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Cuba y su fútbol que espera milagros

En un país destacado en múltiples deportes, el fútbol siempre está a la espera de una gloria que no llega. El gran hito victorioso sucedió en el Mundial de 1938. Ahora, como en la reciente Copa de Oro de la CONCACAF, busca una nueva resurrección.

Redacción deportes
05 de agosto de 2015 - 08:33 p. m.
Selección cubana, en la reciente Copa de Oro./EFE
Selección cubana, en la reciente Copa de Oro./EFE

El camino parece detenido en el tiempo. Hay piedras, tierra alisada, pozos diversos y dispersos. Los ómnibus que por allí circulan nacieron hace muchas temporadas y siguen andando a pesar del tiempo y de todo. A los costados hay casas despojadas de lujos y de terminaciones; también brotan escuelas impecables con alumnos vestidos de idéntico y prolijo modo. El recorrido hacia Santa Clara, en la Cuba cotidiana, también ofrece un asombro en pleno verano: la temperatura imposible no impide que en la cancha de arcos sin red se juegue al fútbol. El estruendo de los mejores goles es el único sonido feliz que interrumpe la calma. Cuba, país brillante en tantos deportes, también late al ritmo del más popular de los juegos.

Y ese fútbol cubano tiene una historia de vaivenes con un rasgo que lo retrata: el de sus espasmódicas resurrecciones, de esos destellos milagrosos. Como si siempre estuviera asomando. O tratando de asomar. Su recorrido por la reciente Copa de Oro sirve de testimonio al respecto: se clasificó tras finalizar en el top 4 de la Copa del Caribe; arrancó su participación con un resultado de tenis (0-6 ante México); cayó ante Trinidad y Tobago. Pero se recuperó de repente: con un gol de Maikel Reyes -su número nueve- se impuso a Guatemala -curiosamente en el Bank of América Stadium, en la ciudad de Charlotte- y accedió a los cuartos de final como uno de los mejores terceros. La despedida llegó poco después de la celebración y en pleno conflicto por la deserción de cuatro futbolistas (Keiler García, Arael Argüllez, Darío Suárez y Ariel Martínez): fue otro set para la despedida, 6-0 de Estados Unidos, en Baltimore, en otro estadio con nombre bancario, el M&T. Mientras -fuera del campo de juego- se reestablecían relaciones entre ambos países, la goleada dejaba a Cuba afuera.

Lo mejor, sin embargo, sucedió hace más de siete décadas. En otros tiempos, en diferentes circunstancias para la isla más grande del Caribe. Entonces, aquel 9 de junio de 1938, Cuba rompió todos los pronósticos e instaló la sorpresa: en el estadio Chapou de Toulouse, obtuvo la primera victoria de un seleccionado caribeño en las Copas del Mundo. Esa tarde disputó el desempate de los octavos de final ante Rumania y ganó 2-1. Nadie entendía nada en Francia ni en el planeta del fútbol. Cuatro días antes, en el mismo estadio, ya había asombrado el resultado: un 3-3 ante el mismo rival europeo tras un partido tremendo que duró más de 120 minutos.

 

Tuvo carácter épico aquella aventura por Europa. Un gol del rumano Bindea, en el primer tiempo, se pareció bastante al principio del final, del desenlace no deseado. Pero no. Había espíritu de lucha y convicción en aquel equipo que había llegado al Mundial de Francia por las deserciones de Costa Rica, Guayana Holandesa (hoy República de Surinam), El Salvador y México. En cinco minutos, entre Socorro y Maquina —los dos autores de los goles, al inicio del segundo tiempo— transformaron la derrota en un triunfo memorable. Después, entre el coraje y las manos del arquero Ayra se sostuvieron la victoria y la clasificación.

 

Ya en los cuartos de final del primer Mundial francés, tres días después en el Du Fort Carre de Antibes, se rompió el hechizo ante Suecia: 8-0 y despedida. Contó alguna vez Juan Tuñas, el último sobreviviente de aquel encuentro, fallecido en 2011: "Antes del partido nos consideraron favoritos por la manera en que habíamos jugado. Pero sucedió algo que no esperábamos: llovió y el campo se inundó. No estábamos acostumbrados a eso, nos resbalamos una y otra vez, y terminamos perdiendo 8-0". Por esos días, claro, no existía la posibilidad de cambiarse los tapones y/o los botines para cuando el campo se presentaba pesado o resbaladizo. Igual, más allá de cualquier calzado sin marca ni publicidades, ellos ya habían construido el capítulo más feliz de la historia del fútbol cubano. Con un detalle añadido: ningún equipo de la CONCACAF (ni siquiera México ni Estados Unidos como locales) superaron nunca luego la instancia de cuartos de final en una Copa del Mundo. Antes, en 1930, The Yanks se habían trepado al podio, pero en semifinales fueron goleados 6-1 por la Argentina, que -con Stábile y Peucelle como grandes protagonistas- fue capaz de marcarle tres goles en siete minutos.

 

La gloria para Cuba quedó retratada en blanco y negro. No pudo jamás repetir aquella proeza. Ni siquiera estuvo cerca. De hecho, no volvió a acceder a un Mundial. Y, más allá de dos participaciones olímpicas, tampoco consiguió hacerse fuerte a nivel regional (recién en 2012 obtuvo por primera vez el oro en la Copa del Caribe). Caso curioso para un país que tantos grandísimos deportistas le dio al mundo. Desde Javier Sotomayor y Pedro Lazo a Iván Pedroso y Mijaín López. El fútbol sigue esperando a su crack.

 

Para impulsar este deporte en Cuba, en algún momento de 2003, a Fidel Castro se le ocurrió la posibilidad de contratar a su amigo Diego Maradona. Pero quedó en eso: un entusiasmo que se murió al nacer. El crack argentino y universal, de todos modos, siempre recuerda con cariño aquellos días. Y señala, cada vez que puede, que él también es hincha del seleccionado de su isla favorita, los llamados Leones del Caribe. Mientras esas palabras trasladan al fútbol cubano por el mundo, tierra adentro todos los que con este deporte simpatizan aguardan una nueva hazaña.

 

Cuentan que todo surgió el 11 de diciembre de 1911: en los terrenos del ya desaparecido Campo Palatino, en la barriada del Cerro, se disputó el primer partido oficial. Pero este deporte ya había nacido bajo el cielo de este territorio caribeño. En febrero de 1910, por ejemplo, un grupo de jóvenes cubanos y españoles -representantes del flamante Sport Club Hatuey- se enfrentaron contra un equipo conformado por marinos de un buque inglés recién arribado a La Habana. Los recibieron con goles: 8-0 ganaron los locales. Fue un hito que habita en pocas memorias. Pero que está allí, latiendo en algún lugar de la historia, para volver a convertirse algún día en un nuevo presente. En otro amanecer. En el próximo milagro.

(Vea el texto completo aquí)

Por Redacción deportes

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