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Fútbol y nacionalidad

A propósito del premio del Juego Limpio a la selección Colombia en Brasil 2014, la mirada de un poeta a este deporte cuando se funde con los conceptos de patria, guerra y paz.

Juan Manuel Roca *
20 de julio de 2014 - 01:38 p. m.
Con el baile del ‘Ras tas tas’, Colombia impuso otra forma de celebrar goles. / AFP
Con el baile del ‘Ras tas tas’, Colombia impuso otra forma de celebrar goles. / AFP
Foto: AFP - EVARISTO SA

La Selección Colombia podría, debería ser, en medio de nuestro largo y tortuoso conflicto, vista como la aplicación de un sentimiento de civilidad. Como una parte fundamental de una idea de nación, pero no creyendo que es la nación misma. Confundir demagógicamente patria y selección, hacerlas un todo, significa olvidar la noción de juego. Donde se gana y se pierde pero no como en la guerra, así ese juego ocurra en los campos de Marte.

Cuando el equipo colombiano es eliminado en el Mundial, no dejamos por eso de tener patria, así sea esta maltrecha manera de sentir un país como geografía pero también como territorio moral, en medio de nuestros grandes errores y nuestros más grande horrores.

Es una patria muy frágil aquella en la que no se siente como derrota la imposibilidad de alcanzar la paz, pero sí la caída de nuestro equipo de fútbol. En eso media la fractura que hay entre educación civil y quehacer político.

Sí, el único símbolo de un país no es su deporte, aunque sea uno de los más bellos y visibles. Lo decía un resabiado viejo de la independencia mexicana, don Benito Juárez: “una bandera que se puede guardar en un bolsillo no es una bandera, es un pañuelo”.

Ya se conocen las pasiones que desata el fútbol en nuestro continente. Por él hubo una guerra entre El Salvador y Honduras cuando el equipo del primero derrotó al segundo por 3 a 0, en un estadio con el lírico nombre de “Flor Blanca”. Ryszard Kapuscinski recuerda que “después del partido que México ganó a Bélgica por 1 a 0, borracho de felicidad, Augusto Mariaga, alcaide de la cárcel de Chilpancingo, en el estado de Guerrero, que alberga exclusivamente a presos condenados a cadena perpetua, recorre los pasillos pistola en mano, dispara al aire, y al grito de ¡Viva México!, abre una a una todas las celdas, dejando en libertad a 142 criminales peligrosos. El tribunal absuelve a Mariaga, porque según se puede leer en la motivación de la sentencia, actuaba llevado por un arrebato patriótico”.

Es el sentimiento patrio que a veces abre su caja de Pandora: por un rapto de injustificado amor se suelta el horror y se justifica hasta el crimen.

Describiendo un lado oscuro del fútbol, que a veces es el auténtico séptimo arte, el amante de ese deporte hace, un poco, de abogado del diablo. Porque también cabe sospechar de sus ramales de evasión y manipuleo. No es llano comunitarismo, pero sí el deseo de señalar cómo una masificada euforia patriotera hace las veces de espejismo social. Nos reunimos todos frente al televisor y de pronto, como si nos visitaran las lenguas de fuego de Paracleto, nos entendemos en nuestras diversas lenguas y el científico, el artista, el celador, el policía, el tendero, la maestra, el jubilado y el sicario, gritan en el esperanto del fútbol la palabra gol.

Hay entonces como una especie de momentánea disolución del yo, un sentido fugaz de pertenencia a algo, de actividad social fraternizadora. Es lo que Sullivan llama, en otro orden, un proceso compartido de vida civil cuyo “fundamento es el compromiso con otros... otras generaciones, otros tipos de personas cuyas diferencias son significativas porque contribuyen al edifico sobre el cual descansa nuestro sentido particular del yo”.

Es curioso, siendo el fútbol y la paz dos lenguajes antípodas de la guerra, encontrar la vecindad de ciertas metáforas entre el juego del balón, que se añora limpio, y el antijuego de la guerra, que en Colombia es cada vez más un negocio sucio.

*Adaptación del texto “Metáforas del fútbol”, publicado en 1998 por la Corporación Nuevo Milenio en el libro “Juegolimpio”.

LAS LENGUAS DE LA PAZ Y DE LA GUERRA

Un pequeño diccionario, un pequeño breviario de metáforas que en Colombia aluden tanto a la paz como a la guerra, podría dar cuenta de un lenguaje esquizoide. Quizá tenga que ver con el lenguaje flotante de lo bélico. Quizá con la visión del terreno de juego como campo de batalla, como una guerra sin cuartel donde una simple jugada es un disparo a quemarropa y el relato de una jugada de riesgo puede semejarse a la crónica de un atentado.
Área de candela: Es un área que pisan sin temor los virtuosos del balón, los olfateadores del triunfo. Otra cosa son las zonas de candela de la guerra, los territorios de riesgos vedados para el juego. Los senderos minados donde las lesiones son fraguadas por rivales invisibles, o por burdos quiebrapatas que instauran, como en el peor casino, el juego sucio, las cartas marcadas.

- Fuera de lugar: He aquí la expresión de una malicia. Basta con que la línea ofensiva dé un paso adelante para dejar a un rival en fuera de lugar. Hay que ver al jugador, su cara de sorprendido en falta ante todos los ojos fiscales del estadio. Y la rechifla. Pero también, fuera de lugar está pedir en Colombia que los políticos no sean corruptos, que los militares no sean arrogantes, que los campesinos no sean desplazados, que se respeten los derechos humanos, que aparezcan los desaparecidos. Para estos hechos también hay rechiflas pero no hay árbitros. Fuera de lugar está recordar los muertos: la mala memoria, la desmemoria, juega por la punta derecha, que es por donde siempre juega el olvido.

- Desplazamiento: En el fútbol es la forma eficaz de llevar el balón por la cancha. En la cotidianidad del país es una manera de instaurar el inxilio, es decir el exilio interior, el de quienes son desplazados de sus regiones, conglomerados humanos que son como mapas movedizos condenados a vivir en los márgenes de la economía, de la vida civil, de la educación, la cultura o la política.

- Palomita: El hombre se zambulle en el aire y cabecea el balón hacia la red del rival. Paloma también se llama ese pájaro cada vez más urbano y depredador que alguien tuvo la dudosa idea de tomar como emblema de la paz. En Colombia, la paloma de la paz es un cuervo travestido.

Nota: De seguir señalando metáforas e imágenes que hoy se confunden entre el fútbol y la guerra, ahí están el tiro libre, el despeje, el taco, el enemigo, el capitán, el ariete, el cerco, el ataque, la retaguardia, el artillero y, sobre todo, un viejo deseo que sigue vivo en medio de la impunidad y tantos muertos: el sueño del juego limpio.
 

Por Juan Manuel Roca *

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