho desde la llegada de Scolari, pero al menos el público tiene mayor respeto gracias a sus galones y charreteras, recordando que fue el técnico que consiguió el pentacampeoanto en aquel partido contra la Alemania de Oliver Khan.

Ordenando la defensa

Lo primero que montó Felipão fue un doble pivote de marca sólida y contundente, ese que hoy sus rivales persiguen y quieren maniatar dando consignas a los árbitros para evitar que destruyan el juego adversario de la forma implacable en que lo hacen. Los elegidos, Paulinho, jugador iniciado en el Corinthians que tiene un inmenso plebiscito popular de apoyo, hoy en el Tottenham Hotspur, y Luiz Gustavo, un volante con poco recorrido nacional que se ganaba la posición gracias a su rendimiento y entereza en la Bundesliga, especialmente, cuando jugó en el Bayern Munich rodeado de artistas donde él tenía que ponerse el overol de trabajo.

Ese doble pivote respalda una defensa a la que fue puliendo y limitando. A Dani Alves le prohibió las aventuras ofensivas y lo instó a regresar, lo mismo que a Marcelo, con lo que consiguió equilibrar el fútbol de ataque que sus dos laterales despliegan, pero teniendo consignas de que primero figura la misión de defender su zona. A otro al que tuvo que posicionar fue a David Luiz, rápido y preciso en el quite como irresponsable en el juego alegre, donde perdía la posición con facilidad. El complemento ideal fue Thiago Silva, tal vez el mejor central del mundo en los actuales momentos.

Conseguir ese bloque de seis defensores costó lágrimas y sudor a Felipão, pero en la Copa Confederaciones probó fehacientemente que este Brasil juega para ganar, ordenado tácticamente, siempre respaldado en sus maniobras y que quienes pensaban que volverían las épocas del jogo bonito estaban equivocados. Brasil luchó, pegó, trabó, disputó todos los balones y logró hacerse sólido en defensa como quería su técnico.

Ahora venía la segunda parte, conseguir un actor especializado en el fútbol de ataque para salir de la monotonía de unos delanteros que eran pinturitas comparados con los artistas del ayer. Ningún futbolista brasileño de los últimos años consiguió acercarse a Zico, Rivelinho, Gerson, Tostao y menos, por supuesto, a Pelé.
Scolari también devolvió a Julio César la portería tras varios experimentos con goleros locales que nunca lo conformaron. Empero, la afición no olvida que su portero falló terriblemente en Sudáfrica contra Holanda.

Arriba, Neymar

Esos 150 millones de torcedores, término con el que se denomina a los hinchas en Brasil, empezaron hace tres años a prender veladoras para que el nuevo menino de ouro, Neymar dos Santos, terminase de explotar y convertirse en el nuevo ídolo del fútbol auriverde. Crecido en el Santos, el mismo equipo donde explotó Pelé, Neymar resistió durante dos años la tentación de salir al fútbol europeo, hasta que finalmente el Barcelona logró conquistar su corazón y su bolsillo, no sin antes haber vivido una angustiante operación llena de fraudes fiscales, trampas, engaños y embustes. Todavía hoy la operación Neymar está bajo la lupa de las autoridades de España y Brasil.

Este último comprobó en la Copa Confederaciones la bondad de su nuevo generador de emociones y gracias a sus goles, sus arrancadas, espectaculares maniobras ofensivas y talento, el ataque, la misión de marcar goles para respaldar el trabajo defensivo, logró salir campeón. Brasil 2014 espera que Neymar confirme que es tan bueno como dicen sus defensores y no se trata de una figurita proclive a tirarse y llorar, como ha sido su primer paso por el Barcelona.

Felipão entiende que el fútbol no puede estar supeditado a unos defensores y unos atacantes, y por eso ha involucrado a otros cuatro mediocampistas que le cumplen perfectamente el desdoblamiento y el repliegue. El chip de la transición con Oscar, un volante moderno que juega en el Chelsea. A su lado, Scolari encontró a otros dos laderos que militan bajo órdenes de José Mourinho y conocen perfectamente que su obligación primaria es defensiva, pero que cuando recuperan la pelota deben soltarse velozmente al ataque. Willian y Ramírez son magníficos intérpretes modernos del fútbol de los espacios.

Para completar la idea, un 4-4-2 en defensa que evoluciona a un 4-2-3-1 en ataque, el gigante Hulk y un punta que no termina de convencer, pues Fred, del Fluminense, es el jugador más discutido de la actual formación. Por más que intentó, Scolari no pudo convencer a Diego Costa, oriundo del país pero nacionalizado español, quien al final terminó seducido por Vicente del Bosque luego de una dilatada polémica.

Ese será el Brasil que abrirá hoy la Copa del Mundo ante Croacia. El equipo del pueblo que no juega como a o povo le gusta, sino como quiere Scolari, que pega, empuja, traba, lucha y después confía en Neymar. Está claro, y todos en Brasil lo saben: un fracaso de la selección levantará en vilo el alma de millones que se unirán a las protestas. El único mitigante válido es que Brasil gane, pues como dice Roberto Carlos, aquel simpático y excepcional marcapunta, el segundo puesto será otro fracaso como el mítico e inolvidable Maracaná. Brasil juega contra todos y contra la leyenda.

Por Iván Mejía / Río de Janeiro

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