Lionel Messi, el salvador

En una presentación bastante floja, la selección de Argentina venció 1-0 a Irán, con un mágico gol de ‘La Pulga’ y se clasificó a los octavos de final del Mundial de Brasil. En la cancha, el equipo de Alejandro Sabella dejó bastantes dudas y si aspira a ganar el título no puede depender únicamente de la estrella del Barcelona.

Daniel Avellaneda, Belo Horizonte, Brasil
22 de junio de 2014 - 12:12 a. m.
El momento en el que Lionel Messi remata al arco iraní para marcar el gol de la victoria de la selección de Argentina.  / EFE
El momento en el que Lionel Messi remata al arco iraní para marcar el gol de la victoria de la selección de Argentina. / EFE
Foto: EFE - DENNIS SABANGAN

Ese zurdazo mágico termina con el hechizo iraní. Ahí está Lionel Messi, que noventa minutos antes caminó la cancha, a contramano de ese fantástico jugador del Barcelona. Domina la pelota, levanta la mirada y dispara con la sangre fría y el corazón caliente, cuando el partido caminaba por una cornisa y las críticas arreciaban contra Argentina. Y le explota el arco a Alireza Haghighi. Y estalla el estadio Mineirao, cargado de argentinos con banderas de River Plate, Boca Juniors, Racing Clubes y todos sus equipos. “Brasil, decime que se siente, tener en casa a tu papá”, cantan en cada rincón de ese mítico templo de Minas Gerais. Es una fiesta celeste y blanca y la clasificación asegurada para los octavos de final. Aunque aquí hay que hacer un paréntesis. Porque será imposible para Alejandro Sabella, mucho menos para los jugadores, dejar de hacer un análisis profundo cuando se apaguen las luces de sus habitaciones en la concentración de Cidade do Galo. Porque Irán estuvo cerca de transformarse en el Camerún de Italia 90.

Lo hizo pasar rubores, al punto de que tuvo tres situaciones muy claras frente a Sergio Romero, notablemente resueltas por el número uno albiceleste. Le discutió la pelota en el segundo tiempo. Y recién en el epílogo, apareció La Pulga, a fin de cuentas, la única esperanza de una selección grande, con pergaminos, que no ratificó en el campo de juego la enorme distancia que existe con su rival asiático, que ni siquiera tiene permitido cambiar las camisetas con sus adversarios porque no entran en el presupuesto de su Federación.

Demoró demasiado en hacer los cambios Sabella. Recién en el segundo tiempo, cuando Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero se habían perdido en el corazón del área de Irán dos situaciones claras, ordenó las salidas de los delanteros titulares. Refrescó el ataque con Rodrigo Palacio y Ezequiel Lavezzi. Era la oportunidad para prescindir de un defensor. Le faltó audacia al técnico argentino. Y terminó salvado por Messi, que por su propio peso específico ganó el partido. Aunque los argentinos no deberían olvidarse de otros dos jugadores vitales: Romero y el lateral izquierdo, Marcos Rojo, que fue opción de pase y desborde en el segundo tiempo, cuando Angel Di María parecía borrado del estadio.

Lo buscó por todos los rincones del campo de juego Argentina. Por los costados, especialmente sobre el sector izquierdo del ataque, cuando se desprendía Di María. Sin embargo, le faltó sorpresa a la selección celeste y blanca, que tuvo que lidiar con esas dos líneas de cuatro que plantó Irán. Sabella había advertido la fortaleza mental y física de los asiáticos. Se basaba, fundamentalmente, en las guerras que su pueblo tuvo que vivir. A esa concentración apostó el equipo del portugués Carlos Queiroz para bloquear a su ilustre rival. Esperó muy cerca de su arquero, jugó sin hacerse cargo de la pelota. Su única virtud, a fin de cuentas, fue la pelota parada. Dos veces ganó en el área de Romero, en ambas oportunidades, Jalal Hosseini. La última, pasó unos centímetros por encima del travesaño de ‘Chiquito’.

