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¿Por qué la lesión de Neymar fue culpa del propio Brasil?

Los brasileros cometieron en el partido 31 de las 54 faltas más graves del mundial.

Sam Borden, New York Times
09 de julio de 2014 - 04:31 p. m.
¿Por qué la lesión de Neymar fue culpa del propio Brasil?

Un defensa colombiano, de nombre Juan Camilo Zúñiga, hizo que la Copa del Mundo terminara para la estrella brasileña Neymar el viernes, al propinarle un rodillazo ruin en la espalda que le fracturó una de las vértebras al delantero. Fue una jugada violenta y una pésima falta. Merecía, por lo menos, tarjeta amarilla.

No obstante, dentro de cualquier partido, siempre hay una hoja de ruta para cada situación álgida. La belleza del flujo continuo en el futbol es que una cosa lleva a otra (y a otra, y a otra), y eso posibilita rastrear un camino al momento más memorable de un partido. En uno como el del viernes, hacerlo facilita ver dónde fue que se pusieron mal las cosas.

Entonces, ¿qué le pasó a Neymar? ¿Cómo fue que el rostro de este campeonato terminó en un hospital? A los hinchas brasileños no les gustará oírlo, pero, si bien Zúñiga fue el directamente responsable de causar la lesión de Neymar, los compañeros de equipo de éste – específicamente Fernandinho, aunque hubo otros _, así como el árbitro, Carlos Velasco Carballo, también tienen merecida su parte de la culpa. No cometieron la falta, pero contribuyeron al ambiente de anarquía que llevó a que golpearan a Neymar.

Si eso suena duro, se debe considerar que el entrenador brasileño Luiz Felipe Scolari, enfatizó antes del partido que no existía ninguna rivalidad histórica entre Brasil y Colombia, y que los que habían jugado ambos equipos habían sido “encuentros amistosos”. El capitán Thiago Silva, dijo que enfrentarse a los hábiles jugadores colombianos haría que el partido fuera más limpio y más fluido.

No obstante, desde el primer minuto pareció que Brasil estaba determinado a jugar cínicamente, metiendo el pie, empujando y pateando a los jugadores colombianos, en especial a James Rodríguez, el niño prodigio y goleador del equipo. Colombia, por su parte, pareció casi deferente al principio. Cuando Neymar salió en carrera vivaz a los seis minutos de iniciado el partido, los defensas colombianos hicieron poco para tratar de obstaculizar sus zancadas, ya no digamos derribarlo como habían hecho oponentes anteriores. Corrió libremente.

Cuando Rodríguez fue por el balón unos minutos después, no obstante, Oscar de Brasil se estrelló justo en su espalda, como para dejarle claro al colombiano que no sería seguro ningún lugar en la cancha del Fortaleza. Los compañeros de equipo de Rodríguez estaban comprensiblemente molestos, pero no hubo represalias; la sensación de violencia en el juego, en especial al principio, surgió casi exclusivamente de Brasil.

Dos minutos después de la falta de Oscar, Marcelo se estrelló contra el mediocampista colombiano Juan Cuadrado. Tres minutos después de eso, Fernandinho, un mediocampista que con frecuencia juega en el filo, se estampó también contra Rodríguez. Velasco Carballo sonó el silbato y marcó falta, pero no le mostró la tarjeta amarilla a Fernandinho. Esto se convirtió rápidamente en tema recurrente. En el futbol, es frecuente que los árbitros les saquen tarjetas amarillas a los jugadores por “violaciones persistentes” al reglamento, una frase que significa, por lo general, que los jugadores cometieron tres o cuatro faltas graves. A Fernandinho le marcaron cuatro faltas tan solo en la primera mitad del partido, tres de las cuales fueron golpes significativos contra Rodríguez. Sin embargo, Velasco Carballo no lo penalizó.

No se trataba de un papel nuevo para Fernandinho. Cometió seis faltas en el partido anterior de Brasil (o dos más de la cantidad de pases que completó), una difícil victoria sobre Chile en una definición por penales. Claro, como notó Scolari, ese partido fue entre rivales acalorados. Se suponía que todo iba bien entre Colombia y Brasil.

