El piloto de LaMia y una cadena de errores

Miguel Quiroga, piloto del vuelo 2933 de LaMia, pudo ser el responsable de una serie de decisiones que acabaron con la vida de decenas de personas en el fatídico accidente aéreo del Chapecoense.

Germán Gómez Polo
29 de diciembre de 2016 - 03:12 a. m.
Miguel Quiroga, piloto del avión de LaMia.  / EFE
Miguel Quiroga, piloto del avión de LaMia. / EFE

La dualidad de Miguel Quiroga Murakami parece de ficción. O, bueno, la configuración de esa realidad tan compleja de la que fue portador, y que detonó en los últimos instantes de su vida, podría ser la base de una historia, de un drama, de varios puntos de giro. Antes de partir desde Bolivia hacia Colombia, el piloto del avión de LaMia, que cayó en Antioquia el pasado 28 de noviembre con todo el plantel del equipo Chapecoense, le escribió a su mamá por Whatsapp. Había prometido textiarle al llegar a Medellín.

A los pocos días del accidente su familia aún confía en que Quiroga hizo todo lo posible para salvar el avión, a pesar de comprobarse la cadena de errores que cometió: un errático plan de vuelo, una autorización de despegue que nunca debió ser y una escala ignorada, pero necesaria, en Bogotá.

Quiroga no solo era el piloto del vuelo 2933 de Lamia, sino que era copropietario de la aerolínea, una de las razones por las que desde varios flancos se ha señalado que la decisión de no hacer una escala para reabastecerse de combustible también pudo ser una decisión financiera. Además de saberse que había volado en veces anteriores con apenas el combustible suficiente para llegar al destino, sin dejar la posibilidad de sobrevolar en el aire en caso de imprevistos. Esta decisión habría sido impulsada porque se debían pagar apenas US$ 5.000 adicionales, en lo que se calcula que era el precio del uso del aeropuerto de Bogotá y el combustible.

Tania Lavilla, una de las pocas familiares de Quiroga que ha hablado con los medios, relató cómo habían sido de devastadores para la familia los momentos posteriores al accidente. Primero fue la preocupación al enterarse de que, a la hora calculada para su llegada a Medellín, aún no se había reportado. Luego, la noticia de su desaparición. Más tarde, saber del accidente.

Su gusto por la aviación, cuentan sus allegados, era tanto que le brillaban los ojos al ver una aeronave. Hoy ellos consideran que murió como él lo hubiese querido: a bordo de una de ellas. Sobre Quiroga también ha hablado Denise Pinto, su otra cuñada, quien todavía hoy no duda de las capacidades que tenía el piloto para manejar un avión, y lo hace resaltando sus títulos en el extranjero y su experiencia en la fuerza aérea de Bolivia.

Para el exsenador opositor boliviano Roger Pinto, suegro del piloto y quien está como refugiado político en Brasil desde el 2013, Quiroga era como un hijo y un padre entregado a su familia, que estaba mucho tiempo por fuera a causa de su trabajo, pero que dedicaba todo su tiempo a los tres hijos que tuvo con su esposa Daniela Pinto.

A pesar de lo que hoy se conoce, la aerolínea de la que Quiroga era cofundador tenía la apariencia de ser una empresa en la que confiaban varios de los equipos de fútbol de la región, pues, además del Chapecoense, en ese avión también había sido transportada semanas antes la Selección Argentina. Incluso, había sido utilizada por Atlético Nacional, el equipo ante el que, si no hubiese ocurrido el fatídico hecho, el Chapecoense hubiese jugado la final de la Copa Suramericana. 

Pero hoy salen a relucir varios datos alrededor de Quiroga. El 6 de diciembre, una semana después del accidente, Reymi Ferreira, ministro de Defensa de Bolivia, revelaba que el piloto tenía abierta una investigación en la fuerza aérea de ese país por haber abandonado la institución. Según la legislación boliviana, quienes son formados en la Fuerza Aérea de Bolivia no pueden retirarse hasta cumplir con unos años determinados de servicio militar, teniendo en cuenta que la formación de un piloto le cuesta a ese país unos US$ 100.000.

Tres días después de esta revelación, el mismo ministro boliviano hizo una acusación mucho más grave: “no ha habido un accidente, ha habido un homicidio, lo que ha ocurrido en Medellín es un asesinato”. Esa fue la sentencia de Ferreira arguyendo que si el piloto hubiese seguido los procedimientos mínimos legales, como hacer escalas en Cobija (norte de Bolivia) o Bogotá o, al menos, haberse declarado en emergencia desde el primer instante, hoy la historia sería otra.

En este momento no hay una conclusión final en Colombia sobre la investigación del accidente que realiza la Aeronáutica Civil, en colaboración con la Air Accidents Investigation Branch, del Reino Unido, el terreno para la especulación está abierto. Por supuesto, la esposa de Quiroga pidió entender la situación de su familia y declaró que su marido no era un monstruo. Lo mismo hizo el sector de oposición al gobierno de Evo Morales, presidente de Bolivia, quienes lo acusaron de ingresar a la arena política un hecho tan lamentable.

Entonces, Quiroga se mueve en esos territorios de la dualidad, de las líneas delgadas de lo correcto y lo incorrecto. Sin embargo, lo que fue primero está por establecerse. Aquel piloto hizo todo lo posible por salvar las vidas de decenas de personas, incluida la suya, pero lo hizo cuando la muerte se había mostrado en pleno. Cuando ya era, como lo es, inevitable.

Por Germán Gómez Polo

 

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