Argentina no logró sacarle jugo a Messi. Ni siquiera, a pesar de que Sabella apostó al esquema que más seduce al crack del Barcelona. Como en el primer tiempo ante Bosnia Herzegovina, tuvo que retroceder para tener contacto con la pelota, más allá de que Fernando Gago es una gran opción para el primer pase. Y se desdibujó el astro de la selección. No tuvo explosión en el área y hasta metió dos pelotazos, todo un síntoma de que el partido se le hacía incómodo. Por esa falta de conexión con el resto de sus compañeros y porque en su zona de influencia, uno, dos, tres iraníes lo cercaban, intentando bloquear cada una de sus gambetas. De cualquier modo, Argentina debió haberse ido ganador al vestuario en el entretiempo. Tuvo dos posibilidades muy claras frente a Haghighi. Sin embargo, el portero del Sporting Covilha, de la Segunda División de Portugal, le ahogó los gritos a Gonzalo Higuaín, primero, y a Sergio Agüero, después. También se impusieron en el cielo del área los argentinos, con Rojo, Federico Fernández y Ezequiel Garay. No obstante, los cabezazos de los defensores se perdieron lejos del arco.

Argentina salió con mayor decisión a jugar el segundo tiempo. Irán, también. Se despegó de los temores de la primera etapa. Y aunque es una realidad que la pelota siguió siendo patrimonio celeste y blanco, se animó a cruzar la mitad de la cancha. Y casi enmudece a todo el Mineirao, repleto de argentinos, cuando Masoud Shojaei robó la pelota en la mitad de la cancha, encaró con determinación y abrió la pelota a la derecha. El centro llegó para la cabeza de Reza que, en la más absoluta soledad, cabeceó a las manos de Romero, que volvió a responder, como hace una semana ante los bosnios. Se salvó Argentina. Y le volvió el alma al cuerpo a Sabella, que caminaba por la línea de cal de aquí para allá porque no le encontraba la vuelta a un partido que, en los papeles, tenía que haber terminado en goleada.

Bajo esa coyuntura, con Messi apagado en el mediodía del Minas Gerais, la mejor alternativa de la selección celeste y blanca era Marcos Rojo, que se desprendía por la raya y llegaba a fondo. Dos veces desbordó el lateral del Sporting Lisboa. Sin embargo, no llegaron a conectar Higuaín ni Agüero. Y se animaron esos tímidos iraníes del primer tiempo. Y encerraron a Argentina. Se desplegaron con audacia ante la pasividad argentina. Y así como un rato antes había ganado Reza en el área, esta vez el que superó a todos fue Ashkan Degajah. Lo hizo después de un centro cruzado de Pejman Montazeri. Su cabezazo, potente como un misil, fue manoteado por Romero. De nuevo, el arquero del Mónaco, compañero de Falcao y James Rodríguez, salvaba el papelón.

Desconcertada, Argentina aguantó el temblor. Y recuperó la pelota. Sin embargo, no había precisión en los pies de Gago. Y Messi seguía sin aparecer, sin mostrar ese talento con el que ilusiona cada domingo en España. Iba al frente a los tumbos, empujando con amor propio, pero carente de fútbol. Hubo un tiro libre de Messi, sobre la línea del área, pero no estaba fino Leo. Sabella demoró demasiado en mover el banco. Le dio demasiada cuerda a Higuaín y a Agüero. Y recién cuando restaba un cuarto de hora para el desenlace, apeló a Palacio y Lavezzi. Cambió figuritas el entrenador. Le faltó audacia para romper la línea de cuatro en el fondo y sumar otro delantero.

De contraataque casi lo gana Irán. Otra vez quedó cara a cara con Romero un futbolista asiático. Y de nuevo ‘Chiquito’ mostró que el arco no le queda gigante. Reza, así se llama el atacante del Charlton inglés, deberá encomendarse a Dios cuando termine el partido. Los guantes del número uno argentino fueron más firmes que nunca. Entonces, por fin, fluyó Messi cuando el estadio era un concierto de preocupaciones. Y sacudió la red de los iraníes con un bombazo que será recordado, tal vez como uno de esos goles importantes en los Mundiales. El lugar que ocupará en la historia de este campeonato dependerá de que Argentina restructure su fútbol. Depender exclusivamente de Messi, como alguna vez lo hizo de Maradona, ayuda pero no es la mejor garantía para un equipo que se precie de candidato.

 

Por Daniel Avellaneda, Belo Horizonte, Brasil

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