A pesar de eso, la temperatura del partido siguió subiendo en la segunda mitad y, de nuevo, fue Brasil el que más atizó el fuego. David Luiz, descaradamente, le metió el pie a Cuadrado en el primer minuto después del medio tiempo (Velasco Carballo no lo vio). Fernandinho empujó a Adrián Ramos contra la barda detrás de la portería, cuando ambos perseguían el balón que, sin duda, saldría de la cancha.

En conjunto, Brasil cometió nueve de sus primeras 11 faltas en la segunda mitad, aporreando y golpeando, a los colombianos a pesar de llevar la delantera de uno a cero. No fue difícil pronosticar que en algún momento, la estrella de Brasil, Neymar, sería el blanco.

No obstante, fue en el minuto 57 que el partido empezó a desbordarse. En la mayor parte, los colombianos habían continuado replegándose y recibiendo el castigo, pero era claro que estaban furiosos cuando Silva estrujó a Ramos por detrás al momento de ir por la pelota. Velasco Carballo, de nuevo, declinó hacer sonar el silbato. La ira de los colombianos aumentó aun más 10 minutos después, cuando el árbitro le sacó una tarjeta amarilla a Rodríguez – quien estaba engorilado por la decisión – debido a un tropezón inofensivo, mientras Rodríguez señalaba a gritos y con múltiples gestos con las manos que se trataba, relativamente, de su primera falta en comparación con el acoso de Fernandinho.

“Creo que el árbitro influyó mucho en el partido”, comentó Rodríguez después.

Fue generoso. El papel que tuvo Velasco Carballo en lo objetable del partido no se puede minimizar. Un español, al que se conoce por ser un árbitro de alto nivel, estaba determinado a evitar usar las tarjetas para controlar a los jugadores, lo cual pareció quedar claro.

Esa decisión resultó contraproducente, en particular cuando se trataba de Fernandinho; en lugar de darles a los jugadores un nivel cómodo para jugar más libremente desde un principio, su indulgencia sirvió como banda elástica en el juego, alentando a los jugadores, en especial a los brasileños, a tratar de ver exactamente con cuanto contacto contra Rodríguez podrían salir sin castigo.

Fue un mal cálculo de Velasco Carballo y uno que se agravó por ser negligente para adaptarse conforme avanzaba el partido. Es imposible ignorar su culpabilidad.

No obstante, tampoco la de los brasileños quienes, envalentonados, siguieron cortando. A su vez, los colombianos cometieron algunas faltas, pero nada comparado con, por decir, Chile o los primeros oponentes de Brasil, que, claramente, tenían planes para acosar a Neymar. Para cuando el partido llegó a los momentos finales, los colombianos – que vieron a Brasil cometer 31 de las 54 faltas más graves del campeonato en ese partido – de seguro que sintieron que se les debía la proverbial libra de carne.

La consiguieron después con el desafío de Zúñiga hacia Neymar, aunque es difícil creer que el primero buscara causar el tipo de daño que infligió. Darle un trancazo a un jugador que ataca y está esperando un balón que rebota o está en el aire es algo común: a Rodríguez lo golpearon alto, bajo y en medio múltiples veces el viernes. En el minuto 87, el balón quedó cerca, Zúñiga puso la rodilla en la espalda de Neymar, quien se desplomó y, de pronto, había terminado su Copa del Mundo.

Fue desafortunado y triste, y después, Scolari y otros ejecutivos brasileños estaban furiosos. Dirigieron gran parte de su frustración contra Zúñiga, y el resto se abalanzó sobre el árbitro.

“Todos sabían que iban a perseguir a Neymar”, dijo Scolari. “Pasó en los tres últimos encuentros y habíamos estado hablando sobre ello. Pero nadie nos hace caso”.

Esas emociones eran entendibles. Sin embargo, si Scolari era verdaderamente honesto consigo mismo, también debió haber visto hacia adentro. Brasil no ha exhibido un “jogo bonito”, el “juego hermoso” por el que se le conoce. Ha jugado feo, con violencia y duro.

Esa es decisión de Scolari. Y el viernes fueron sus jugadores – los compañeros de equipo de Neymar – los que crearon el ambiente que, finalmente, mandó a casa a la superestrella de Brasil. 

Por Sam Borden, New York Times

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