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El mago Neymar

Nada ilusiona más al ‘10’ que devolver la sonrisa a Brasil, y difícilmente puede haber mayor felicidad en una familia brasileña que coronarse campeón del mundo en el estadio de Maracaná.

Ramón Besa, El País de España
12 de junio de 2014 - 07:03 p. m.
El mago Neymar
Foto: AFP - VANDERLEI ALMEIDA

A Neymar no le ha fascinado ningún futbolista de la Liga en su primera temporada en el Barcelona, al menos que se sepa públicamente, y si ha elogiado a alguno ha sido a compañeros suyos como Lionel Messi. A quien admira el brasileño es a Antonio Díaz, popularmente conocido como el Mago Pop, Premio Nacional de Magia. Al jugador azulgrana le encantaron los trucos y La Asombrosa Historia de Mr. Snow. Neymar es un entusiasta de la consola, de las cartas, del ilusionismo y también un seguidor del Mago Pop.

Aunque de niño llegó a tener hasta 54 balones en su casa, Neymar es hoy el futbolista por excelencia de la era Youtube de la misma manera que Romario era la personificación de los dibujos animados en una calificación de Jorge Valdano. “Me inspiro en los videojuegos", reconoce la estrella de Brasil, que cuenta con 10,4 millones de fans en Twitter y 4,7 millones en Instagram. No hace falta acudir al estadio para contemplar las habilidades de Neymar. Agradecida, la gente sigue sus trucos y se ilusiona con su fútbol con las imágenes que se sirven sin parar de las redes sociales, y no solo en sus partidos con el Barcelona y Brasil. Neymar alimenta su figura como jugador de equipo en la cancha y también como mago cuyas actuaciones se plasman en anuncios, revistas, portadas de revistas y, sobre todo, vídeos, como el que rodó hace poco con el piloto de rallies Ken Block en una competición de footkhana.

“El mérito de Neymar es que comunica y le divierte hacerlo”, coinciden varios especialistas en mercadotecnia. No hace mucho le hackearon una aplicación de Twitter en la que se podía personalizar una felicitación con la imagen y dedicatoria personal, y su respuesta fue una sonrisa propia del que viste el 10 de Brasil. Neymar ha evolucionado el estilo Beckham. Alcanza con un ejemplo para visualizar tal extremo: la última condición que puso para cerrar su acuerdo con el Barça fue que sería el jugador en persona quien daría la primicia en las redes.

Muchas de las fotografías de Instragram forman parte de una estrategia de comunicación. Alrededor de Neymar hay una red de varias empresas con unos 60 profesionales, muchos especialistas del área comercial, que funcionan de acuerdo a las pautas marcadas por el padre de Neymar. Aseguran que el negocio, iniciado cuando el jugador tenía 14 años, es transparente y legal, que no hay ni una sola sociedad ficticia, declaración relevante después de que su contrato con el Barça fuera denunciado a la Audiencia Nacional por la actuación del entonces presidente Sandro Rosell.

Vinculado a Nike desde los 17 años, Neymar está asociado a 19 patrocinadores y según la revista Forbes en junio del año pasado había facturado 15,14 millones de euros, cantidad que le convirtió en el futbolista joven mejor pagado del mundo, el único que con 21 años figuraba en el top-100 de ingresos liderado por Tiger Woods. La prensa norteamericana se interesa por contar la vida de Neymar como si fuera una estrella de la NBA. Hoy es el icono de la Copa del Mundo que se celebra en Brasil. Los medios se desviven por juntar al Príncipe Neymar con O Rei Pelé.

La hegemonía de Brasil se edificó a partir de Pelé, campeón en Suecia cuando el jugador del Santos tenía 17 años. Neymar también se inició en el Santos y ahora, con 22 años, aspira a liderar a la selección en una empresa inédita como es la de que Brasil gane el título como anfitriona, cosa que no consiguió en 1950, cuando fue derrotada por Uruguay en el llamado Maracanazo. “Yo no era conocido en Suecia, no tenía ninguna presión”, afirma Pelé. “Todo lo contrario de lo que le pasa a Neymar, sobre el que recae la responsabilidad dura e injusta de ganar la Copa en casa”.
“Yo no noto ninguna presión, o mejor dicho, me he familiarizado con ella desde que soy profesional”, responde divertido Neymar. “Hago lo que me gusta y asocio la presión con todas las cosas que hago. Voy a jugar un Mundial y, además, va a ser en mi país. No puedo ser más feliz”. El triunfo de Brasil en la última Copa Confederaciones —venció 3 a 0 a España en la final— ha reforzado el vínculo del jugador con el equipo y sobre todo con la hinchada local.

Futbolista rápido, eléctrico y dinámico, Neymar apuesta por la creatividad, es muy expresivo y también orgulloso, el producto mediático por excelencia, porque mezcla las virtudes que se dimensionan con la tecnología, tal que fuera un jugador de PlayStation, con el romanticismo de los jugadores brasileños, habitualmente alegres y excitantes, capaces de generar las mejores emociones. “Jugamos como si lleváramos el corazón en la punta de la bota”, afirmó Neymar en una entrevista concedida al The Wall Street Journal.

Tiene carisma Neymar, conocido como El Gallo o Mohicano por su peinado, especialmente extrovertido. Nunca parece abrumado y positiviza las situaciones adversas, las críticas severas. La pasada temporada no fue buena para el futbolista ni para el Barça. Jugó 53 partidos, marcó 14 goles y dio ocho asistencias, un balance discreto para una estrella que en verano pasado se disputaban los mejores clubes de Europa. “Ha sido un año de aprendizaje”, responde feliz Neymar.

A falta de regularidad, el 11 del Barça ha conseguido ser muy selectivo, como si hubiera elegido a posta los partidos y los rivales en los que tenía que dar fe de su calidad. Marcó el gol que dio el título de la Supercopa, volvió a batir a Courtois en la semifinal de la Champions, firmó la victoria en el partido del Camp Nou contra el Madrid, provocó el penalti decisivo en el éxito del Bernabéu, asistió a Alves en el 0-2 contra el Manchester City y contó un triplete ante el Celtic. Quizá su último tiro fue un resumen del curso: remató al palo en la final de Copa.

No son buenos números para un futbolista que le costó alrededor de 100 millones al Barça si se contabilizan los distintos conceptos que incluye el traspaso, y no solo los 57,1 millones que anunció en su presentación el club. No ha sido regular y le faltó continuidad después de estar unos dos meses de baja en total por el edema en el cuarto metatarsiano del pie izquierdo sufrido en campo del Valencia contra el Madrid, cuando en juego estaba el título copero, y por un esguince en Getafe que espantó a la afición del Barça por la mueca de dolor del jugador.

Neymar es un jugador valiente, a veces hasta temerario, por la manera que disputa el balón y discute con los rivales, protagonista de multitud de faltas a destiempo, un buen recaudador de tarjetas amarillas. A veces podría parecer el típico polvorilla del fútbol si no fuera porque se llama Neymar. No es fácil por lo demás adaptarse al Barça, a la Liga, a la Champions, ni tampoco mezclar con Messi. Neymar encaja mejor con su selección y sobre todo con el técnico Scolari, que le ha convertido en el punto final de Brasil.

El fracaso de Neymar y Brasil en los Juegos de Londres 2012, torneo olímpico que jamás ha conquistado la canarinha, provocó la destitución de Manu Menezes y su relevo por Scolari. El cambio ha liberado a Neymar de obligaciones tácticas y ha aumentado su responsabilidad. Aunque prefiere arrancarse por la izquierda, barre el frente de ataque y se asocia fácilmente con los volantes. Brasil juega para Neymar. El 10 ha marcado 12 goles en los 13 últimos partidos antes de quedar concentrado para el Mundial. “Es el mejor jugador que tenemos”, opina Scolari. “Tiene desequilibrio y además su espíritu es el de un guerrero”. Y remacha: “Aunque defiende mal, cosa que le hace cometer muchas faltas, su actitud es siempre admirable y contagiosa”. Aparentemente, ha superado los tiempos en que fue considerado un Bad Boy.

El incidente más recordado se dio en un partido del Santos contra el Atlético Goianense, en septiembre de 2010, cuando Neymar mandó al carajo a su entrenador, Dorival Junior, por no dejar que tirara un penalti. Neymar se corrigió después del despido del entrenador y aprendió qué significaba la humildad y el sentido de equipo, sin perder su cara de niño travieso ni su facilidad para enrabietar a los rivales cuando festeja los goles con bailes. Neymar se siente el foco y mima a la cámara con su repertorio infinito de gestos.

Aparece a menudo fotografiado con las mejores modelos, como su compatriota Gisele Bündchen, o se deja retratar con Gabrielle Lenzi, de la misma manera que va y viene de romance con Bruna Marquezine. Tiene un hijo de nombre Davi Lucca, que cumplirá tres años en agosto, y siempre que puede le gusta alternar con sus amigos de la infancia, los llamados Toiss, que también le han acompañado en ocasiones en Barcelona. “Los brasileños somos más explosivos que los catalanes”, aseveró poco antes de partir hacia Brasil, víctima de una melancolía que combatió a ratos con un cocinero de su país: “Tengo saudade”. Antes de cada partido, llama por teléfono a su padre y rezan juntos. Recientemente, se tatuó en el antebrazo izquierdo la palabra “fe”. A pesar de que seguramente no pasaría de incógnito en ningún sitio, si acaso le confundirían por su aspecto con una estrella del pop. “En caso de no ser futbolista, me hubiera gustado ser cantante”, admite Neymar.

Recibido en Barcelona el día de su presentación por 56.000 aficionados, Neymar va camino ahora del Mundial, confiado en dar el sexto título a Brasil, el primero en su propio país, dispuesto a reconquistar por fin Maracaná, el que fuera el estadio más grande del mundo (200.000 espectadores), conmocionado en 1950 por el gol de Ghigghia. Asegura el jugador uruguayo que solo tres personas en el mundo han enmudecido la catedral del fútbol brasileño: “El Papa, Frank Sinatra y yo”. La única vez que Pelé vio llorar a su padre fue después de aquel Brasil-Uruguay (1-2).

Nada ilusiona más a Neymar que devolver la sonrisa a Brasil y difícilmente puede haber mayor felicidad en una familia brasileña que la de ser campeón del Mundo en Maracaná en honor del abuelo, del padre y del hijo. Ante tamaña empresa, Neymar necesitará ser el Mago Pop.
 

Por Ramón Besa, El País de España

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